miércoles, 17 de agosto de 2016

La Bañera de Dalla Costa




Cuando algún visitante de la Casa de San Isidro se le ocurría caminar el patio,  le llamaba la atención una bañera casi como tirada entre las piedras y preguntaba si allí acaso el Libertador solía bañarse, pero imposible que para entonces, me refiero a 1819, existiera en esta ciudad tan pobre y de escasos habitantes, una bañera de mármol como esa.  Tal vez alguna tina o pila de madera para sentarse de cuclillas y disfrutar, más por sumersión o baño de asiento que de toda la humanidad.
         Esa bañera de mármol, en la Casa de San Isidro, estaba allí como están otras cosas que no son propias del inmueble ni menos que haya de algún modo pertenecido al Libertador.  Esa bañera, tiene una leyenda grabada que dice haber pertenecido a Dalla Costa hijo y fue donada al Museo Talavera por José Miguel Carranza en 1945.  Paso a creer que a Juan Bautista Dalla Costa hijo, cuya juventud y educación transcurrió en Europa pudo haberla traído de allá como de allá importó el inmenso piano de la Catedral que destruyó el comején o la escultura de Diana La Cazadora que en su hogar con tanto celo guardaba doña Malú Liccioni de Huncal y la cual rescató de la bodega de Saturnino Pardo.
        Hace ya unos cuantos días, leyendo periódicos antiguos, me encontré  con la reproducción de un telegrama enviado desde Tucupita,  septiembre de 1936, en el que un señor Max Rojas D. ofrecía en venta la Biblioteca de Dalla Costa constante de 3 mil volúmenes con su correspondiente vitrina.  ¡Figúrense ustedes a donde fue a parar!  Por supuesto que el Gobierno Regional no la compró porque como de costumbre el presupuesto nunca alcanza para obras tan dignas, pero en alguna parte debe estar, quién sabe sin en el exterior.
         La señora Milagros Figueroa, tan preocupada por la memoria de la ciudad, me hablaba recientemente de la necesidad de una agrupación para rescatar el espíritu civilista de Juan Bautista Dalla Costa, sin duda uno de los ciudadanos y hombres públicos realmente progresistas de la Guayana del siglo diecinueve.
         Lo de la bañera, por supuesto, es otra cosa, pero un detalle que sirve para ver los modos de vida de otros tiempos cuando no existía acueducto y el agua había que tomarla del tejado en tiempo de lluvia o cargarla desde la orilla del río, de morichales o del jagüey más cercano.  Y como era tan escasa a pesar del Orinoco, la gente se bañaba cada ocho días y por la mañana apenas si el agua alcanzaba para lavarse la cara, las piernas y los brazos.  Hoy en día el agua fluye hasta por las alcantarillas y los baños y balnearios compiten en confort y hay bañeras también de todo tipo, precio y colores, muy parecidas a la de Dalla Costa, pero tienen otro nombre: jacuzzi, equipadas con chorros de agua a presión que crea unas burbujas relajantes.
         A finales del siglo XIX algunas casas de las clases altas ya disponían de cuartos de baño, con agua corriente y bañeras de madera, cobre o hierro; mientras tanto, el resto de la población acudía a la playa de los ríos cercanos, especialmente el Orinoco y el San Rafael, y a los baños públicos construidos a solicitud del ayuntamiento por Georges  Underhill, con el cual había contratado la construcción del acueducto cuya matriz iba desde punta Castillito en la zona del Mercado Municipal (El Mirador) hasta la parte alta del antiguo Polvorín Santa Bárbara, donde se levantó la Caja de Agua.
Gracias a la industrialización de los aparatos sanitarios la mayoría de las viviendas desde muy avanzado el siglo XX tienen uno o más cuartos de baño, equipados con agua caliente y bañeras o platos de ducha de acero esmaltado. Además, el baño se ha convertido en un hábito higiénico muy importante para la salud del bolivarense.  (La bañera de Dalla Costa ha sido referida a la Casa Parroquial) (AF)



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