lunes, 20 de mayo de 2019

EL CRONISTA DE LA CIUDAD Y SU DÍA NACIONAL



Nunca antes la figura del llamado “Cronista de la Ciudad” llamó tanto la atención como a partir de 1989 cuando el legislador a través del artículo 187 de la Ley Orgánica de Régimen Municipal, la impuso para todos y cada uno de los Municipios de Venezuela.
Sin embargo, aquí en Ciudad Bolívar, la figura del Cronista, se conocía desde los años cuarenta en la persona del Bachiller Ernesto Sifontes que más que cronista de la Ciudad era cronista del Orinoco. En ese tiempo, más precisamente en el 45, la Municipalidad de Caracas dictó una Ordenanza y designó por primera vez el Cronista, recayendo esta función en el escritor, diplomático y periodista valenciano Enrique Bernardo Nuñez, quien lo fue de por vida.
De ese año, período del Medinismo, databa la Ley del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación, refrendada por el entonces Ministro de Interiores, Arturo Uslar Pietri, recientemente sustituida por la Ley del Patrimonio Cultural de Venezuela. Comenzaba entonces un despertar por la investigación, la divulgación, reconstrucción, prevención y conservación de la memoria del pasado. Aunque oficialmente no existía hasta ese momento, la figura del cronista, es evidente que desde mucho antes intelectuales con vocación venían ejerciendo ese oficio. De manera, que primero fue el cronista espontáneo y luego el cronista oficialmente reconocido como tal. Las dos figuras continúan coexistiendo, por lo que la condición de cronista nunca se pierde aun cuando oficialmente no sea reconocido como tal. En Ciudad Bolívar, tan rica en valores culturales, se distinguieron como cronistas espontáneos y asimismo como socios correspondientes de la Academia Nacional de la Historia, José Angel Ruiz, Luis Aristeguieta Grillet, Bartolomé Tavera Acosta, Luis Felipe Vargas Pizarro, J. M. Agosto Méndez, Juan Manuel Sucre, Héctor Núñez Santodomingo, Eduardo Oxford, Ernesto Sifontes, José Francisco Miranda, Constantino Maradei Donato, Horacio Cabrera Sifontes y Manuel Alfredo Rodríguez. Este último miembro numerario.
El primer cronista oficial, designado por el Concejo Municipal de Ciudad Bolívar, fue el doctor Adán Blanco Ledezma, seguido por Angel del Valle Morales, José Eugenio Sánchez Negrón y Américo Fernández.
En el resto del Estado, Leopoldo Villalobos y Guarisma Álvarez (Caroni), Juan Francisco Girón y Angel Romero (Upata), Ramón Sebastián Enmanuelli (El Callao), Roberto Ferrer (Tumeremo), Luis Emilio Hurtado Zorrilla (Ciudad Piar), Israel Rivas Muñoz (El Palmar), Abel Fuenmayor (Maripa), Milton Rojas (Caicara) y Marcelis Bastardo (El Manteco).
Estando el cargo vacante, el Concejo Municipal de Heres que culminó su período en el 89, no quiso despedirse sin antes llenar el vacío de quien por vida había sido el Cronista de la ciudad, el poeta José Sánchez Negrón, y lo hizo atendiendo una solicitud de los gremios de periodistas, abogados laborales y sindicato de la prensa que proponían el nombre de Américo Fernández.
No es fácil ser Cronista de la Ciudad por lo difícil que es ser reportero, crítico cruzado y juez. Esto, en términos periodísticos, vale decir, en la forma como el periodismo lo conceptúa, pues cuando se trata de ser cronista de la ciudad, el concepto va más allá.
El Cronista de la Ciudad fundamentalmente debe investigar, divulgar la vida de la Ciudad y cuidar celosamente de sus valores históricos, artísticos y arquitectónicos tal como en su oportunidad lo hicieron y lo hacen en Caracas Enrique Bernardo Nuñez, Mario Briceño Iragorri, Mauro Páez Pumar, José Schael, Carmen Clemente Travieso y Juan Montenegro.
A juicio de Julio Febres Cordero, el Cronista de la Ciudad tiene que ser esencialmente escritor e historiador y contar entre sus atribuciones la de velar por la conservación y mejoramiento del Archivo Municipal y asimismo servir de asesor al Consejo en las consultas requeridas.
Julio Barroeta Lara, Cronista de Valencia, director del Cuerpo C del diario El Nacional durante varios años, profesor universitario y jurado de mi tesis de grado, lo conceptúa como “divulgador de la vida parroquiana de antes y de ahora y capaz de reconstruir trozos del pasado”. Para Misael Salazar Leydenz, Cronista de Coro, es “explorador, afianza la identidad, investiga el presente y el pasado y su legado es tesoro valioso para el futuro”. José Vicente Henrique, Cronista de los Andes, configura al cronista como “un intelectual de buen suceso porque se ha nutrido de las raíces de su pueblo”.
