sábado, 22 de abril de 2017

Del Amargo Angostura al Cocinerito


Dentro del campo fortificante y alimenticio,  Ciudad Bolívar  trascendió nacional e internacionalmente en el siglo diecinueve gracias al “Amargo de Angostura” inventado por el médico Juan Benjamín Teófilo Siegert  y durante la última mitad del siglo veinte por el Adobo completo El Cocinerito inventado por Domingo Salvatori y el cual promocionó exitosamente ese maestro de la animación y la publicidad,  llamado Renny Ottolina.
Pero el “Amargo de Angostura” no pudo permanecer en la ciudad de origen por un conflicto de aranceles entre el gobierno de Guzmán Blanco y lo herederos de la marca. Asimismo El “Cocinerito” ya no cocina en la ciudad por posible falta de protección del Estado.
Las especias siempre estimularon el paladar de los occidentales desde los remotos tiempos medievales y del Renacimiento y numerosas expediciones marinas se llevaron a cabo en busca de las Indias Orientales donde abundan estas sustancias vegetales.  Las especias estaban entre los objetivos del Almirante Colón y de Magallanes cuando le dio la vuelta al mundo.
Quién en este mundo no desea utilizar las especias para reforzar la calidez y aroma de los alimentos? La pluralidad es infinita.  Pero antes de los años sesenta del siglo veinte, a nadie se le había ocurrido mezclar y balancear las especias hasta lograr un condimento único de ingredientes despersonalizados. Chef  profesionales, amas de casas y cocineras en general, utilizaban las especias en forma individual junto con la sal  para sazonar y aromatizar los alimentos.  A partir de los sesenta este aspecto fundamental de la cocina fue más práctico e ideal gracias al ingenio de este señor llamado Domingo Salvatori Salazar, que se puso a ensayar durante meses una fórmula doméstica y industrial que al final fue admitida y reconocida por el Estado y la sociedad venezolanos.
Luego que este novedoso producto bolivarense conquistó el mercado nacional y antillano, empresas más poderosas sacaron a la competencia adobos similares: Mc-Cormick,  La comadre,   Indiam, Iberia y Sabroseador Knorr que siempre conforme a estudio realizado por  “Aliven, SA” en 1988, estuvieron por debajo en la demanda.
De manera que Adobo completo El cocinerito pasó a ser líder en Venezuela en la línea de condimentos.  Tanto así que llegó a ganar el Trofeo Internacional de calidad.  Pero hoy el producto, por múltiple razones, no está en el mercado y es lamentable.  El señor Salvatori, con quien conversé en estos días me contó la historia y me dijo que se está ´preparando para el relanzamiento del producto.
Domingo Salvatori es un bolivarense descendiente de padre corso que se sembró en Tumeremo en 1901 y se casó allá mismo dejando una descendencia de siete hijos, entre ellos, Domingo, quien estudió primaria en Guasipati y bachillerato en el Peñalver.  Vivió 8 años en los Estados Unidos y fue miembro de sus Fuerzas Armadas.  Ya en Venezuela se casó con Iraida Josefina Álvarez en 1956.  Por esa vía se hizo amigo de Horacio Cabrera Sifontes, quien lo nombró Secretario Privado de su Gobernación en 1958 y comisionado para fomentar el Deporte en el Estado.  Después vino su aventura venturosa por lo que ha sido la obra más importante en su existencia vivencial, la industria del condimento del cual derivaron otro productos como “Sofrilisto”, “Sofrito”, “Adobito”, “Tar-ka-ri” y “Vinos de cocina”.

     

