jueves, 28 de diciembre de 2017

Los Bailes de Salon en Angostura


Antes de la década de los años cuarenta no había tantas salas de baile como ahora “Bailes de salón”, le decía la gente y en año nuevo destacaba el del Club de Comercio entre las calles Orinoco y Constitución.  Allí era el gran baile de la “sociedad” en ocasiones importantes como la de Pascuas y Año Nuevo.
        Nos cuenta la gente que vivió ese tiempo que músicos como el viejo Requesen, Víctor Zenón Ortíz, Manuel Antonio Díaz Afanador y muchos otros, tocaban en esos bailes selectos a donde iba la crema y nata de la sociedad angostureña.  Los bolivarenses como los caraqueños estaban al día con la moda europea.  Vestían frac, smoking o trajes de paltó azul marino combinado con pantalón crema de lanilla con rayitas;  sombrero de pajilla y corbata “chateclé”, mientras las damas exhibían sus romantones y zapatillas de la época de Luis XV.  Entonces se bailaba el vals, el pasodoble, la polka y el fox – trot.  En las mesas se servía jamón Ferry, turrón Alicante, almendras y se brindaba con licores importados de las mejores bodegas europeas.
A otros niveles, en la periferia, las fiestas eran más sencillas.  La gente prefería el primero de enero para divertirse con las comparsas que recorrían la ciudad, entre ellas, la burriquita, el sapo, el pájaro piapoco y el sebucán con el maestro Alejandro Vargas y Nicanor Santamaría a la cabeza acompañando a Rafaela Martínez, Chicí Arias, Emenegilda Flores, las hermanas María, Matilde y Julia Farfán, los hermanos Pantoja, los Tabare y la Negra Pura.


        Estaban de moda las vitrolas ortofónicas que el comerciante Pedro Montes alquilaba tal como Edelmiro Lizardi lo estuvo haciendo después con aparatos de sonido y rockolas.  Con estos artefactos las familias podían poner su fiesta.  A la vitrola – RCA Víctor – había que darle cuerda con una manigueta y cambiarle la aguja de acero cada vez que tocaba dos o tres discos.  Pololo, un empleado de la gobernación, se había hecho popular con una portátil que podía sacar fuera de su casa para sentarse en una esquina a darle serenata a su novia, una Valladares que vivía cerca de la bodega de Blas Caruso y vestía de amarillo el primero de enero en la creencia de que ello le depararía un año con suerte. (AF)

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Tradiciones Guayanesas de Año Nuevo


TRADICIONES GUAYANESAS DE AÑO NUEVO
Tradición guayanesa extinguida era la de comerse las llamadas “Uvas del Tiempo” al compás de cada una de las doce campanadas que anunciaban la transición del año.  En torno a la gran mesa de la cena, cada miembro de la familia, de pie, iba calladamente experimentando un deseo por cada uva consumida.  En esa docena de deseos podía estar la felicidad según la posición de cada quien ante el mundo místico o real.  Era un rito poético heredado de la Madre Patria que el vate cumanés Andrés Eloy Blanco recoge en poema escrito en la propia España y que también suelen trasmitir las emisoras a la media noche:  “aquí es de tradición en esta noche / cuando el reloj anuncia que el año nuevo llega / todos los hombres coman al compás de las horas / las doce uvas de la noche vieja”.
        La costumbre guayanesa consistía en pelar las uvas y meterlas en una copa de champagne, una hora antes de la media noche.  Luego venía la ceremonia ritualistica de la consumición y el brindis.
        Cuando la ciudad se reducía al casco urbano y prácticamente no existía el ruido de los automotores y de los artefactos eléctricos, era posible oír las doce campanadas de la Torre de la Catedral.  Después de los años cuarenta esto se fue haciendo imposible y la gente se adaptó definitivamente a los medios radioeléctricos.  A veces la radio transmitía las campanadas y luego resultó más cómodo anunciar el año nuevo con el himno patrio.
        Los bolivarenses comenzaron a oír el Himno Nacional anunciando la entrada del Año Nuevo en diciembre de 1936, año en que el malogrado Enrique Torres Valencia fundó la emisora “Ecos del Orinoco” en el Paseo 5 de Julio y al año siguiente por Radio Bolívar que fundaron José Francisco Miranda y Pedro Elías Behrens hijo.

