jueves, 10 de junio de 2021

WITO, PELOTERO Y RADIOESCUCHA

Toribio Antonio Guerrero (Wito) fue siempre de color oscuro y de pelo corto ensortijado. Nunca pudo desteñir su piel como Michael Jackson porque sus únicos ingresos los determinaba el “martillo” y porque en sus interminables caminatas por calles y avenidas de la ciudad, jamás quiso nada con la umbrella que se añeja en el baúl de los Guerreros, ni siquiera con su gorra de L. fielder. De esa gorra se desprendió aquel día de estudiante de la escuela Félix Montes en que al lanzador Cachimbo le salió la curva tan alta y adentro que le tocó en lo más sensible de la testa y lo dejó desprovisto de conciencia o para seguir a Khalid Gibran, de sus egos o de algunos de sus egos. Quisiéramos creer en Khalil Gibran y suponer que a Wito le faltaba una de sus siete mascaras de cuerdo porque ordinariamente, aunque jamás lo vimos ni tan siquiera con un radio transistor, estaba al día con los programas de las emisoras, especialmente de farándula y deporte y de ello daba fe un consumado hombre de radio llamado el Chino León. De todas maneras, el 21 de agosto de 1953, Wito cumplió su primera hora de edad con un solo llanto que le ha valido por todos los llantos que deparan los sinsabores y reveses de la vida porque, Wito, desde entonces, no lloraba. Nunca más lloró aunque tampoco reía, simplemente hablaba con espontánea locuacidad al comentar algún espectáculo del día. Wito conocía y lo conocían y nadie le era indiferente. La ciudad era suya y de sus pies alpargatados. Pensini Fleury le habría pronosticado larga vida porque según el farmaceuta “correr es vivir” y aunque Wito no corría como en sus viejos tiempos de pelotero, caminaba tanto y tanto que para él caminar era correr pues tan pronto estaba en Rondinela como unas cuantas leguas más allá donde fuese posible encontrar un amigo, un conocido o un personaje popular con el cual entablar una conversación muy breve y suigéneris pues consistía en preguntar e informar sobre temas que estaba seguro interesaban al interlocutor que conmovido lo retribuía. Pero quien en realidad ganaba a Wito devorando caminos era Pecheche. “Caminante no hay caminos, se hace caminos al andar” Pecheche hacía caminos porque adoraba las distancias, ida y vuelta sin cesar podía ir de Ciudad Bolívar a Upata tomando la vía de Caruachi casi sepultada hoy por la represa. Carretera polvorienta durante la canícula del verano y fangosa durante la estación lluviosa, el incansable Pecheche la cubría a paso raudo con un abultado guayare minero tercio en la espalda, divirtiéndose con los cocuyos y aguaitacaminos de la noche y los pájaros cantores de la aurora. Pecheche apenas descansaba de su interminable jornada y cuando lo hacía era debajo de la anchurosa sombra de alguna Ceiba del camino. Luego reanudaba su paso apresurado, cuando quien iba por algo que siempre estaba infinitamente fuera de su alcance. Estos personajes de la picaresca angostureña, eran muy pacíficos y decentes. Nunca se les oyó una grosería y tampoco los muchachos lo molestaban. Distinto era “Vorágine” que las soltaba como un remolino impetuoso. Jamás en esta ciudad hubo tantas groserías juntas. (AF)

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