domingo, 2 de octubre de 2016

El Hombre de la Pipa


Después de su elevación como Presidente de la República, Rómulo Betancourt, visitó Ciudad Bolívar el 2 de abril de 1959, pero pasó de largo para la zona del hierro a poner en servicio la primera turbina de Macagua, no obstante que el Presidente Municipal Luis Felipe Pérez Flores quería en sesión solemne entregarle las llaves de la ciudad.  La gente especuló, sería porque días antes había estado en el Concejo el poeta (comunista) Pablo Neruda como huésped de honor?  Rómulo no pasaba a los camaradas ni con la  mina y la curbeta de sus paisanos los negros de Curiepe.
         Rómulo nació por esos lados, en Guatire, y solía contar que cuando joven vendía tabaco en horas libres para sostener sus estudios de derecho en la vieja Universidad de Caracas que se vio obligado a interrumpir por trastornos de la política.  De vender tabaco le viene su inclinación por la pipa que no abandonó sino hasta muy tarde, lo mismo que Fidel, tan adicto al aromático tabaco habanero, tuvo que largarlo cuando su salud estuvo amenazada por la nicotina de este producto que altera el sistema nervioso vegetativo.
         Pero no obstante la pipa y el rapé, Rómulo estuvo siempre revestido de una salud de hierro, de otra manera no habría soportado los avatares tortuosos de la política que desde su época de estudiante lo llevaron  a los calabozos gomecista de El Cuño, al ostracismo centroamericano y a ser constantemente blanco de golpes, guerrillas  y atentados.
         Quién no recuerda el atentado del 24 de junio de 1960 en el Paseo Los Próceres dirigido desde la República Dominicana por Rafael Leonidas Trujillo?  Rómulo todo magullado y quemado sobrevivió a la detonación de una bomba poderosa y a las pocas horas estaba dirigiéndose a la nación  con las manos engasadas, parecidas a la de un boxeador, en un discurso de antología:  “Aquí estoy como el Morocho Hernández., dispuesto para unos cuantas fintas  antes de entrar de lleno en la pelea”.
         Meses antes había dicho en un discurso, con su peculiar voz atiplada: “que se me quemen las manos si alguna vez las meto en el tesoro público” y aunque las manos se les quemaron en el atentado, no por ello hay que barruntar que Rómulo alguna vez, como sí ha sido el caso de muchos otros gobernantes, cayó en la tentación del enriquecimiento ilícito con los dineros del estado.  Fue un hombre sencillo y severo, honesto y estricto, de carácter firme y con un sexto sentido muy bien administrado.
         Opuesto a distinciones y condecoraciones, a las cuales son tan adictos los castrenses, siempre se negó a aceptarlas, acaso por odio a su enemigo Chapita siempre recargado de preseas y presillas o por aquello que en su libro Animali Parlanti, escribó  Giambattista Casti, poeta satírico italiano:  “Rangos, grados, distintivos y condecoraciones, adornos, dijes y colgajos, títulos, marquesanos y honores son cosas que confieren honra a quienes carecen de méritos”. 
         Rómulo Betancourt escribió cuentos muy malos.  Definitivamente no servía como literato; en cambio, publicó trece libros políticos muy densos, ente ellos, “La Revolución Democrática en Venezuela”
El hombre de Guatire llegó a ser considerado por Pancho Herrera Luque como uno de los cuatro artífices  de la Venezuela independiente  que surgen después de la emancipación en su ensayo los Reyes de la baraja. Un venezolano auténticamente democrático que rechazó sin ambigüedades a todo tipo de regimenes autoritarios.  Su posición irreductible fue consagrada continentalmente como “Doctrina Betancourt”.
Su segunda presidencia pasó por momentos difíciles, realmente cruentos y tormentosos.  La izquierda sublevada marcaba los muros de las ciudades con dos consonantes –RR- que el venezolano perspicaz y agudo  descifraba como “Rómulo Renuncia”.  Acaso fue lo que le inspiró en su discurso en la Plaza O´Leary del 13 de febrero de 1962 la frase famosa “Yo soy un presidente que ni renuncia ni lo renuncian”. (AF)


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