martes, 21 de octubre de 2014

El Paraiíso prestado

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Muerta y enterrada en el Cementerio Centurión, Elli era una germana tan airosa, hermosa y soñadora que poco se le notaba el viacrucis de sus matrimonios porque, increíblemente, fueron unos cuantos, siempre buscando una estabilidad y armonía familiar que nunca encontró sino en la sepultura.

La conocí recientemente a través de la novela “El Paraíso prestado” que parece la crónica de una increíble historia familiar, pero de una excelente factura literaria escrita por Doris Poreda (en la foto) que el año pasado obtuvo el Premio de Literatura Stefanía Mosca 2013.
El libro de 212 páginas, publicado por el Fondo Editorial Fundarte, con diseño y presentación excelentes, llegó a mis manos enviado directamente desde Cumaná por su autora con una dedicatoria que agradezco.
Parecen los fragmentos de un diario real hecho novela que Doris -Dorly en la obra- guardaba bajo candado que Elli, su madre, le había comprado con los ahorros del mercado. Elli siempre andaba con migraña al igual que la abuela Mutti, mujer severa que siempre encontraba defectos a sus maridos. La migraña como que era un mal de familia porque Dorly, que apenas se iniciaba en la adolescencia, era presa ocasionalmente de esa jaqueca,
A Elli la hizo venir a esta ciudad del Orinoco, uno de sus esposos, Fritz, con quien tuvo su segunda hija, Hanne. Fritz vino escapado del infierno de la Segunda Guerra Mundial a trabajar en la colonia agrícola La Esperanza en donde más tarde se incorporaría Elli en calidad de dama de compañía de la esposa del dueño de una finca.
En esa colonia agrícola terminó el lazo matrimonial a causa de una riña entre Bert, hermano de Elli, y Fritz. Ber había asegurado trabajo en ACO vendiendo carros y a través de él, Elli conoció en el Club Buena Vista La Piscina al sustituto de Fritz, fotógrafo yugoslavo que aparece en la novela con el nombre de Pero Markovic. En la vida real pude averiguar se conocía como Padro Pervan, quien tenía su estudio en la calle Bolívar y hacia trabajos de reporterismo gráfico a José Antonio Fernández cuando era director del diario El Bolivarense.
Pervan había vivido en Argentina antes de venir a Guayana. Allá de tanto ir al cine se hizo aficionado a la imagen blanquinegra fijada con hiposulfito de sodio. Su porte, más que de fotógrafo, era el de un galán de cine bien visto por las angostureñas, pero él se prendó de Elli que también tenía porte de deseable diva del celuloide, algo parecida a Marlene Dietrich. Terminaron casándose y concibiendo al único heredero varón -Marko- ungido con bálsamo de la selva orinoquense. Pero Markovic como todas las parejas anteriores de Elli comenzó siendo un romántico adorable y terminó todo un insoportable querrequerre que prefería gastar sus emolumentos en el mercado periférico antes que pagar los alquileres de la vivienda que ocupaba de la calle circunvalación del Banco Obrero.
El ambiente hogareño enrarecido con incesante austeridad y reprimendas por parte del pater familiae sólo se endulzaba con la melcocha de papelón que estiraba sobre tabla una hacendosa criolla del vecindario.
Definitivamente, la vida de Elli no fue nada deseable, ni allá en su nativa tierra de Lötzen que abandonó en 1945, ni tampoco aquí al lado del río más caudaloso de Venezuela.
El tormento conyugal de Elli comenzó a los 16 años cuando desesperada por salir de su casa se casó con un maestro de escuela que se olvidaba de ella devorando el periódico hasta la última línea para de esa manera resarcirse de lo que le había costado. Después de este maestro Hammich, vino Hans, Magnus, Werner, Fritz y Pero Markovic, perdido en el cuarto oscuro del revela

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