lunes, 9 de septiembre de 2013

El Miniaturista Moustaki Olivares


Moustaki Olivares, hijo de griego y española, nacido en el barrio La Alameda de Ciudad Bolívar, comenzó en 1973 a destacarse como pintor miniaturista y tallador del azabache, sobremanera en dijes que los chamanes criollos prescriben contra el mal-de-ojo que afecta a los niños, todavía en estos tiempos del celular y la computadora.
         Moustaki aún vive configurado con una tupida  barba blanca ofreciendo sus miniaturas en las puertas del Hotel Colonial, antiguo Gran Hotel Bolívar, en las galerías del Paseo Orinoco.  Últimamente lo hemos visto mezclado con los buhoneros de la calle Venezuela. El azabache lo vende como pan caliente engastado en cadenitas de oro porque las madres siguen creyendo que libera a los recién nacidos de negativas irradiaciones de cierta gente.
         El azabache lo compra Moustaki por kilo a los buceadores que lo buscan como perla en el lecho del Orinoco por las inmediaciones de Moitaco,  Palos de Agua, el Torno y el Infierno, donde el río rompe con fuerza y arrastra esos fósiles milenarios donde parece concentrarse la pureza de lo negro.
         Pero, además de la talla del azabache, Moustaki se conoce aquí y en numerosas ciudades fuera de Venezuela, por sus pinturas en miniaturas que nada tienen que ver con las imágenes estilizadas que pintaron durante los siglos XV y XVI artistas como Bihzād, cuyas obras denotan un gran sentido del color, de la descripción y del dibujo y que marcó un estilo seguido por sus discípulos. Entre los temas preferidos se encontraban motivos de caza, de batallas y del ambiente cortesano, así como temas literarios. Estas miniaturas, que cabían en la palma de la mano, las encargaban los clientes ricos que las exhibían en acontecimientos sociales.  Pero las miniaturas de Moustaki son casi microscópicas porque caben en la cabeza de un alfiler y, por supuesto, para apreciarla bien hay que utilizar una lupa.
         Muy poco tiene que ver con la pintura diminuta que antes de la invención de la fotografía, realizaban aristas para ilustrar manuscritos y libros de la Edad Media y también para colocar en medallas y otros objetos de la vanidad social.
Las miniaturas consistían en pinturas y dibujos de figuras que representaban diversos temas de carácter sacro, similares a los que llenaban los vitrales de las catedrales e iglesias en el arte románico y en el primer arte gótico. Al final del periodo gótico, ya en el umbral del Renacimiento o Edad Moderna, los manuscritos ilustrados se llenan de temas civiles, profanos y galantes, y alcanzan su mayor apogeo con un nivel de calidad excelente y una amplia difusión internacional, principalmente a través de las cortes de la nobleza europea. A partir del siglo XVI, el auge de la imprenta parece restar protagonismo a este tipo de costosas creaciones. El último gran maestro iluminador, según hemos encontrado en las enciclopedias del arete fue Giulio Clovio, a mediados del siglo XVI.
En los márgenes de las páginas de los manuscritos era frecuente que se incluyeran distintos motivos ornamentales; los más conocidos son los dibujos de las letras capitales o los que separan las columnas de texto mediante motivos que representan arquitecturas fingidas, arabescos y tallos con formaciones vegetales y hojas que se enroscan por las márgenes de las páginas.
El término 'miniatura' deriva del minium, un óxido de plomo de color rojo que se utilizaba como componente de la tinta fundamental que se comenzó a emplear para la iluminación de los códices manuscritos en letras capitales, márgenes y posteriormente, con la evolución de la ilustración medieval, en representaciones de gran colorido y complejas composiciones.



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