Venezuela tiene en Juan de Castellano, Pedro de Aguado, Pedro Simón, José Oviedo y Baños, José Gumilla y Felipe Salvador Gilij, a los más relevantes cronistas de la Colonia. Juan de Castellano fue cronista muy singular pues “Elegías de varones Ilustres de Indias” es una crónica en versos. Tal vez los versos más largos de la lengua castellana, muy criticado por cierto, pero considerada su Elegías como una preciosa fuente para el estudio de esos años de nuestra historia. La historia del Siglo XVI. Nacido en Sevilla, llegó muy joven e nuestro continente (1539) y murió en Tunja a la edad de 85 años (1607). Destaca su obra “Elogio de las Islas Orientales”.
Pedro de Aguado, misionero franciscano, considerado el primer historiador de Venezuela, nació en Valdemoro, (España) en 1538 y falleció en Colombia en 1539. Fray Pedro de Aguado fue teólogo, matemático e historiador. Autor del libro “Noticias Historiales relativas a Santa Marta, Nuevo Reino de Granada y Venezuela” que sirvió a sus sucesores Fray Pedro Simón y José de Oviedo y Baños, entre otros.
Pedro Simón, nacido en San Lorenzo de la Parrilla, España, era franciscano. Fue uno de los cronistas de Indias y el primero que elaboró metódicamente la Historia de Venezuela. No se conoce el lugar ni la fecha de su muerte y su obra fundamental “Noticias Historiales de las conquistas de Tierra Firme” comenzó a escribirla a comienzos del siglo diecisiete cuando llegó al Virreinato de Nueva Granada.
José de Oviedo y Baños, nació en Bogotá, 1671, y murió en Caracas donde vivió 52 años, el 22 de noviembre de 1738. Escribió “Historia de la Conquista” y “Población de la Provincias de Venezuela” y se considera como el primer gran historiador de Venezuela. Su obra es una verdadera crónica, serena, densa y auténtica de la Capitanía de Venezuela, donde resaltan. Los Belzares, el Tirano Aguirre y Diego de Lozada. Se publicó por primera vez en Madrid en 1723 y sólo fue reimpresa un siglo después de Caracas.
José Gumilla, misionero, historiador y lingüista, autor del Orinoco Ilustrado, nació en Cárcer España, 1686, y falleció en Colombia (1705), donde estudió filosofía y teología. Se inició como misionero de la Compañía de Jesús a todo lo largo de la geografía llanera y orinoquense en 1716 y su principal obra El Orinoco Ilustrado constituyó un libro de gran impacto y polémica en el mundo europeo. En su expedición vino el también misionero italiano Felipe Salvador Gilij, quien permaneció 19 años en el Orinoco y mejor escribió sobre la orinoquia, durante el período hispánico. Da cuenta de la etnia Tamanaco que tenían por Dios a Amalivaca.
La figura del Cronista oficial la consagró por primera vez la Municipalidad de Caracas en 1945 y a partir de allí ha sido adoptada por las principales ciudades a través de sus Consejos Municipales.
En 1968 se constituyó la Asociación Nacional de Cronista Oficiales de Ciudades de Venezuela (ANCOV) que regularmente celebra una Convención anual para interaccionar con los cronistas de todo el país. La primera ocurrió en Valencia ese mismo año de 1968 y adopto el 20 de Mayo como Día Nacional del Cronista en homenaje a Enrique Bernardo Núñez, primer Cronista oficial de Caracas y quien nació esa fecha (1895).  
En la convención de Coro, se acogió un proyecto de Ordenanza modelos para todos los Consejos Municipales del País que define y norma las funciones y obligaciones tanto del Cronista como de la Municipalidad con respecto al Cronista. Ese proyecto ya ley u ordenanza en las ciudades principales de Venezuela, establece que el Cronista Municipal es de por vida o permanente y que la condición de tal sólo se pierde por renuncia, incapacidad o sentencia penal condenatoria de tipo judicial.
Según Lourdes Dubuc, Cronista de Boconó, los cronistas son personas de vocación, a los cuales se les ha oficializado el cargo luego de una trayectoria cumplida. Sin embargo, la situación que se perfila ahora es por fuerza del Artículo 187 de la Ley Orgánica de Régimen Municipal que establece que todo él Municipio tendrá su Cronista. Lo cierto es que ahora los Cronistas están legalmente amparados y la Municipalidad de hecho tiene a quien acudir para casos de consultas.
Pero ahora que existe la norma legal, la preocupación en las últimas Convenciones ha estado centrada en el asunto de la Ordenanza y en el problema de si el Cronista debe ser funcionario municipal, en cuyo caso estaría sujeto a un sueldo y a las contingencias que significa un cargo remunerado que le exigiría una serie de obligaciones.
En el Estado Trujillo, los Cronistas son Ad- Honorem al igual que el de Ciudad Bolívar, a condición de que la Municipalidad les otorgue una Oficina con una Secretaria y un Archivista, gastos de representación y partida para él funcionamiento cabal de la oficina (Esto jamás ha ocurrido en Ciudad Bolívar).


