sábado, 17 de abril de 2021

EL REPORTERO GRÁFICO NINO MARCHESE

Nino Marchese Salafia, fue uno de los tantos italianos anclados para siempre en las costas del Orinoco. El italiano nunca ha sido ajeno a esta tierra. Desde los tiempos de la Colonia se sintió atraído por el gran río. Hay ejemplos históricos: Felipe Salvador Gilij, misionero, autor del Orinoco Ilustrado, jesuita, que dio a conocer la leyenda indígena de Amalivacá creador del Orinoco, era italiano de Legogne; Juan Bautista Dalla Costa, tertuliano del Libertador, creador de bienes de riquezas, era italiano de Génova; Antonio Gastón Cattaneo Quirin, conde, militar y funcionario público en Guayana durante los tiempos de Castro y Gómez, era italiano de Pavia Esa corriente se ha mantenido desde entonces y nos ha traído una infinidad de personajes que de alguna manera han dejado su huella en algún aspecto de la vida de la ciudad capital. Nino Machese Salafia es uno de ellos, comunicador que trabajó duro en el campo de la fotografía comercial y periodística desde los años cincuenta que llegó a Venezuela huyéndole a las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. El 24 de mayo próximo se cumplen 100 años de su nacimiento puesto que nació el 1921 en Siracusa, la patria del sabio Arquímedes. Fue soldado durante cinco años en la última guerra que dejó a Europa entre cenizas y escombros. Su presencia como sargento mayor activo se registró en la propia Italia y fuera de ella, en Albania, Yugoslavia y otros puntos belicosos hasta que cayó prisionero del enemigo en Lituania donde se salvó por milagro de ser fusilado. Todavía con el sabor amargo de la guerra llegó a Caracas en 1951 y comenzó a trabajar como fígaro en la Barbería Venecia. No era esa su vocación, de manera que alistó sus bártulos y se vino para Guayana que despertaba bajo el ruido ensordecedor de los vagones repletos de hierro extraído del Pao y la Paría. Se asoció con un paisano y montó un novedoso negocio donde todo costaba un real, desde una aguja hasta una cuchara de albañilería. Lo singular de aquel negocio donde todo costaba la mitad de un bolívar lo llevó a replicar la tienda en Ciudad Bolívar, pero no pudo sostenerse por mucho tiempo y tuvo que retornar a la zona del hierro para trabajar en la construcción de la Planta Siderúrgica del Orinoco en manos precisamente de la Inocenti, una empresa italiana. Aquel ambiente de la zona del hierro donde todo estaba por hacer en medio de una agitada sociedad tan particularmente heterogénea, lo obligó a volver los ojos sobre Ciudad Bolívar, más en sintonía con su sensibilidad de artista que había educado su ojo en los monumentos de la antigua colonia corintia.. Montó un Estudio de Fotografía que revolucionó el mercado local y donde abrevó la prensa regional y nacional con inusitada frecuencia El propio Nino se iba con su cámara al hombro al lado del reportero de turno para cubrir la fuente noticiosa mientras Rogelio Salazar se quedaba en el laboratorio. Así le sirvió a los diarios El Bolivarense, La República y El Nacional. Conmigo cubrió la tragedia del Salto La Llovizna y otros sucesos conmovedores. Ganó todos los premios como reportero gráfico e ingresó a la Asociación Venezolana de Periodistas llevado de la mano por Gustavo Herrera Bolívar, Francisco Edmundo Godo Pérez y José Luis Mendoza. “El Lente Mágico” lo bautizaron los colegas en su mejor momento y cuando ya no pudo más porque todo en la vida tiene un límite, le traspasó la cámara y su propia habilidad de oficio a Pipo y a Anita, sus legítimos herederos que hoy lo lloran como ayer lloraron a Conchita. A los dos los unió siempre su propio amor, el amor de Italia y el amor de Guayana. (AF).

1 comentario:

  1. buenas tardes me gustaria comunicarme con el autor del libro, soy hija de nino

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