viernes, 21 de abril de 2017

Antiguo puerto de Ciudad Bolívar


Toda la costa norte de la ciudad, desde La Cerámica hasta la Carioca, era hasta los años cuarenta del siglo veinte, un recaladero de barcos de distintas esloras y velamen, pero el más común y donde prácticamente se apiñaban las naves era el arenoso puerto de La Cocuyera, antes llamada “La Escollera”  La Cocuyera” –le decían- porque por las noches se llenaba de luciérnagas que parecían estrellas salpicando de viva y fugaces luces el ambiente playero.
            El puerto de La Cocuyera era una rada, una bahía natural que se pronunciaba durante la temporada de estiaje entre la punta pedregosa del Mercado Municipal y la punta del patio del Resguardo convertido después en el Comedor popular Manuel Piar.
            Ahora a ojos vista “La Cocuyera” no existe por quedar fuera del juego dinámico de la navegación de cabotaje, agredida por la mampostería del nuevo malecón y porque la navegación a vela quedó anclada en el pasado, es decir, quedó superada por las máquinas de propulsión y los grandes barcos mineros que no tienen porque arriesgarse hasta donde ahora no hay fluvial vida comercial, no hay cocuyos, no hay caleta, ni siquiera Aduana sino un enorme paredón con la consigna armada “Patria o muerte, venceremos”,  Vencida quedó la ciudad al ser despojada de su Aduana y mutilada su Capitanía de Puerto.  Hasta el astillero que Alberto Minet tenía en La Trinidad  desapareció. 
            Quien bien describe en feliz romance lo que era el puerto  antiguo es el poeta Héctor Guillermo Villalobos. “Estampas del Puerto en domingo” es un romance que el poeta fecha en 1942 y en el cual evoca los mástiles embanderados, los barcos parecidos a chozas levantadas en la orilla, al humo de las cocinas confundido con el humo de las pipas de los viejos contramaestres.
            No obstante que el domingo no había movimientos de caleta parecía más claro, alegre e iluminado por los parroquianos con sus típicos trajes domingueros paseándose por La Alameda colmada de árboles frondosos y desde lo alto de la catedral las campanas llamando a misa, el lamento de las guaruras marineras, el clarín del guarda-costa perforando la lejanía, los pájaros aleteando en el tope de las grímpolas, el coloquio de lo vecinos del agua, los chistes, las canciones, las risas.   
Todo un ambiente natural y espontáneo que insufla las arterias del poeta: Mañana de madrugada / va a salir la "Carmen Luisa". /  La balandra se acicala / como una mujer bonita. /En el espejo del río / su esbelta silueta admira, / mientras sus hombres alegres / repasan velas y drizas. / Sueña en el amanecer / la balandra "Carmen Luisa": / entre rumor de aparejos / y voces de despedida / se irá como una mujer, / henchido el seno de brisa. / Es un caimán soñoliento / el bongo "Las Tres Marías". / Descansa en el fondeadero / mientras remiendan su quilla. / El patrón está en la popa / mirando el agua dormida. / Masca tabaco y escupe. / Se llama Pancho Medina /  y es un manco veterano / en más de cien travesías. / Pancho Medina se llama, / pero su nombre de pila / se lo cambiaron sus hombres / por el de "Pancho Mandinga" / desde que cruzó "El Infierno" / en un bote de espadilla... / De Río Negro hasta Las Bocas, / patrón de "Las Tres Marías", / con el puño en el timón / ¿quién no respeta a "Mandinga"? / Allí está el bote "Confianza" /  y a su costado el "Pichincha" / y el "tres-puños" "Luisa Cáceres" / que llegó de Margarita; / "Las Tres Divinas Personas" / y la "Josefa María", / la "Buena Fe", "La Esperanza" / del capitán Leoncio Piña, / y tantos más... todos juntos /  ¡como una sola familia! …”(AF)



miércoles, 12 de abril de 2017

ASILO SAN VICENTE DE PAÚL

29 de noviembre de 1927 fue fundado el Asilo San Vicente de Paúl por las hermanas franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús, bajo la tutela de la Madre Superior  Isabel Lagrange, fundadora igualmente de la Congregación que en Ciudad Bolívar tiene como misión velar por la salud y mejor vida de los ancianos desvalidos.
         El mes anterior, el Asilo cumplió 82 años de fundado y el aniversario pasó, como suele decirse coloquialmente, por debajo de la mesa, y no podía ser de otra manera si bien sabemos las penurias que está pasando ese santo y noble refugio de los que ya concluyen su período vital.
         El asilo asiste internamente como huéspedes permanentes a  58 ancianos entre hombres y mujeres, allí, en el mismo lugar de siempre, en la avenida que adoptó su propio nombre porque fue uno de los primeros establecimientos cimentados en este lugar cuando era “monte y culebra”, un simple terreno cercado, con un molino de viento que extraía el agua de un profundo aljibe e improvisados cubículos que a lo largo de estos ocho decenios se han venido transformando en lo que es hoy el establecimiento, más confortable, con árboles frondosos, jardinería, aves gorgoteando sobre las ramas  y patios de reposo que hacen al anciano una vida más consustanciada con la naturaleza.
         Y ¿cómo las hermanas devotas de San Francisco de Asís, patrón de los ecologistas y curador de los leprosos, sostienen este refugio de los ancianos? Prácticamente con dádivas del sector privado y del sector público, pero nunca suficientes para cubrir las erogaciones que mensualmente deben realizar por concepto de medicinas, alimentación,  administración, servicios, mantenimiento y recreación.  El déficit actual por efectos de la inflación es de 27 mil bolívares fuertes que bien pudiera cubrir el petróleo, pero lamentablemente el oro negro sólo alcanza para satisfacer la corrupción y las  necesidades ajenas a nuestro país.
         No se bajo la tutela de cual sacerdote de la Iglesia Católica está hoy el Asilo San Vicente de Paúl y qué tanto podría aportar ahora que prácticamente los mentores de la iglesia están en conflicto con el Gobierno.  Sólo podríamos dar cuenta que  Monseñor Samuel Pinto Gómez, el Vicario de la Diócesis ya no está para salir a abogar por los desvalidos.  Claro, él  aceptó servir por una temporada de dos meses en el Asilo de Ancianos San Vicente de Paúl, que se transformaron en 22 años de labor interrumpida, pero ya no puede más, de todas formas para él fue una gran lección de vida, agradable y también trágica por aquellas familias que buscaban para encerrar a sus ancianos porque a pesar de quererlos mucho, estorbaban en sus casas.  
         Si estuviéramos en la antigua Roma, las cosas serían distintas porque allá había una especie de Gerontocracia y en consecuencia los viejos desvalidos tenían mejor trato, protección social y consideración.  Durante la monarquía de Roma, el rey era elegido por el Consejo de Ancianos (Senado), asamblea que después se convirtió en consejo asesor de los cónsules. En la Francia revolucionaria, el poder legislativo fue ejercido por una asamblea bicameral compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos.  Pero en la Venezuela moderna, saudita, socialista y petrolera, las cosas funcionan de otra manera.
         Muy poco puede hacer la directora actual del Asilo, María del Socorro Hernau junto con las otras hermanas. Necesita un voluntariado dispuesto a exigirle más que a la ciudadanía al Gobierno en cualquiera de sus niveles para que mire con preocupación hacia ese establecimiento donde terminan de cumplir su ciclo vida los que de alguna manera se agotaron sirviendo a esta ciudad. (AF)
        
