lunes, 29 de agosto de 2016

La familia de las cuatro letras


Así me dijo el Comisario Cirilo Perdomo (en la foto) que se llamaba internamente  el Cuerpo Técnico de la Policía Judicial.  Me lo dijo en la ocasión de averiguación contra un empresario minero que me había suministrado información documental publicada en El Nacional, sobre la actuación de funcionarios de ese cuerpo y la Guardia Nacional. 

          No transcurrió muchos días sin que el empresario minero fuera a parar a La Pica, con lo cual los dos organismos de investigación y seguridad quedaron virtualmente exentos de culpa, lo que no significa que en las prenombradas familias no haya ovejas negras, pues en la viña del señor, como bien reza la Biblia, inevitablemente nunca deja de crecer la mala hierba, con la cual, por supuesto, el labriego debe permanecer alerta, hoz en mano, para que el cultivo no se arruine.

         El CTPJ era muy bien cultivada a pesar de la maleza que algunas veces  le introducen  las correntías y, el 20 de febrero de 1991 cuando cumplió 43 años aún no le habían cambiado el nombre por el que ostenta ahora, tan largo como tan difícil de memorizar  o romper con la tradición.

Este cuerpo fue creado en 1958, por la Junta cívico- militar presidida por el Contralmirante Wolfgan Larrazábal Ugueto,  como órgano auxiliar del Poder Judicial que hasta entonces se valía de la funesta Seguridad Nacional.
         La Seguridad Nacional era un organismo híbrido, mezcla de policía de estado policía judicial, que se prestó para condenables situaciones de hostigamiento, coacción, tortura y persecución política en aras de un gobierno de fuerza repudiable por ilegítimo, agresor de los derechos ciudadanos y de la dignidad  humana.
La PTJ, nacida al calor de un gobierno de facto pero en función de la Democracia, acabó con la Seguranal que malogró vidas, lesionó reputaciones y se auto -levantó un expediente de policía funesta y malvada.
         Los Tribunales de Justicia contaban con una Policía preventiva y represiva, pero al mismo tiempo científica, que perseguía y combatía el delito donde quiera,  coadyuvando así a la estabilidad y protección social.
         La edad de la antigua PTJ en  Venezuela es, si se quiere, la misma de las Seccionales y Delegaciones más importantes del país, entre ellas, la de Ciudad Bolívar establecida bajo la dirección del amigo Carlos Guzmán Vera, a quien siempre persiguió el fantasma del suicidio. La de Ciudad Guayana fue creada en 1983 por el gobierno de Luis Herrera Campíns atendiendo a su crecimiento poblacional, al alto índice delictivo y al establecimiento allí de un nuevo circuito del Poder Judicial.
         A nivel nacional la PTJ creció, se tecnificó y abrevó en los adelantos que se producían en las mejores policías del mundo como la norteamericana, la francesa, la inglesa y la Israelí para perfeccionar sus métodos, sistema y mantener una depuración constante en aras de su eficacia, fortaleza, confianza y credibilidad social. En esa dirección procuraba que sus miembros fuesen licenciados universitarios formados a través de núcleos y delegaciones en las regiones del país. En tales núcleos los funcionarios podían en un año optar al grado de detective y luego de cuatro años más de estudios a distancia, optar a la licenciatura de ciencias criminales.
         No se si mantiene hoy la misma estructura y marcha al mismo ritmo profesional de antes cuando yo era corresponsal de El Nacional y me tocaba visitar diariamente a Guzmán Vera montado en su oficina en los altos de la Casa Capella. Hoy la antigua PTJ se llama conforme a la Ley promulgada en enero de 2001 “Cuerpo de Investigaciones, Científicas, Penales y Criminalísticas”.  Ahora, Señor Perdomo, es la familia de  las cinco letras (CICPC).  (AF)






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