sábado, 15 de junio de 2013

¿Fósiles o Caprichos de la Naturaleza?


¿Realmente son fósiles o caprichos de la naturaleza trescientas piezas halladas por el explorador Lucas Fernández Peña en la región de la Gran Sabana, al Sureste del Estado Bolívar?
El fundador de Santa Elena de Uairén sostenía que son seres que vivieron épocas geológicas anteriores a la nuestra. Las había coleccionado a través de cuatro decenios explorando esta enigmática región sur del Estado Bolívar considerada su formación rocosa como la más antigua de Venezuela.
Extrajo estas piezas Fernández Peña de rocas sedimentarias ubicadas por él en distintos puntos de la Gran Sabana y las conservaba celosamente en su “Casa Blanca” de Santa Elena, sobre una loma verdosa con estupendos naranjos, donde también alza su belleza arquitectónica la iglesia de los misioneros capuchinos que llegaron después que el explorador.
Las tenía en hileras sobre una rústica mesa de madera y cada una se asemejaba con sorprendente fidelidad, bien a un ave, a un invertebrado marino, un pez, la media cabeza de un mamut, el cráneo de un hombre o el rostro  y la masa encefálica de una mujer decapitada. Las formas eran realmente pétreas, a semejanza de una obra de cerámica modelada por la mano del hombre, que bien pudieran ser fósiles o no a los ojos de un palenteólogo.
Lucas Fernández Peña fue en sus años mozos un estudiante de farmacia nacido en El Baúl en el que aprendió con avidez el espíritu de aventuras que culmina en esas extensas regiones de La Gran Sabana  donde amasó con inquietud emprendedora  la formación de un pueblo que ya es  municipio.
 Santa Elena de Uairén era entonces  la capital del Municipio Urdaneta del Distrito Roscio, a 15 mil kilómetros de la línea fronteriza con el Brasil y a unos cien kilómetro de la frontera con Guyana.
Con un guayare sostenido a la espalda y después de trasmontar penosamente La Escalera, Fernández Peña que para entonces contaba 29 años, llegó a este lugar en 1924 y lo primero que hizo fue echar a los ingleses que poblaban la zona, más allá de la Sierra Rinocote. Aquí fundó este pueblo de clima ideal, con ayuda de los misioneros capuchinos y se casó con María Josefa Peña, una india que le dio diez hijos. Hay unos veinte más por fuera que el anciano de 73 años se negaba a confirmar cuando un poco forzado accedió a hablar con el periodista.
De baja estatura, abundante cabello blanco y bigote, ojos azules, acuciosos e inquietos, ya no iba a la montaña a explorar como en otros tiempos. Aquí se había quedado entre sus libros y con su museo. Un museo donde además  de los presuntos fósiles también había  innumerables muestras de minerales, desde la diorita de cuarzo hasta el hierro y el manganeso.
Lucas Fernández Peña hablaba con la palabra y actitud del hombre que se había pasado toda la vida explorando, investigando y cotejando sus hallazgos con teorías geológicas y paleontológicas. En su biblioteca era fácil encontrar tratados sobre estas ciencias, tanto en español como en francés y portugués. Un tratado de paleontología de Bermuda Meléndez leía en la oportunidad de la visita a su casa.
Estaba el hombre, en plena senectud orgulloso de su edad y de su obra. A esa altura llevaba escrita más de dos mil cuartillas contentivas de sus memorias, en las que hay material  sobre el problema de la frontera  con la “Guayana Esequiba”.
Lucas Fernández Peña, nacido en el Baúl, Estado Cojedes, el 2 de enero de 1895, falleció en Santa Elena el 28 de agosto de 1987, a la edad de 92 años.



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