viernes, 29 de noviembre de 2013

Mara Vitanza en el Museo Soto


Mara Vitanza (viernes 10 am) expone sus piezas de barro y fuego en una de la salas del Museo de Arte Moderno Jesús Soto para cerrar el ciclo de su periplo de artista con broche de terracota y gres iniciado en Florencia hace más de cincuenta años.
         Ya está, como quien dice, en la etapa última de su vida y no quiere irse sin dejar la impronta de su arte en la memoria de los bolivarenses.  La impronta de lo que fue capaz de hacer con la arcilla de las milenarias tierras del Orinoco.
En su espaciosa casa de la calla Maracay vive y trabajó durante muchos años dibujando, pintando, modelando el barro y exigiéndole al fuego lo que debía  dar para que la obra fuera feliz.
Mara no sólo es flo­rentina por haber nacido hace siete decenios en aquella tierra etrusca, si­no fundamentalmente porque es artista. Flo­rencia es desde que fue República de los Medici, centro artístico y literario de renombre.  Pero Mara Vitanza es guayanesa porque, aunque vino de allá, “Maturista artística”, es aquí donde se realizó  tal como su esposo, Francisco Vitanza,  cuando vino al país para junto con Gabaldón combatir la malaria que estaba diezmando a Venezuela. 
Primero vivió en Barinas donde nació Ricardo y luego en Maracay donde advino  Roberto, siguiendo  a Ma­turín donde nació Darío. No tiene hijo guayanés. Sus únicos hijos angos­tureños son su arte y su "Reinita", un diminuto pájaro que fabricó su nido en la colgante araña de cristal sin im­portar la gente ni el ti­tilante reflejo de la luz. ¿Cómo puede un pajari­llo atravesar una rejilla de dos centímetros cua­drados para llegar hasta la sala de la quinta a ha­cer su nido?
 Mara en­cuentra la explicación en su acendrado amor por los pájaros y eso se ad­vierte en la predomi­nante temática de su obra. Los pájaros están allí, desde el pichón ham­briento que aletea y grita su hambre a todo pulmón hasta el que se encuentra sumergido en ese lenguaje abstracto de la forma a lo Henry Moore.
En Guayana, Mara encontró la paz  que el Duce Benito Mus­solini le negó a su patria cuando entró en alianza con el III Reich. Esa pa­tria toda península sem­brada en el Adriático quedó maltrecha por las bombas de la II Guerra Mundial. Afortunada­mente Roma, Venecia y Florencia fueron acep­tadas como ciudades abiertas, pero una que otra vez los equívocos malograron los términos de la excepcionalidad y tres veces en Florencia las nubes de bombar­deros aliados taparon el Sol y oscurecieron la ciu­dad. Mara está viva de milagro. Uno de esos mil dioses mitológicos que rigieran la vida de las dos grandes penínsulas mediterráneas la salvó, o, acaso, fue el Dios de todos los dioses, el que hoy está con ella, en su arte y en su esperanza? Tal vez. Lo cierto es que está aquí en el Museo  modelando la realidad de la materia que no es la que todo el mundo ve sino la que ella percibió con sus pro­pios mecanismos ner­viosos, humorales y bio­catalizadores, en fin, con sus vibraciones que vienen del propio cosmos con el cual está empatada desde su nacimiento.
Vive enamorada de Ciudad Bolívar.  Un día me dijo “La gente de Ciudad Bolívar tiene un encanto natural fascinante, es como el agua fluida de su gran Río, le discurre a uno por todo el cuerpo y uno se siente entonces como en paz con todos y con uno mismo. Por eso lo que sé nunca fue mío.  Lo entregué todo a mis alumnos de la Es­cuela "Alejandro Coli­na" que fundé.


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