viernes, 8 de enero de 2016

PARE LA OREJA CAJARO



Eran los tiempos de la consigna “Jóvito levántate”, de “Arturo es el Hombre” y de Prieto usando como símbolo de su campaña la Oreja. En este caso, la oreja aludía al hombre de las orejas exageradamente grandes como eran la del Maestro Prieto y luego, al virtuoso arte de escuchar, o de saber escuchar, muy distinto a oír, que ha simbolizado siempre una oreja sugerente o estéticamente bien pintada.
Símbolo también de Arturo Uslar como candidato presidencial era la campana.  Por eso, recordando al novelista Ernest Hemingway, muchos militantes satíricos preguntaban “¿Por quién doblan las campanas?”  Y ellos mismos respondían: “doblan por el pueblo que se está muriendo de hambre”.  En cambio, los otros proclamaban que la campana del pueblo mejor la escuchaba el hombre que tenía las orejas aguzadas, nada bajas y muy cerca del badajo.
Prieto sabía escuchar a la gente, pero más a los estudiantes, a los docentes o al magisterio entero, por eso quizá siempre fue Maestro para todo el mundo y si las chicas lindas lo adoraban y lo abrazaban como la que aparece en la foto, no era precisamente por sus orejas de jamelgo sino por su talla y por la otra estatura, la del talento, que pesaba más que la moneda imaginaria de los griegos.
A pesar de haber estudiado en Margarita, específicamente en la capital del estado Nueva Esparta, La Asunción, a Prieto lo conocí yo personalmente en Ciudad Bolívar, en una nocturna reunión en la casa de la poeta Mimina Rodríguez Lezama que sentía veleidades por la gente de izquierda.  Entonces, entre los muchos poemas de la noche, leyó uno escrito por él en la ocasión de visitar la isla de Coche: “En aguas de esmeralda sumergida / cual cetáceo tendido entre las olas / se anuncian los repechos de la isla”, decía la segunda estrofa.
Uno de los circunstantes saltó la barrera de la conversación literaria y le preguntó por qué un adversario político desde la tribuna dijo que él era “copeyano”.  Es cierto –dijo Prieto.  Nunca he renegado de mi gentilicio.  Yo nací en uno de los cerros que circundan el valle deLa Asunción: el Cerro Copei”.
Allí en la pequeña finca, sus padres tenían un burrito “que hubiera querido que se llamara “Platero” como el de Juan Ramón Jiménez, porque era amoroso, suave y tierno como el algodón”.
Cando el Sol comenzaba a brillar allá por el Cerro de Matasiete y se ocultaba por el colonial castillo de Santa Rosa, más allá del dique de Guatamare,  bajaba el desgarbado muchacho que era Prieto, trotando en su burrico a vender leche a ciertas familias de la ciudad como a los Albornoz Martínez, los Verde Rojas, los  Rosas Marcano, a la familias de la maestra Nuncia Villaroel a la familia del  maestro Pibernad, director  de la Escuela Francisco Esteban Gómez y al párroco de la Iglesia,  padre carmelita Agustín Acosta, quien agotó los espacios de los muros de la iglesia colonial haciendo nichos para los santos de su devoción.
Una vez el maestro Prieto lo criticó y desde entonces, dicen, los “ñeros” que se hizo de izquierda y anticlerical. Tanto que cuando fue Presidente del Congreso abandonó el Palacio de Miraflores durante una ceremonia, porque lo sentaron, no al lado del entonces Presidente Rómulo  Betancourt como le correspondía dada su jerarquía estatal,  sino después y al lado del arzobispo monseñor Humberto Quintero.
Lo que en materia de anécdota ocurrió con el periodista Víctor Mendoza Yajure en el Terminal Aéreo de Ciudad Bolívar, fue para coger palco, al tratar de entrevistarlo sobre el mismo tema de la rueda de prensa ofrecida minutos antes:  “Maestro, por favor, podría repetirme lo dicho por usted en la rueda de prensa, pues el grabador me ha fallado”.  “Caramba, chico, si el grabador no sirve pues… ¡Pare la oreja, cajaro!” (El cajaro es un bagre del Orinoco.(AF)

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