jueves, 7 de noviembre de 2013

El Eterno caminante

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Mario Alejandro Guzmán Bigott, un día cualquiera y sin que lo supieran sus padres  y amigos cercanos, decidió caminar, caminar  en solitario desde Caracas hasta Argentina y lo logró a fuerza de voluntad y desafiando  y venciendo óbices y peligros selváticos del gran interland americano.
Su gran aventura individual quedó testimoniada en el libro “El eterno caminante”, escrito muy bien y con una perceptible serenidad de espíritu.
Se de otros que han realizado el recorrido, pero en automóviles y motocicletas, incluso hasta Alaska, pero creo que Mario Alejandro si no es el único es uno de los muy pocos que han cumplido esta insólita aventura.
El  argentino Alex, Alex Chacón, cumplió la misma proeza, en solitario, pero a la inversa,  utilizando una motocicleta suficientemente equipada.  Alex, un tipo que al terminar la carrera de Bioquímica decidió conocer el mundo antes de conocerse a sí mismo.
“El Eterno caminante” de  Mario Alejandro Guzmán Bigot, nativo de Ciudad Bolívar, está bien escrito: imaginación, capacidad descriptiva y de reflexión al mismo tiempo. 
El capítulo referente al vuelo de la mosca, es realmente profundo y conmovedor.  Es agradable y genial su literatura de rasgos filosóficos.
         Ubicado en la inmensidad de la selva por decisión espontánea, cuenta que se encontraba en la incertidumbre del llanto hasta que un curso de agua y una indígena rauda y silenciosa, se detuvo para que aspirara la fragancia del plátano.
         La niña de ébano, de pechos insólitos, rebosantes de lujuria le zarandea en la inesperada soledad de su infancia sumergida en la natural ingenuidad del sexo que luego fue despertando en él la sensación de lo recóndito.  Cuántas veces ocurrió en los contados meses de la estancia, no lo dice ni interesa sino que la niña campesina se perdió en la niebla del tiempo, lo marcó para siempre con su temperamento de fuego.
         Cuatro kilómetros de túnel cundido de raíces de las araucarias que ensayan otro tipo de alimento madurado con los ruidos atmosféricos de vehículos donde el pasajero absorbe la tenebrosidad del momento y sueña la realidad del día siguiente.
         El anciano desdentado además de la dentadura envuelta en papel celofán guardaba un tesoro en el bolsillo como Sófocles en el paltó de Shelley después del naufragio en el mar tirreno donde Byron lo hizo luz con la leña varada de la orilla.  El caminante eterno no podía creer en la coincidencia, pero lo cierto es que  Niestche está allí entre los dos compartiendo la miseria de una soledad inexplicable.  El anciano y el joven se encontraron y compartieron el silencio de aquella comedia de los malos aires.
         Esther es una pequeña flor perdida en el desierto de una vida preconizada por la muerte.  De manera que cuando ella quedó consagrada, toda la jauría cercana del Uruguay quedó triste y somnolienta.  Esther, imagen viva de la bondad vuela profundo sobre  la rugosa corteza de las araucarias y al desplegar sus alas de mariposa dos ochos se juntan en el corazón del viandante solitario y desperdigado por el mundo de la soledad sin fronteras.
Eres samaritano del camino.  Lo infiero de varios e-mails de tus amigos.  Dejas la marca de tus afectos en las paradas circunstanciales o eventuales.  Carlos podría ser buen ejemplo.  Te marcó y lo marcaste para siempre.  Asumiste a pie juntilla el rol de Jesús que te asignó intempestivamente tu profesor cuando te hallabas desprevenido en la última fila del aula.  Admirable tu resistencia para soportar la soledad y muchas veces la indiferencia en el largo camino que terminó haciéndote generoso con los demás a costa de tu sangre y de tu espíritu.


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