martes, 5 de agosto de 2014

El Piloto Martín Enrique de Paz


Podemos decir que Martín Enrique de Paz era un piloto amigo, simplemente porque amigo era de todo el mundo, servicial. En la Terminal del Aeropuerto de ciudad Bolívar incrustada en uno de sus muros una placa de bronce habla de su cualidad y calidad de hombre de bien. Era, un piloto fuera de serie, pero saturado de tanto volar. Al fin en un avión Queen de su empresa Aerobol, encontró la muerte la mañana del 15 de julio de 1988 junto con nueve personas más y un niño que sobrevivió al accidente.


Además de este Piloto perecieron José F. García, Sandalio Rojas, Bruno Briorio, José Farreras, Mireya Muñoz, Soledad Rita Villalba, Rafael Ramírez, José Linares, Coromoto Rivilla y su hijo de cinco años Renny Rivilla, quien sobrevivió con quemaduras.

El Queen Air fue hallado totalmente destruido a siete millas de la capital bolivarense en la zona de Los Báez. El capitán Martín Henríquez de Paz había tenido la licencia suspendida durante un año, por saturación de vuelo, hasta que se la restituyeron. Desde entonces volaba normalmente, cubriendo todas las rutas asignadas a su empresa Aerobol, con una flota de ocho aviones.

Era nativo de las Islas Canarias, pero la mayor parte de su vida la pasó residenciado en Ciudad Bolívar, donde se consolidó a fuerza de energía y trabajo. Realizó vuelos por las más apartadas comunidades indígenas. Este no fue su único accidente. Había sobrevivido a otros, de los cuales salió con suerte. El penúltimo lo registró el 9 de enero de 1983, cuando resultó herido al chocar su avión en pleno vuelo con un zamuro. Anteriormente su avioneta con varios norteamericanos a bordo, había caído en el “Cañón del Diablo”, en la Meseta del Auyantepuy, siendo rescatado con cuerdas. Asimismo sufrió otro accidente en el Alto Caura. En esa oportunidad volaba sólo y se vio obligado a aterrizar en una zona llena de árboles. Estuvo varios días buscando la salida por la intricada selva del Caura y se alimentaba con caramelos, que siempre cargaba a bordo de sus aparatos.

Era un hombre delgado con una virtual paz interior, asequible y divorciado de adverbio “no”. En eso se parecía al Pope Gómez, a quien jamás le escuché responder con ese monosílabo de dos letras. Lo conocí a través del camarógrafo de RCTV. Marcos Dinelli, barquisimetano que se graduó conmigo en la UCV y que era adicto al vino germano “La leche de la mujer amada”. Creo que más que al vino propiamente, a Dinelli lo que realmente le agradaba era la etiqueta. Lo cierto es que ambos, Enrique y él hacían buena miga y cuando se registraba un siniestro aéreo, Martín era el primero que alistaba su modesta flota a la búsqueda y, obviamente, de copiloto iba siempre Dinelli con la poderosa cámara de RCTV. En una oportunidad, Enrique se llevo a Dinelli a pasar el fin de año a Cumaná, donde residía una hermana y de paso me dio la cola hasta la Isla de Coche. Al día siguiente me fue a buscar y pudo disfrutar las tradicionales diversiones pascuales de aquella isla de pescadores, a la que Luis Beltrán Prieto le dedicó un soneto donde la configura como un quelonio solazado en medio del mar.

El día del siniestro que cobró la vida a Martín Enrique y a sus pasajeros, conversé con él una hora antes. No había llegado a la Corresponsalía de El Nacional, cuando la Radio Bolívar difundía la trágica noticia que conmovió a los bolivarenses, pero marcadamente, al mundo de la minería y al gremio de pilotos que lo tenía en lo más elevado de los afectos.

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