lunes, 17 de febrero de 2020

De la Tumbazón al Trocadero pasando por el Retumbo y la Ciudad Perdida


La actual calle Santa Ana era conocida antiguamente como calle La Tumbaszón en razón de que allí la marinería del puerto fluvial como toro bo­ruca tumbaba a las diablitas, pe­ro esto se acabó cuando el vicario general de la diócesis, Monseñor José Leandro Aristeguieta, logró que las autoridades clausuraran las casas de encuentros amorosos por estar cerca de la iglesia que él había fundado en 1856.
Surgió entonces El Retumbo en la zona que después fue lla­mada Calle Miscelánea y final­mente Calle Dalla Costa. El Re­tumbo era en cierto modo un lu­gar ruidosamente burdelesco donde la alta y baja marinería de los barcos fondeados en la are­nosa ribera orinoqueña, saciaba su sed de amor a cambio de algu­nos pesos, florines, dólares, francos o esterlinas. No había problemas en cuanto a la nacio­nalidad de la moneda porque la Casa Blohm, más abajo de las casas porticadas, funcionaba co­mo banco y casa de cambio.
Entonces el desarrollo urba­no hizo que El Retumbo se mu­dara más hacia el Oriente con el nombre de la Ciudad Perdida. "La ciudad pervertida" quería decir la altiva y muy cristiana fa­milia angostureña. El poeta José Sánchez Negrón me contaba que en su época de niño, cuando su tía-abuela llevándolo de la mano se veía obligada a pasar por sus cercanías, le advertía que no vie­se hacia ese lugar porque era co­mo entrar en o hacer contacto con lo pecaminoso.
Ellas eran las golfas, las ra­meras, las busconas, las hetai­ras, las heteras, las perdidas, las meretrices, las mundanas, las pendangas, las zorras, las suri pantas, las pecadoras, las pelan­duscas, las arrastradas, las pe­rendecas, las bagasas, las putas, las prostitutas, en fin, las corte­sanas del burdel de Filiberto, contra las cuales nunca pudieron los sermones disparados desde el púlpito de la Catedral.
Contra ellas sólo podía de vez en cuando por agosto el Se­ñor de las Aguas. Entonces, que goloso, turbio y repleto de mo­gotes, metía sus lenguas, las in­undaba y las hacía damnificadas hasta que satisfecho retornaba a su cauce.
Pero lo de 1943 fue imperdonable. El Orinoco sumergió a Ciudad Perdida hasta tres metros bajo agua y las alegres mujeres se vieron frustradas al pretender refu­gio en las cubiertas de los bar­cos. Se dispersaron y fueron a pa­rar unas a los Culíes, otras a los ce­rros El Zamuro y La Esperanza. Un número menor de ellas buscó protección en los cerros El Chi­vo y el Temblador y al otro lado del río, en Soledad. Se dispersaron hasta que bajasen las aguas y todo volviese a ser como antes: pero, nunca, jamás pudieron retomar por esos lados.
El Presidente de la República Isaías Medina Angarita, luego de aterrizar en el aeropuerto de la Laja de la Llanera en el avión La­te-28 que lo trajo de Maracay, or­denó que "Sodoma y Gomorra" fuera destruida y que a nadie se le ocurriese mirar hacia atrás por­que estatua de sal se volvería. De manera que acatando la disposi­ción del magistrado, se levantó allí un edificio resaltando en el frontispicio aquella sabia frase de Bolívar en el Congreso de Angos­tura: "Moral y Luces son nuestras primeras necesidades". (AF)


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