martes, 10 de septiembre de 2013

100 años del pediatra Héctor Rafael Bello


El Pediatra de Ciudad Bolívar, Héctor Rafael Bello, está cumpliendo hoy cien años de existencia, rodeado de miembros de la familia venidos de Caracas y Ciudad Guayana, evidentemente regocijados todos, por lo que se considera en nuestros días una proeza, no sólo por la extremada situación de violencia e inseguridad sino porque la expectativa de vida del venezolano debe estar por los setenta años, pero el doctor Bello, caminando erguido, sin bastón evidentemente y con una lucidez admirable, ha superado esa barrera como bien lo superó en su tiempo el ex esclavo Charles Smith del que se piensa ha sido el norteamericano más longevo.  Vivió 130 años
El doctor Bello, siempre tocado con una gorra vasca, parece haber nacido en Ambuquí, valle a 220 kilómetros al norte de Quito donde la mayoría de la población supera los cien años, pero no, es orinoquense puro.  Dice que nació el 10 de septiembre de 1913 en los predios de la Plaza Miranda, la más alta de Ciudad Bolívar, des­cendiente del núcleo de los Bello que luego se ramificó hacia la Alameda, Cruz Verde y Paseo Gáspari. Fue alumno del bachiller Ramón Anto­nio Pérez y egresó de la Escuela de Medicina de la Universidad Central en 1940.
Antes de ser médico, fue maestro de escuela  en las minas El Perú de El Callao en 1936.  Alumnos suyos fueron: Juve­nal Herrera y Luis Manuel Báez. Empezó a ejercer la medicina en zonas ruralesl de Panaquire, El Cla­vo y Humocaro Alto. Lue­go ascendió a la Dirección del Hospital Ruiz y Páez en 1947 y ejerció otros impor­tantes cargos como pedia­tra y venerólogo durante 23 años en Bolívar y 20 en Caracas. Siendo director de Sanidad en 1948 le tocó poner en ejecución el pro­yecto del ambulatorio fluvial que el doctor Bello prefería llamar “Medicaturas Flotantes del Orino­co”.
Los ambulatorios o Medi­caturas flotantes cumplie­ron cabalmente su cometi­do prestando servicio médico asistencial a los pueblos ribereños del Ori­noco y el Delta. Nada me­jor en esta materia se le había ocurrido a Sanidad y nunca antes tan bien atendidos estuvieron los case­ríos de las márgenes orino­quenses; sin embargo, el servicio apenas se mantuvo durante ocho o diez años, el tiempo que duró la tan re­pudiada dictadura perezji­menista que ahora parecen añorar unos cuantos. Para 1958, muchos habían anda­do las parsimoniosas gaba­rras que surcaban las aguas del río padre para llevarles medicina, atención y trata­miento a las secularmente desasistidas comunidades de pescadores, campesinos e indígenas de las riberas. Pero la prolongación de la vida de los seres como de las cosas depende del cuido y la capacidad de reproduc­ción. En el caso de los hospitales flotantes boliva­renses, la falta de manteni­miento acentuó su desgaste y tampoco hubo preocupa­ción para reemplazarlos. Un día le sacaron los moto­res centrales con la inten­ción de re-potenciarlos, pero jamás volvieron. Lo que se re-potenciaron fue la impotencia de los margina­dos del Orinoco que no pudieron cobrar ni siquiera con el voto de la democra­cia el derecho que les dan los artículo respectivos de la Constitución Nacional.
El hospital flotante "Agosto Méndez" quedó para siempre varado en las riberas del Orinoco, en la zona de La Carioca. Allí donde ancló por última vez a la espera de su motor central, se lo tragó la arena, la maleza y el río, mientras el "Arnoldo Gabaldón" corrió la misma suerte en las playas de Tucupita.
El doctor Bello cuando armó esas unidades flotantes y las puso a navegar, las imaginaba  con una longevidad superior a la de él a más aún a la del negro esclavo  Charles Smith.



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