sábado, 9 de agosto de 2014

El Oficioso Carlos Sánchez

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Carlos Sánchez vivía en El Zanjón, a una cuadra de “Paco”, el pianista amigo de la Milú, que además afinaba los pianos de la burguesía angostureña. La Milú vivía en la Casa de Tejas y tenía una cuenta de ahorros en el Banco de Venezuela, donde trabajaba Carlos Sánchez.

Carlos Sánchez tenía facciones europeas, era gordo cuadrado y de hablar pausado como su caminar, que era por demás lento, acaso por su peso o por la hernia que le colgaba entre las piernas. Marcial Rivas, su vecino, dice que tardaba una hora para llegar del Banco de Venezuela en el Paseo Orinoco, a su vivienda de El Zanjón, barrio colonial y por lo tanto, como Perro Seco, el más antiguo de la ciudad, apenas a 200 metros de la Plaza Bolívar.
Carlos Sánchez, precisamente, era un muy útil oficioso en la Sucursal del Banco de Venezuela que se ocupaba de cosas subalternas, de que todo estuviese limpio y en orden y en ese oficio pasó cincuenta años, más de la mitad de su existencia.
Era bromista, hombre presto y el de mayor confianza de la autoridad bancaria. Le tenían tanta confianza que lo distraían de su oficio habitual para enviar con él remesas millonarias a agencias como la de Tucupita que dependían de la sucursal.
¿Quién iba a creer que ese gordo apacible trasladaba, maleta de lona en mano, cifras millonarias fraccionadas en billetes de todos los colores y numeraciones?
Carlos Sánchez lo hacía con la mayor naturalidad, con la parsimonia y media sonrisa de siempre, amigable y bonachón. Tan celebrado en sus tertulias de esquina por el veterano Tomás Gómez, subgerente, el contador Ramón Camacho, Andrés Enrique, Mariíta Trías, Trina Osty, Pablo Fuenmayor, Óscar Pérez Quesada (Pólvora(, Carlos Jaro Manrique, Luis Emilio Álvarez, Alirio Torrellas Marín, Jesús Rafael Guarisma, Amílcar Fajardo, D’Anello, Jesús Díaz y tantos otros como yo que trabajaron en la vieja sucursal del Banco de Venezuela.
El Banco ocupaba una casa antigua de dos plantas que había pertenecido a Hermano Palazzi. Allí funcionó durante largo tiempo la Casa Mercantil de esa familia de corsos que vendía productos importados en la Real Holandesa de Vapores que administraba un Tío de Leopoldo Sucre Figarella. Una vez la casa se incendió y dio pie para que el Rotary Club y María de Jesús Silva Inserri, entonces secretaria de la Prefectura, hicieran una campaña a favor de un Cuerpo de Bomberos. También la casa fue afectada por el desbordamiento del Orinoco en agosto de 1943 y los Palazzi fletaron curiaras para que sus clientes pudieran hacer sus compras.
El Banco de Venezuela terminó comprando el inmueble y allí perdura como no pudo perdurar el Banco Royal of Canada, el primero fundado en Ciudad Bolívar y que desapareció al ser adquiridos sus activos primero por el Banco Internacional y finalmente por el Banco Mercantil. El personal del Banco de Venezuela hoy muy poco o nada sabe ni se parece al personal del antiguo Banco de Venezuela, entonces sucursal, cuyo gerente era Josué López Henríquez, hermano del ministro de la Defensa del presidente Marcos Pérez Jiménez.
López Henríquez administraba el Banco con mucho rigor y prácticamente no aceptaba quejas ni pedimentos. A mí me despidió porque al aumentarme el trabajo en el Departamento de Cuentas de ahorros, le dije que un aumento del trabajo debía implicar un aumento de sueldo, pero cuando cayó el dictador él también cayó como por arte de magia y el cajero estrella, joven militante de la izquierda, Amílcar Fajardo, pudo fundar un sindicato agrupando otros bancos, pero terminó preso junto con Antonio Cachut porque lo acusaron de estar conectados con los guerrilleros. Para entonces, Carlos Sánchez ya estaba jubilado.

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