        Al romper el Gloria al Bravo Pueblo, la gente al unísono se abrazaba como continúa haciéndolo dándose palmadas una con otra en la espalda.  Palmadas tímidas unos, palmadas efusivas otros y palmadas demasiados fuertes los más extrovertidos, tan fuertes que como alguna vez dijo Francisco Pimentel, el célebre Job Pim, te destrozaban el talle o te medio descuartizaban y te invalidaban un brazo o una pierna.  Después de esto continuaba el brindis, el baile y los confites en medio de una explosión de alegría que tenía como puntos neurálgicos la Catedral, la Plaza, el hogar y  los clubes con sus llamados “bailes de salón”.(AF)

martes, 26 de diciembre de 2017

Burro Negro y la realidad de los cambios


Guayana, como cualquier otra región, no puede escapar de la realidad de los cambios y de las variaciones que se aprecian a medida que transcurren los años y se suceden generaciones.
        Antes, por ejemplo, cuando no había otro medio mejor, se anunciaba la transición del año en Ciudad Bolívar disparando justo a las doce de la noche un cañonazo desde lo alto del Cerro del Zamuro.  El disparo bañaba con su resonancia a toda la ciudad.  Se hacía con un cañón llamado “Burro Negro”.
        Burro Negro era un cañón grande montado sobre un par de ruedas radiadas del cual todo el pueblo tuvo pendiente en diciembre de cada año.  El que tal vez fue en un tiempo arma de muchas batallas, había quedado en tiempos de paz como pregón para anunciar con su estampido la llegada de un nuevo año.
        Los soldados del Batallón Rivas acuartelados en el Capitolio como antes se llamaba la hermosa Casa de la Plaza Miranda que estuvo luego ocupada por la Prefectura y Comandancia de Policía, cuidaban y custodiaban a Burro Negro y cada noche del 31 de diciembre lo rodaban hasta El Zamuro, lo atascaban con pólvora y arcilla y a la media noche retumbaba Burro Negro con toda la fuerza y poderío de su carga haciendo más sonora y emotiva la llegada del Año.
        Después llegó el tiempo en que Burro Negro no pudo más y en la medianoche de un 31 de diciembre se desintegró en su propia y última onda de salitre, carbón, barro y azufre, sepultando así unos cuantos años de tradición.  Presintió tal vez el advenimiento de otra forma más moderna – la Radio – de anunciar la transición del año viejo al año nuevo.
        El porqué se escogió un arma de guerra para anunciar la venida del Año Nuevo cuando más profundo y sincero es el anhelo de paz y amor, no lo sabemos.  Acaso venía como reminiscencia de las salvas para los grandes acontecimientos que se producían en Angostura cuando era sede de los Poderes Supremos de la República.

        Pero lo cierto es que con “Burro Negro”, al acabarse como suelen acabarse o transformarse todas las cosas del mundo terrenal, el anuncio del Año Nuevo quedó circunscrito a las doce campanadas del reloj de la Catedral reforzadas con los pitos, sirenas y guaruras de los barcos anclados o surtos en el río.  Luego la tecnología moderna ha colocado receptores de radio y televisión en  los hogares y ahora, en vez de cañonazos, campanadas o sirenas, nos emocionamos al filo de la media noche con las notas del Himno Nacional anunciando que un Nuevo Año llega cargado con todas las promesas y esperanzas de la humanidad. (AF)

lunes, 25 de diciembre de 2017

DEL AÑO VIEJO AL AÑO NUEVO



Todo lo que termina o está  a punto de fenecer es viejo.  Todo lo que comienza es nuevo.  Lo nuevo, aunque no todas las veces, es juventud, vigor, renovación, fuerza, camino abierto hacia la esperanza, camino por donde el hombre aspira alcanzar, de acuerdo con su concepción filosófica, la plenitud existencial.

