miércoles, 3 de agosto de 2022

TRANSPORTE ENTRE SOLEDAD Y CIUDAD BOLÍVAR

Las barcazas de madera que hacían el trasbordo de vehículos, carga y pasajeros entre Soledad y Ciudad Bolívar, fueron suplantadas a partir de los años cuarenta por chalanas de hierro en cuya fabricación in situ tuvieron directamente que ver el comerciante libanés Jorge Inaty, el náutico y soldador Del Valle Lugo y el armador francés Alberto Minet. Paralelamente a este servicio se desarrolló otro de lanchas de pasajeros que aún se mantiene no obstante la construcción del Puente Angostura sobre el río Orinoco puesto en servicio el 6 de enero de 1967. Soledad, siempre a la orilla y obediente a los caprichos del río, no ha sido como Ciudad Bolívar, tan afectada por las periódicas crecidas del Orinoco. La cota en ese frente está mucho más elevada, de allí que antes de la capital angostureña amurallarse, muchos citadinos ribereños buscaban refugiarse allá en tiempos de crecida. No obstante la denotación de su nombre, podríamos decir que ya Soledad no está tan aislada. El puente de acero que cuelga sobre dos torres, entre Punta Chacón y Playa Blanca, la ha consustanciado más con la capital bolivarense y palpita con ella al ritmo de su crecimiento demográfico y hasta de su propia historia. Antes de erigirse el fortín San Rafael con un cañón sobre la piedra más alta, pasó por suelo soledadense muy abajo el fraile Andrés López, rumbo, como Cristo, al sacrificio porque los indios de Mamo debían cobrar en él la pena de sentirse tristes. Y pasaron también muchas caravanas imanadas por la codicia de El Dorado. Y pasó Solano, el expedicionario de límites, y dejó aquí sembrados un hito y una piedra tan grande como “La Encaramada”, vis a vis, con la otra parte del río, donde habría de nacer como pequeño burgo medieval la Nueva Santo Tomás de la Guayana, la que después se llamó Angostura y finalmente como el héroe de mil batallas. Y Solano se fue y vino la Orden del Rey y vino Guido y vino Joaquín Moreno de Mendoza y vino Manuel Centurión y surgió la ciudad que se ennobleció sobre la roca y las vicisitudes de la guerra emancipadora, y Soledad siempre allí, a 400 toesas. Ahí ha estado siempre inamovible, lejos del Neverí y del Manzanares, manantiales de un progreso que apenas si llegó hasta ella, contenido por la distancia esteparia. Soledad es retazo de una fantasía de grandeza que enerva la mente de sus propios pobladores. Aquí sólo llegó lo que pudo en aquel amanecer tras la conquista, pero quedó la grandeza espiritual de su gente, la perseverancia y voluntad del sacrificio. Fueron los soledadenses precisamente el brazo principal de los patriotas que enfrentaron a Fernández de la Hoz cuando aún Guayana no lograba comprender el grito republicano y estuvo tres décadas después con los liberales cuando “El Filántropo”, periódico hebdomadario, acomodó aquí su trinchera, nada altiva por su odio, pero montada sobre un ideal de renovación democrática, al que todavía se oponen los conservadores del atraso, y a los cuales, por desgracia, debe Soledad muchos de sus males poco apaciguados(AF

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