La Ordenanza Municipal establece la figura del cronista vitalicio no sólo porque tradicionalmente ha sido así, sino porque la misma naturaleza del trabajo lo exige. El cargo de cronista debe ser vitalicio o permanente (el vocablo es lo de menos, puede ser expreso o tácito como en la Constitución Nacional del 61 con respecto a los senadores ex Presidentes de la República) como lo establecen las ordenanzas de Coro, Punto Fijo, Barquisimeto y casi todas las de otras ciudades de centro, occidente y oriente, a no ser que razones de salud, manifiesta incompetencia o negligencia, le impida al Cronista ejercer con propiedad las funciones que les son inherentes. (AF)

domingo, 5 de mayo de 2019

HENRI CORRADINI BUSCABA EN LOS INDIOS UNA FORMA IDEAL PARA VIVIR.




En la Ciudad Bolívar, de finales de los años 40 del siglo pasado, vivía, estudiaba, creaba y trabajaba ar­dorosamente un hombre casi magro, espigado, que un día, después de la gran guerra que estremeció al mundo, abandonó la capi­tal de las Bocas del Ródano que lo vio nacer y se vino para Venezuela, país casi vecino del Mato Gro­sso brasilero del que tan­to oyó hablar en su juventud y el que algún día deseaba explorar para descubrir el mundo fabulo­so de los indios.
Pero después de tantos años en la tierra de los vene­zolanos Henry Corradini encontró lo que buscaba, una población in­dígena, interesante de la que en siete años de con­tinuo estu­dio pudo aprender.
Veinticinco mil pies de película filmados, infinidad de fotografías y un volu­minoso material de datos que luego se vertieron en  libros y revistas, pero no fue suficiente, hubo que inquirir más, aunque no fue posible, tratar de encontrar el eslabón perdido de la raza americana.
Empezó Corradini un día por los Panares y por los Makiritares, dos gru­pos étnicos con todo un cuerpo social y una filoso­fía únicos, establecidos a­caso desde milenios, y  comenzó aproximarse a los Chikanos, los indios más temibles y recelosos de, la selva gua­yanesa.
El Alto Sariapo, el Alto Cuchivero, el Erebato y el Sanemá fueron puntos fa­miliares en la vida de Hen­ry Corradini y a ellos iba durante mucho tiempo que le- quitaba a su Taller de Publicidad. Para esas excursiones, el pintor contaba con indios amigos y con su inseparable compañera  la socióloga María Eugenia Villalón, graduada precisamente en los Estados Unidos con una tesis sobre la étnia Sanemá del Alto Caura.
 Henri Corradini buscaba una forma ideal para vivir  y la encontró sin poder adaptarseSegún me decía, los in­dios están viviendo lo que nosotros nos empeñamos con las variadas teorías del socialismo. En su vida cotidiana aplican concep­tos que nuestros sociólo­gos buscan afanosamente para librarnos de las contradicciones e injusticias actuales.  Entonces vivía acompañado de María Eúgenia Villaón, rodeado de interesantes pinturas surrealistas y de esculturas creadas por su genio de artista.  Además de pinturas, había  libros in­teresantes, luces apropiadas, una pequeña máqui­na de escribir, un toca-disco y un silencio tan solo pertur­bado por la lluvia y el pa­so ocasional de los auto­móviles.
Negaba ser sociólogo, antropólogo, arqueólogo, paleógrafo, tal vez porque carecía de tí­tulos, pero podía ser to­das estas especialidades reunidas porque hablaba de ellas con la propiedad de un especialista. La auto-didáctica a veces da va­lores superiores y más ú­tiles a la humanidad y a la ciencia y aquí pudiéra­mos estar frente a un e­jemplo.
Aseguraba que en la sociedad indígena podemos encon­trar ejemplos de vida ideales. En las socie­dades aisladas de la sel­va no se comercia ni exis­te el dinero. El individuo es a la vez creador y bene­ficiario directo de sus me­dios de producción. La, ex­plotación -del hombre por el hombre es desconocida. El cacique se impone por su capacidad y manda por el ejemplo. No existe la fuerza de coerción policía­ca y la libertad individual es cosa sagrada. El egoís­mo y la injusticia no exis­ten entre los indios.  Por lo tanto, era opuesto a transculturar al indio A los indios debe dejarse tal como están mientras nada mejor haya que ofrecerles. (AF)

