domingo, 25 de octubre de 2015

Raleigh pagó con su cabeza la invasión de la antigua Ciudad Guayana

La invasión pirata a Ciudad Guayana costó la cabeza de Sir Walter RaleighFoto cortesía
La invasión y saqueo de Santo Tomás de Guayana o “Ciudad Guayana” como también era conocida, con la consecuencial muerte de su gobernador Palomeque de Acuña, costó la cabeza del caballero inglés Sir Walter Raleigh.

Fue la segunda y última expedición de Raleigh a las Bocas del Orinoco que empezó el 12 de junio de 1616 y terminó el 29 de octubre de 1618 con su decapitación que presenció el indio Cristóbal Uayacundo, criado de Palomeque y que este se había llevado como parte del botín.
La expedición al encuentro de tierras y riquezas para su imperio, acariciada al calor de las noticias que llegaban a Europa desde el Nuevo Mundo, constaba de catorce buques con 1.215 toneladas y unos mil hombres.
Comandando la expedición iba Raleigh a bordo del buque “Destiny”, rumbo a las Bocas del Orinoco, por donde decían se podía entrar hacia la dorada Manoa. Su viaje hasta Trinidad fue expedito, pues ya el 6 de febrero de 1595 había estado en San José de Oruña y hecho preso al gobernador Antonio de Berrío.
Pero ahora, al llegar a Trinidad, donde tuvo que combatir para reapoderarse de la isla, enfermó gravemente y adelantó hacia Santo Tomás de Guayana a su lugarteniente, capitán Lorenzo Keymes, acompañado de su hijo Wat, con una fuerza de 600 hombres y cinco navíos.
Diego Palomeque de Acuña, gobernador de la provincia de Guayana, enfrentó a los corsarios con sólo 57 hombres, pero murió en el combate al igual que la totalidad de los defensores de la ciudad. También del lado de los corsarios murieron el hijo de Walter Raleigh y cuatro oficiales. El capitán Keymes se suicidaría después por la muerte del hijo más querido de su jefe.
Sir Walter Raleigh, como se ve, fracasó en esta segunda expedición y su comportamiento deterioró las relaciones de su país con España, causando serios disgustos al rey Jacobo, heredero de la Corona después de la muerte de la Reina Isabel. Por lo tanto, en aras de la paz entre ambas naciones, Raleigh fue preso y decapitado al regresar a su país.
Raleigh, el caballero pirata
El Sir parecía tener muchos títulos: caballero, gentil hombre, poeta, filósofo, militar, parlamentario, gobernante, político, en fin, favorito de la Reina Virgen, pero para los hispanos no era más que un pirata que merecía morir decapitado y, en efecto, murió bajo el filo del hacha del verdugo de la Justicia Real. Pero, tal vez, no haya sido por pirata, sino porque gastó toda una fortuna, propia y ajena. Incluso sacrificó vidas, hasta la de su propio hijo, sin lograr para su reino las ricas y doradas tierras prometidas de Guayana.
Han pasado siglos y la imagen de Raleigh, sigue viva en el espacio que no pudo conquistar y en la Torre normanda de Londres donde fue ajusticiado por Jacobo Primero, sucesor de la reina Isabel, quien fue siempre su virgen protectora.
La desgracia de Raleigh, quizás, comienza con la muerte de la Reina Virgen en 1603. Desde entonces fue su calvario, pero también su resistencia, su lucha por sobrevivir y continuar con la empresa que había emprendido. Escribió dos libros trascendentales. “El descubrimiento del grande, rico y bello imperio de Guayana” e “Historia del mundo” en cuatro tomos.
El gran aventurero de los mares y navegante intrépido tejió sueños dorados, sembró esperanzas y dio a conocer estos horizontes del continente nuevo en alas de la fantasía; alas que al final se quebraron al tratar infructuosamente de conquistar y colonizar las tierras norteñas de Virginia y el Valle del Orinoco.
Con la pena de haber perdido a su hijo Wat y a su lugarteniente, Lorenzo Keymís, el caballero Raleigh, todo deprimido y frustrado, retornó a su tierra donde bajo la niebla imperecedera lo aguardaba la admonición mortal de Jacobo I.
Antes de ser decapitado en aras de la paz de Inglaterra con España, escribió este, su epitafio, el 29 de octubre de 1618:
“Tal es el tiempo depositario / de nuestra juventud, dicha y demás / y no devuelve sino tierra y polvo. / El que en la tumba muda y triste /cuando terminó nuestro camino, / la historia encierra de la vida nuestra. /De esta tumba, polvo y tierra, / me librará nuestro señor, según confío

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