domingo, 5 de mayo de 2019

HENRI CORRADINI BUSCABA EN LOS INDIOS UNA FORMA IDEAL PARA VIVIR.




En la Ciudad Bolívar, de finales de los años 40 del siglo pasado, vivía, estudiaba, creaba y trabajaba ar­dorosamente un hombre casi magro, espigado, que un día, después de la gran guerra que estremeció al mundo, abandonó la capi­tal de las Bocas del Ródano que lo vio nacer y se vino para Venezuela, país casi vecino del Mato Gro­sso brasilero del que tan­to oyó hablar en su juventud y el que algún día deseaba explorar para descubrir el mundo fabulo­so de los indios.
Pero después de tantos años en la tierra de los vene­zolanos Henry Corradini encontró lo que buscaba, una población in­dígena, interesante de la que en siete años de con­tinuo estu­dio pudo aprender.
Veinticinco mil pies de película filmados, infinidad de fotografías y un volu­minoso material de datos que luego se vertieron en  libros y revistas, pero no fue suficiente, hubo que inquirir más, aunque no fue posible, tratar de encontrar el eslabón perdido de la raza americana.
Empezó Corradini un día por los Panares y por los Makiritares, dos gru­pos étnicos con todo un cuerpo social y una filoso­fía únicos, establecidos a­caso desde milenios, y  comenzó aproximarse a los Chikanos, los indios más temibles y recelosos de, la selva gua­yanesa.
El Alto Sariapo, el Alto Cuchivero, el Erebato y el Sanemá fueron puntos fa­miliares en la vida de Hen­ry Corradini y a ellos iba durante mucho tiempo que le- quitaba a su Taller de Publicidad. Para esas excursiones, el pintor contaba con indios amigos y con su inseparable compañera  la socióloga María Eugenia Villalón, graduada precisamente en los Estados Unidos con una tesis sobre la étnia Sanemá del Alto Caura.
 Henri Corradini buscaba una forma ideal para vivir  y la encontró sin poder adaptarseSegún me decía, los in­dios están viviendo lo que nosotros nos empeñamos con las variadas teorías del socialismo. En su vida cotidiana aplican concep­tos que nuestros sociólo­gos buscan afanosamente para librarnos de las contradicciones e injusticias actuales.  Entonces vivía acompañado de María Eúgenia Villaón, rodeado de interesantes pinturas surrealistas y de esculturas creadas por su genio de artista.  Además de pinturas, había  libros in­teresantes, luces apropiadas, una pequeña máqui­na de escribir, un toca-disco y un silencio tan solo pertur­bado por la lluvia y el pa­so ocasional de los auto­móviles.
Negaba ser sociólogo, antropólogo, arqueólogo, paleógrafo, tal vez porque carecía de tí­tulos, pero podía ser to­das estas especialidades reunidas porque hablaba de ellas con la propiedad de un especialista. La auto-didáctica a veces da va­lores superiores y más ú­tiles a la humanidad y a la ciencia y aquí pudiéra­mos estar frente a un e­jemplo.
Aseguraba que en la sociedad indígena podemos encon­trar ejemplos de vida ideales. En las socie­dades aisladas de la sel­va no se comercia ni exis­te el dinero. El individuo es a la vez creador y bene­ficiario directo de sus me­dios de producción. La, ex­plotación -del hombre por el hombre es desconocida. El cacique se impone por su capacidad y manda por el ejemplo. No existe la fuerza de coerción policía­ca y la libertad individual es cosa sagrada. El egoís­mo y la injusticia no exis­ten entre los indios.  Por lo tanto, era opuesto a transculturar al indio A los indios debe dejarse tal como están mientras nada mejor haya que ofrecerles. (AF)

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