(AF)
        


martes, 11 de abril de 2017

José Francisco Calloca


José Francisco Calloca, italiano,  vivió en Ciudad Bolívar desde finales del siglo diecinueve, luego que vino como componente de una Compañía de ópera contratada para actuar en el Teatro Bolívar.
         En esa ocasión, su paisano y amigo Miguel Denti, quien ejercía la dirección de la Banda del Estado, le ofreció y aceptó la subdirección de la banda  además de ejecutar dentro de ella el clarinete. También ejecutaba el forgot y el piano.  Para Denti fue de mucho beneficio el ingreso de Calloca a la Banda pues necesitaba ayuda de cierta calidad para poder atender un negocio que había montado en la ciudad.
A principios del Siglo veinte, Miguel Denti, quién sería más tarde el padre de Nicanor Santamaría, profesor de cuatro, fue suplantado por Manuel Jara Colmenares en la Dirección de  la Banda y Calloca comisionado por el Gobierno para organizar la Banda Marcial del Batallón “21 de Diciembre” acantonado en la ciudad.  El 10 de septiembre de 1908 debutó dicha  Banda Marcial y desde entonces comenzó a alternarse por las tardes en las retretas de la Alameda, Plaza Miranda y Plaza Arismendi.
Dado el éxito de Calloca en la fundación de la Banda, fue requerido desde Caracas como maestro instructor de un regimiento y el Viernes Santo de 1914  estrenó en el Templo Altagracia su composición “La Paráfrasis de Job”.   En su edición del 28 de abril de 1914, el vespertino El Luchador de los Hermanos Suegar  dedica la siguiente nota al músico y compositor italiano José Francisco Calloca: “Este apreciado amigo, quien dejó gratos recuerdos en esta ciudad, donde desempeñó la dirección de la Banda Marcial y la subdirección de la Banda del Estado y quien en la actualidad es Maestro Instructor de un regimiento en Caracas, acaba de estrenar en el templo Altagracia durante los ritos del Viernes Santos, su composición “La paráfrasis de Job”.
Al año siguiente vuelve a Ciudad Bolívar contratado por el Gobierno de Marcelino Torres García para ponerse al frente de una Academia de Música creada por el Ejecutivo con vista a la reestructuración de la Banda del Estado, debilitada por carencia de instrumentistas.  Manuel Jara Colmenares pasa entonces a dirigir la Banda Marcial del Batallón Rivas que vino a acantonarse en la ciudad.
El 19 de diciembre de 1916, el Presidente del Estado, general Marcelino Torres García, decretó la creación de la Banda Gómez del Estado y designó a José Francisco Calloca como director.  Este formó la Banda con los egresados de la Academia de Música y los equipa con uniformes e instrumentos importados de Italia.  De la casa italiana Adolfo Lapiani llegaron dos juegos de 44 uniformes de gala y de media gala.  Los primeros de excelente paño negro, tipo dolmen, de dos hileras de botones plateados y brandeburgos blancos y azules, más su correspondiente kepis de forma alta, semejantes al usado por ciertos cuerpos  de la infantería italiana, con plumero blanco y azul, cucarda en los colores venezolanos y una lira plateada, y los segundos de dril y kaki  con sus distintivos e insignias.
Los directores de la Banda del Estado han estado, por lo general, sujetos a los cambios de Gobernadores.  Así, cuando el general Silverio González, fue designado Presidente del Estado en marzo de 1924, hizo que José Francisco Calloca se dedicara a tiempo completo a su lucrativo oficio de agente de comercio –importador y mayorista- (importaba materiales artísticos, perfumes, pajillas, automóviles) y dejara la dirección de la banda en manos de su alumno más destacado,  José Francisco Miranda (Fitzi), quien venía ejerciendo la subdirección.  Calloca al final liquidaría el negocio y se radicaría en Caracas, donde falleció a muy avanzada edad.


