sábado, 10 de abril de 2021

EL ABUELO DE MARÍA SOLEDAD

Juan Isidro Campos Pelusín, vendedor de chinchorros, caminando a toda hora por La Alameda o Paseo Orinoco, era el abuelo de María Soledad Osorio Pinto. Una vez que andaba escaso de noticias, lo entrevisté. Caminaba, como de costumbre, con sus chinchorros terciados, amarrados a la cintura y su sombrero de estilo margariteño, tejido con cogollos de palmeras. Le pregunté por el entonces popular y primitivo chinchorro de moriche de exclusiva manufactura guayanesa. Entonces se estaba poniendo costoso y escaso como el Curagua que se fabricaba en Aragua y en el vecino Estado Monagas. Me contestó con un comentario según el cual, los moriches, elegantes y erectas palmeras de la sabana húmeda, estaban disminuyendo de tanto producir cogollos para la hilaza del chinchorro y durante el verano prolongado de 1976 que tan reclamado era el chinchorro para pasar las calurosas siestas o dormir en las noches sofocadas del estío, no hubo ni un cogollo para las tejedoras artesanales. Decían los guayaneses que iban de compra a los corredores y portales del Paseo Orinoco que el popular chinchorro de moriche estaba dejando de ser tal para ponerse al mismo nivel del Curagua que por su calidad y escasez llegaba a costar tanto como una buena cama confortable. El curagua tiene la ventaja de que se puede lavar y mientras sea el número de las lavadas mayor su confortabilidad. No ocurre lo mismo con el chinchorro de moriche que a pesar de vivir la palmera en la humedad se niega a convivir con ella cuando es convertida en una maya y cama colgante. A falta del chinchorro de moriche y del Cumare que algunas veces nos vienes del Amazona, los guayaneses estaban mirando hacia la frontera por donde pasan llamativas hamacas brasileras, tan anchas que en ella podrían descansar hasta dos o tres personas. También son costosas estas hamacas y se han puesto de moda desde que las comunicaciones con Santa Elena de Uairén y Boa vista se hicieron más frecuentes a través de la carretera que hasta allá penetra desde El Dorado. El chinchorro de moriche, la hamaca y raramente el curagua, no faltaban en la casa del guayanés. Desde la humilde choza hasta la quinta lujosa había uno o más chinchorros colgados en espera de su cliente. (AF)

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