martes, 12 de junio de 2012

Recordando el futuro




¿Es posible recordar el futuro? Virtualmente no. Recordamos sí lo que hemos vivido en el pasado ¿Pero cómo recordar lo que no hemos vivido? Cómo recordar lo que está por venir, lo imprevisible. Quizás se podría prever o hacer una prospección del mismo. Sin embargo, Asdrúbal Grillet Correa, cree que cuando el futuro se vuelve pasado es posible recordarlo. Vale decir, como en el caso de su libro, que el futuro es posible recordarlo como suceso de los primero tiempos de la vida cuando se es adulto. Apuntalado por esta reflexión adoptó el título del libro que en la morada de Pedro Vicente Gómez bautizó el segundo sábado de junio el periodista Enrique Aristiguieta Orta utilizando pétalos púrpura de una flor, costumbre novedosa que evita la humectación.

Asdrúbal es un bolivarense de la generación de los sesenta, perteneciente a “La cuerdita” chunga de la Plaza Bolívar integrada, entre otros, por Gustavo Rodríguez y Orlando Betancourt que llegaron a ser profesionales distinguidos en el ejercicio de sus carreras.

En el caso de Asdrúbal, con múltiples estudios en universidades de Estados Unidos y Chile además de la UCV en Venezuela, tanto en el campo jurídico como económico y financiero, llegó a ser Tesorero del Banco Central de Venezuela. Autor de varios libros sobre especies monetarias publicados por la institución bancaria y coordinador de otros tantos editados por la Universidad Central de Venezuela de la que fue profesor titular.

Su libro Recordando el futuro nada tiene que ver con esos temas especializados. Se trata más bien de un libro vivencial que narra cien y una historias de muertos y aparecidos, leyendas, mitos y cuentos de camino que en su ciudad vivió, sintió, escuchó y disfrutó.

Él, miembro activo e inseparable de la llamada “Cuerdita de la Plaza Bolívar” como lo fueron en su tiempo los áureoguayanos y los edecanes de la estatua del Libertador, no quería que a esta altura de su vida se extraviara en la memoria individual la remembranzas de los tiempos más emotivos del ser humano y prefirió imprimirlo en la memoria colectiva a través del recurso inagotable como innovador de la imprenta.

En párrafos sucintos discurren desde la memoria las bromas burlonas que hicieron creer a Orlando Betancourt que la bella Amarilis se derretía por él; el sorteo de los reclutas mediante papelitos insaculados y cómo la secretaria del Servicio Militar Obligatorio no podía concebir que un ser humano se llamara Amós Kacharuco. Ella, por supuesto, no estaba para juegos y llamó a la policía.

En la Escuela Federal Heres donde estudió Asdrúbal bajo la rectoría del profesor Pizani y la maestra Lorena, se daba catecismo dos veces por semana. Era lo imaginable estando la Escuela a sólo unos pasos en diagonal con la Catedral. Tan imbuidos en los pasajes cristianos estaban algunos muchachos que salían directo para El Zanjón a matar con hondas a cristofue y tuqueques porque según la mitología hogareña eran impíos toda vez que cuando los centuriones preguntaban en tiempos bíblicos quién era el impostor que quería suplantar al Rey, el pájaro gorjeaba “Cristofue… cristofué” y más luego lo confirmaba el Tuqueque con su reiterado cabecear.

Al igual que Teodora Montes confirmó el chisme vecindario según el cual uno de sus hijos estaba aprendiendo a fumar. Un verdadero escándalo familiar. ¿Cómo lo confirmó la doña? Pues haciendo que el muchacho le soplara un ojo donde supuestamente se había alojado una broza. Villo nunca supo que los cigarrillos marcas Alas, Piel Roja y Capitolio, eran aromatizados con la cumarina de la sarrapia que suministraba a las fábricas el señor Quírico Díaz.(AF)



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