         

lunes, 10 de abril de 2017

El hijo del campanero


Guillermo, el hijo del campanero, apenas contaba 14 años y su entusiasmo mayor era montar voladores en tiempo de cuaresma cuando la brisa del Este encuentra en el Orinoco cause abierto para soplar las velas de las frágiles embarcaciones fluviales.
         A veces es el viento barinés que viene desde los valles de Santo Domingo a cambiar el rumbo de los aviones que aterrizan en el aeropuerto de Ciudad Bolívar, pero que también sirve para elevar los voladores, cometas, papagayos o, papelotes, como lo llaman los mexicanos.
         Ser hijo del campanero era hasta cierto punto un privilegio en los años cuarenta porque allá arriba sobre el tejado que cubre las naves arqueadas de la Iglesia Catedral se podía subir utilizando los escaños de la torre e izar bien alto los voladores.
         Una tarde veraniega Guillermo estaba tan emocionado aprovechando la fuerza sostenida de la brisa que se fue con su volador siguiendo el rastro ondulado del tejado que conduce hacia la claraboya de cristal hasta que sin siquiera presentirlo hizo trizas con sus pies descalzos la ventana trasparente y cayo como una ofrenda sobre el altar mayor levantando las rodillas de la feligresía allí orando al silencio interrumpido por el ruido brusco y sordo de la muerte.
         El trágico suceso conmovió hondamente a la ciudad entera y nunca las campanas hicieron sentir más nítido, dolido y sonoro el badajo contra el bronce fundido hacía tantos años en alguna forja catalana.
         “Murió trágicamente Guillermo, el hijo del Campanero, el hijo predilecto del Sacristán que bautizó Dámaso Cardozo y confirmó Monseñor Miguel Antonio Mejía”, fue la queja dolida y resignada de las esquinas y vecinos.
         El volador de Guillermo también feneció con su cuerda y rabo de hilachas enredado en el ramaje de la arboleda de la plaza.  Desde entonces los muchachos  renunciaron a las azoteas como habían renunciado a las calles sembradas de postes tensados de tendidos eléctricos y se refugiaron en los playones veraniegos del Orinoco a riesgo de quedar también atrapados sus voladores por las jarcias de los barcos surtos o anclados en el puerto.
         El campanero después no pudo sostenerse sobre los escaños ascendentes de la torre del campanario. El mundo aprisionado en su cerebro se le colaba por la caverna oscura del campanario  hasta  caer en el desmayo que lo depositaba sobre los huesos tiernos de Guillermo.  Su mujer lo revivía con yerbas y la fregosa surtida por sus vecinos.  Así se eternizó en la espera de que algún día resucitara con la fuerza espiritual que le insuflaban los sacerdotes de la iglesia y la energía piadosa de la feligresía.  Pero nunca ese día llegó sino cuando ya no pudo más afinar los oídos para que entrara de lleno el redoblar incesante de las campanas en cuyas ondas saltaba el volador empinado de su hijo.


         Nunca el sermón alusivo del Vicario fue más enternecedor y elocuente.  Se imaginó centenares de voladores cortejando a Guillermo en su viaje por el cielo.  La historia trajo a su mente al notable sabio del helenismo, Aquitas de Tarento,  que se trepaba en las rocas a poner a prueba su invento. Recordó también al guerrero  asiático Han Sin que lo concibió con fines bélicos, y a Franklin para probar que los rayos tenían mucho que ver con la electricidad.  Hasta aquí mismo en el Orinoco, el bachiller Ernesto Sifontes quiso utilizar los voladores como objetos aerostáticos para sus investigaciones meteorológicas, pero ninguno tuvo el resultado trágico que segó la vida temprana de Guillermo, el hijo predilecto del campanero.(AF)