domingo, 21 de abril de 2013

Formas arrojadas al espacio



En 1971, en la Galería de Arte del Inciba en el Palacio de las Industrias, Sabana Grande, Caracas, el entonces joven artista  guayanés, José Joaquín Latorraca, debutó  con una exposición de su obra plástica.
            Se trataba de diez estructuras agrupadas bajo el nombre de “Formas arrojadas al espacio”.  En la composición de las piezas, Latorraca utilizó madera, luz artificial, material plástico y hierro, elementos todos enderezados a lograr un efecto de sombras.  Estaba en puerta la inauguración del Museo Jesús Soto y un gran revuelo por el arte se observaba entre los jóvenes que de alguna manera se agrupaban para hacerse sentir.
            Latorraca se desenvolvía dentro de un grupo de artistas diverso formado por Ramón Antonio Morales, Andrés Fajardo, Luis Carlos Obregón, José Félix Bello, Trino Pulido, José Rosario Pérez (pintores), Ammy Hernández, Víctor Ortiz y Genaro Vargas (Titiriteros), Rafael Bastidas, Ángel del Valle Morales, Andrés Eloy Morales (músicos) Jesús Colina, Atie Mocoult, José Laurencio Silva y Abraham Salud Bitar (poetas).   No tenían más sede que la calle abierta o la  Plaza Bolívar como otrora el Grupo Auroguayano para opinar y discutir sobre temas del arte en cualquiera de sus manifestaciones.
            El salto a una galería caraqueña  lo daba José Joaquín Latorraca después de haber hecho exposiciones locales en el Paseo Orinoco, Casa de la Cultura, Galerìa 17.9 y Galería AGAP.  Para entonces el poeta Rafael Pineda, quien trabajaba para el Inciba, lo calificaba de pintor neo-constructivista.
Hacia los años sesenta el arte de la abstracción perceptual había hecho su aparición manifiesta. Joaquín Latorraca  y José Rosario Pérez, el primero hijo de un periodista, y de un sastre el segundo, andaban por las aulas liceístas tocados en alguna forma por la efervescencia revolucionaria que tenía sus núcleos más sensibles en las universidades, en las Casas -de Cultura y en las galerías caraqueñas.
Soto, Cruz Diez, Narciso Debourg, Omar Carreño, ya se entendían en París con el Movimiento óptico y cinético y a Venezuela llegaban los destellos de Agam, Calder,  Duchamp, Vasarely y otros atrapados por la magia del nuevo arte que rompía brus­camente contra todo lo que oliese a fígurativismo.
José Rosario Pérez y Joaquín Latorraca no dejarán la escuela de la pintura tradicional sino ocho o diez años después cuando la Casa de la Cultura de Mimina Rodríguez Lezama, la Galería Nivel 17.9 de Lobelia Guzmán y el Grupo Araña de José Quiaragua Pinto, Enrique Aristeguieta, José Laurencio Silva y Oswaldo Páez ser­vían de fermento a las inquietudes juveniles, también mo­tivadas por las visitas fre­cuentes de Jesús Soto y de los artistas que junto con el pintor guayanés estaban de­trás de la idea de un museo de arte moderno  para Ciudad Bolívar.
Latorraca debutaba en el arte moderno con sus formas arrojadas al espacio, mientras José Rosario Pérez veía en la abstracción geométrica una posibilidad de recreación creativa mayor que la del carboncillo traduciendo la expresión facial de la gente.
A partir de allí no ha habido pausa en el camino trazado.  Latorraca ha quemado varias etapas sin caer en retroceso ni en desviaciones y lo mismo se puede afirmar de Pérez, con quien confrontó en la Sala de Arte Sidor en diciembre de 1984 cuando la dirigía la Nena Acosta.  Esa misma sala había exhibido no hacía mucho escul­turas del inglés Henry Moore y serigrafías del alemán Jo­sef Albers, con su homenaje al cuadrado que resalta el hecho de la dinámica óptica variando la relación tanto métrica como cromática.
En la sala de Arte de Sidor, José Joaquín Latorraca  había llegado a lo que él llamó "Formas Vectoriales"

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