sábado, 4 de mayo de 2019

Orlando Uzcátegui



Orlando Uzcátegui, aboga­do que se  labró un nombre aquí en Guayana durante el curso de su vida, nunca perdió la pers­pectiva de su oficio.  Jamás la perdió este señor al­to, franco e inspirado por el credo de la francmaso­nería, cuyos instrumen­tos de albañilería masóni­ca le sirvieron para le­vantar muros de obstácu­los a todo lo que se erigiera contra el bien.
Era de los que afirma­mos que no importa dónde se nace, sino dónde y por quién el hombre realiza su mejor obra. Aquí él trató de hacerla y si muchas veces la dinámica exigente de la profe­sión se presentó co­mo contratiempo, no por ello dejó de insis­tir y buscar rumbos co­mo cuando selló el compromiso de partici­par como aspirante a concejal de Ciudad Bolívar.
Orlando Uzcátegui, fue un in-independiente que huía de la discipli­na rígida de partidos, esto no obstante, no fue óbice para mantener sus simpatías por Unión Re­publicana Democrática, desde la propia existencia de ese partido cuando era el "partidito del autobús”.
En las elecciones del 59 URD postuló en el cuarto lugar de su lista de Con­cejales por Heres al Dr. Orlando Uzcátegui. La muerte del Pope Gómez le abrió el camino al Ayunta­miento, pues URD en aque­lla época era la segunda fuerza del Estado y tenía tres concejales en Heres. Uzcátegui que era el pri­mer suplente se abstuvo­ para dejar la curul a la disposición del partido que lo exigía.
URD queriendo en 1973 premiar su lealtad de simpatizante y su capacidad de profesio­nal y conducta ejemplar le ofreció encabezar la lista de aspirantes a Concejales por Heres y aceptó la responsabilidad consciente de que podría apor­tar experiencia profesio­nal para corregir los ma­les que entraban muchos aspectos vitales del Dis­trito, especialmente de la Capital.
Podríamos decir que Uz­cátegui era un hombre apurado y atareado, tan pronto estaba aquí como en Ciu­dad Guayana y en Upata. Su escritorio frecuente­mente estaba lleno de casos y con un pie en el edificio Mancini y otro en el estribo de la camioneta azul que lo llevaba al interior del estado.
Pretendía Uzcátegui corregir entonces los  muchos males que esco­llaban el avance de la ciudad a metas más significativas dentro de lo social, lo cultural y lo productivo.
Le preocupaban el aseo y ornato de la ciudad; la venta de parce­las ejidales y  los pre­cios de artículos de pri­mera necesidad.
A Uzcátegui no se le ol­vidaba cuando René Ottolina, reconocido animador de televisión, se ubicó en el Mirador Angostura y pidió una esco­ba para barrer alrededor donde haría una filmación.  A propósito decía Uzcátegui que quien sea que venga a esta ciudad debería llevarse de ella el recuerdo más hermoso porque así nos proyectaremos mejor y quien venga por prime­ra vez seguiría viniendo siempre y hará que otros nos frecuenten.
En cuanto a los ejidos criticaba  la mala administración. Nunca ha habido control sobre la venta de tie­rras y hay gente viva que se enriquece porque el Concejo, adrede o ingenuamente se lo está facilitando. No hay derecho para que una persona que tenga casa y terreno pueda comprar al Concejo más parcelas a precios de ganga para el negocio de la reventa. Ningún ciudadano debe tener más de un te­rreno cedido por el Con­cejo, salvo que ese otro terreno que reclame sea para instalar una fuente de trabajo.
Y sobre el régimen de precios es otro paquete al que el Concejo le ha rehu­ido en perjuicio de los ha­bitantes de bajos recur­sos.
La administra­ción Municipal de Heres se destaca por la intensa propaganda política en los. barrios, tratando de ganar adeptos con obras que es­tá obligada a ejecutar, porque los dineros que en ellas se invierten no son de ningún concejal en particular, sino dineros del pueblo, recabados a través de los impuestos y las ventas de sus bienes. (AF)