miércoles, 15 de septiembre de 2021

SONETOS DE MAR Y PESCA

A mis manos ha llegado el libro “Sonetos de Mar y Pesca” del sociólogo Romeo Rafael Arismendi, nacido en la Isla de Coche, el cuál he recibido gratamente para que le escribiese el Prólogo y pienso que si él incursiona en el soneto que es una composición poética de arte mayor, para exaltar los orígenes, reservas naturales y valores sociales del terruño que lo vio nacer, no asombra ni puede extrañar, máxime cuando quien proyecta la exaltación, lo hace sensiblemente impactado por el paisaje natural y ontológico de un territorio que el tiempo ha venido labrando desde las edades geológicas del Mioceno hasta convertirlo en lo que es hoy en medio de su circunstancia y esperanza promisoria. No es la poesía abstracta o hermética de algunos intelectuales, sino en todo caso, figurativa, tampoco monotemática, tal vez salteada y acumulativa de momentos vivenciales que el sociólogo convertido en poeta siente el impulso de manifestar. Empieza por exaltar los orígenes de la isla que lo inspira en los momentos menos rigurosos del quehacer existencial para luego saltar a lo que espiritualmente experimenta: la ausencia. El tener que desprenderse de la isla, aunque sea con el deseo del retorno en medio de la incertidumbre y la nostalgia que ha de venir. La nostalgia que es vestal del horizonte como bien decía el poeta José Eugenio Sánchez Negrón. La nostalgias que corre desnuda dejando atrás los velos, atravesando, y saltando más allá los mares en barcos rojos. No solamente invoca la ausencia personal, sino también, más tarde, la del hijo que habrá de seguir su huella en el adiós, en el adiós que ha de llegar y llega parsimonioso o súbitamente como algo virtualmente imposible, pero que justifica la realidad social de una isla que algunas veces parece ver marchitar sus aspiraciones por los rayos de las promesas incumplidas. No obstante, el amanecer siempre aviva la esperanza, sobre manera cuando ese amanecer isleño es luminoso en el naciente y resplandece sugerente sobre los cantos rodados de los cerros. El sociólogo sabe que en la noche se refugian los desenfados, pero siempre detrás del nubarrón del anochecer brilla una estrella cuyo titilar suave y lejano alcanza iluminar el rostro del ausente y lo incita a volver como vuelve cada lágrima del tren flotando al pie de la soga con su fáunico manjar que en cualquier punto de la tierra la mesa espera. Bendito mar entonces donde se sumergen buzos que ansiosos buscan la madre perla y el mar donde habitan los pescadores, exclama en éxtasis el poeta. Bendito el mar también que copula con la madre de la sal como bendecidos son los salineros y los otros habitantes de las playas que son los carpinteros de riberas derrochando su habilidad artesana en el moldear de los barcos de redes y de sueños, tanto allá, hermana mayor, como acá ¡Oh, hermana mayor que es Margarita, como dalia y girasol! Tantos pétalos a la redonda y Coche, San Pedro de Coche, sin ninguno, sin ningún pétalo que acaricie las piedras que abundan como la retama que no deja de ser amarga y que poco importa si está de por medio la geografía que acerca y que une más allá de la actitud y aptitud de la negligencia, Es lo que parece sentir el sonetista tanto en presencia como en ausencia, pero siempre con la esperanza por delante que es lo que mantiene al habitante, al que se va y al que se queda y al que vuelve luego de larga ausencia para sembrarse con sus huesos en el salitre del tiempo, apenas coloreado por el crepúsculo del alba y de la tarde.. A pesar de todos los pesares, la lucha política y social continúa, ha de seguir, a veces con retardo, a veces con impulsos, pero permanente, no tan solo por el ambiente territorial sino también por el acuario marino afectado por métodos depredadores que incluso enervan a las aves marinas como el guanaguanare, el alcatraz, la cotúa y el garzón Y así discurre el sociólogo transformado en sonetista, remarcando con el cincel de su alma los sitios de su infancia, de su adolescencia, de su experiencia y conocimiento profesionales, siempre a la luz de la existencia socialmente dinámica y cultural de su pueblo. No tiene pausa y casi nada se le escapa porque si la malla del tren es grande, menuda es la del copo y recio el músculo como inmenso el esfuerzo del pescador, el pescador, vigía impenitente del mar esmeralda que rodea a la isla con sus remansos y rebozos de olas encrespadas. (Américo Fernández)

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