miércoles, 18 de abril de 2012

Un tigre negro para el dictador


El 7 de abril de 1926 fue cazado, montaña adentro de Guayana, un tigre hembra de color negro, por el ganadero Félix Páez Ezeiza, propietario del hato La Yegüera.

El tigre había sorprendido a cuatro peones del hato, causándoles desgarramientos, por lo que se produjo una alarma general que puso en guardia a los trabajadores de la hacienda, incluyendo a su dueño que, bien armado, salió en busca de los rastros del felino que se había internado en la selva dejando a cuatro heridos.

El tigre hembra al fin fue localizado amamantando a su cachorro. Páez Ezeiza le asestó un certero disparo mortal al instante que el cachorro saltaba y se perdía entre la selva. Veinticuatro días después fue localizado y capturado vivo. La noticia trascendió y llegó a oídos del general Juan Vicente Gómez, quien desde Maracay se interesó por el raro ejemplar. El encargado de trasladarlo al zoológico de la capital aragüeña fue el general Augusto Casado.

Para 1926, la selva guayanesa era temida no sólo por los tigres que abundaban a pesar de su depredación constante, sino por los ofidios, la malaria, la fiebre amarilla, el caimán y otros animales feroces como el oso palmero. Uno de ellos atacó al comerciante Merizo Palazzi en el fundo Caruto, más allá de la Pica de Araciana.

El plantígrado, enfurecido, lo atacó luego de haber sido herido de un disparo por el mayordomo de su hato. Palazzi sufrió desgarramiento desde el femoral hasta la rodilla.

Tantos los tigres como los osos de Guayana prácticamente han sido reducidos al mínimo. Los pocos existentes se hallan apartados hacia lo más profundo de la selva. Dada esa situación, Horacio Cabrera Sifontes llegó a proponer como refugio la Altiplanicie de Nuria, topográficamente ideal no sólo por tener una sola y difícil entrada que facilitaría la vigilancia, sino porque es un ambiente de agradable temperatura rodeado de un área selvática de considerable densidad, grandes laderas vírgenes y una calceta de sabana inmensa, colmada de pastos y morichales, donde pueden prosperar venados, dantos, chácharos y otras especies acosadas por el hambre.

A propósito del tigre negro, consultamos en cierta ocasión a don Horacio Cabrera Sifontes, reconocido como un gran cazador de tigres, quien nos dijo entonces que el color básico de la piel del tigre es amarillo rojizo con franjas verticales oscuras; y aunque la tonalidad de estos dos colores varía entre las subespecies, el tigre permanece inconfundible. Existen dos desviaciones de este patrón: el tigre negro, en el cual el color amarillo es remplazado por un pardo muy oscuro, así como en el leopardo, el jaguar y otros félidos.

Y eso que el tigre come por lo ligero también es verdad, pero lo hace, cerciorándose antes, de que no ronda nadie por su medio. Tiene buena vista y buen olfato. Es muy cauteloso y se cuida por instinto de su mayor enemigo que es el hombre. A este lo reconoce en la oscuridad más densa, pues en los días sin luz es cuando de veras se le aviva y aguza el sentido de la vista. Por eso se dice que donde hay indios no hay cacería y menos de tigre. El indio es codicioso hasta con las alimañas y cuando el felino lo percibe se aleja. Pero cuando el tigre siente en carne viva la agresión del hombre, entonces es cuando es tigre, se le enfrenta aculándose en el monte intricado y sucio. Es allí donde es fuerte, no encaramado como se dice (AF)

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