lunes, 13 de agosto de 2012

Carne de tortuga en conserva


El 19 de enero de 1946, en el Juzgado de Comercio de Caracas fue registrada una empresa presidida por el bolivarense Raimundo Aristeguieta para industrializar la carne y todos los derivados de la Tortuga del Orinoco, así como toda clase de conservas de animales y vegetales. Esta empresa industrial fue registrada con el nombre de “Edecco” con capital inicial de 100 mil bolívares para ser elevado a 500.000 después del primer año. El técnico Carlos Schulz se residenció en Ciudad Bolívar con ese propósito. De acuerdo con el proyecto se pensaba beneficiar 40.000 tortugas al año equivalente a 300 mil kilogramos de carne y 7.200 huevos a razón de 180 por tortuga.

A esta empresa de la carne de tortuga en conserva le ocurrió lo mismo que al proyecto de industrializar la Coroba caicareña, fracasó, o mejor dicho se quedó en el intento, porque se ignoraba que ya para entonces la depredación del quelonia era tal que cada vez había menos hasta el punto que hubo, quince años después, el Gobierno de Rómulo Betancourt decretar una veda que todavía persiste y que prácticamente terminó con la tradición guayanesa de comer carapacho de tortuga durante los días de la Semana Santa.

Asimismo ocurrió con otro quelonio aunque nada anfibio como la tortuga, me refiero al Morrocoy para el cual hubo que decretar una veda dando por terminada también la tradición del pastel de morrocoy por el cual se desvivía el colega Evelio García cada vez que Eleazar Díaz Rangel visitaba Ciudad Bolívar como presidente de la Asociación Venezolana de Periodistas. El último pastel que degustó el colega visitante junto con una cáfila de periodistas se lo ofrecieron César Gil Sammy y Yolanda Birriel en su casa hogar de la Cruz Verde.

En abril de 1957, el bachiller Ernesto Sifontes, observador hidrográfico del Orinoco, decía de la Tortuga Arrau: “Hace más de semana y media que no llegan. Apenas han venido alrededor de 1.800 de esos quelonios y la ración de la ciudad es, por lo menos, de 5.000 y algo más, amén de las que salen para el interior del estado y los estados limítrofes, que exigen otras 5.000”.

Cuando a finales del siglo diecinueve, el explorador francés Jesn Chaffanjon, remontó el Orinoco, encontró tantas tortugas que según Julio Verne en su novela “El Soberbio Orinoco”, se podía ir de una ribera a otra vadeando el río sobre sus carapachos.

Por supuesto que Jean Chaffanjón no dejó de saborear esta carne tan gustosa y proteica que Raimundo Aristeguieta quería industrializar para exportar en conservas a bordo de las unidades de la Real Holandesa de Vapores.

Quien sí no pudo probarla fue el poeta Nicolás Guillén cuando el primero de febrero llegó a Ciudad Bolívar en compañía de Miguel Otero Silva, invitados ambos por el gobernador también poeta, Héctor Guillermo Villalobos, para ofrecer al pueblo bolivarense un recital y conferencia en la Biblioteca Auditorio y otra en el Cine América. Los poetas fueron obsequiados, en vez de pastel de morrocoy como deseaban, con un paseo por el Orinoco y una paella valenciana en el Morichal de Rafael Alejo en la avenida Táchira. El recital fue a beneficio de los hospitales “Ruiz y Páez” que entonces administraba el Concejo Municipal y sostenía con una lotería.

El semanario “El Loro” de Régulo Salazar, se dio banquete con la presencia de estos dos personajes de la poética cubano venezolana. El periodista Régulo Salazar fundó y dirigió “El Loro” un semanario serio que solía incursionar en el humorismo y en otros campos con su columna “El Correo Azul”. (AF)

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