De manera que el hombre, aunque signifique uno menos de vida para él, se contenta en la fase transitoria cada vez que el calendario se renueva con la entrada de un nuevo año.
Porque su vida organizada en periodos calendarios, que cumple metas con esa periodicidad condicionada por su esfuerzo y el azar de la esperanza, aguarda lo predecible de lo impredecible.  Por ello se contenta y lo celebra convencionalmente dentro del marco de la cultura tradicional o no.  Al fin, el hombre es materia y, la materia es cambiante, permanece en constante movimiento.  De allí que los modos y formas culturales de celebrar el acontecimiento del año nuevo, cambien, sufran variaciones y hasta se suplanten en la práctica y quede sólo existiendo como valor del proceso cultural evolutivo por selección. (AF)


viernes, 22 de diciembre de 2017

Las Hallacas de Doña Carmen


El nombre de doña Carmen Tinoco de Dugarte corría fluido en 1988 por la ciudad y contagiaba a la gente que venía de fuera y preguntaba dónde queda la calle Pichincha.  Y la gente iba y  encontraba aquella cocina abarrotada de hallacas por todas partes que le hacían por encargo hasta de Caracas y Miami.
            Para satisfacer la constante demanda desde que comenzaba diciembre, doña Carmen se ayudaba con un “Cangrejo” que es un instrumento  de madera de moderna creación para estirar la masa. Anteriormente la masa se estiraba a puro dedo tal cual como se hace con las empanadas, pero es un ejercicio penoso y lento aunque la gente dice que la madera del cangrejo le resta un punto de sabor a la consabida hallaca.
            Carmen hacía hallacas desde que tenía 18 años, Era muy solicitada por los días de diciembre, pues sabía cómo se preparan las hallacas típicas de algunas regiones de Venezuela. En los Andes, por ejemplo, nos dijo cuando la entrevistamos, se acostumbra aplicarle picante crudo y garbanzos a la masa y siempre lleva carne de cochino. En Oriente hacen la hallaca igual que en Caracas y Guayana. No obstante, advierte que hay lugares en Guayana donde el guiso lo preparan con morrocoy y rodajas de papas sancochadas. Por lo general, la hallaca es de gallina, pavo, carne vacuna y cochino. Esto, además de los aliños, encurtidos, cebollas, aceitunas, alcaparras y ese punto, esa sazón muy especial que sabe ponerle la experta dama de la casa con práctica y experiencia en el doméstico arte culinario.
            Carmen aprendió hacer hallacas al lado de Tina Camacho que a comienzos del siglo veinte era muy elogiada por su guiso al igual que lo era por sus dulces la madre de Lourdes Salazar. Para ella hacer hallacas era como un rito que comenzaba el 2 de diciembre y terminaba la víspera de Año Nuevo.
              Doña Carmen era de padres indios nacidos en Calcuta, instalados en Guayana a muy temprana edad. Explotaban una horticultura en las riberas del río San Rafael próximas al Puente Gómez. Ella heredó de ellos la fortaleza, la longevidad y el difícil arte de cocinar que la llevó a tener restaurante, primero en la calle Igualdad del Casco Histórico y luego en la calle Pichincha donde se podía degustar la más variada y surtida comida criolla en ambiente un tanto bucólico animado por dos loros, uno que le da vivas a Copei y otro a Acción Democrática en medio de hilarantes groserías.
Lourdes Salazar que vivía elogiando el queso de Brigidito, el dulce de lechosa de Carmelina, el turrón de merey de las Hermanas de la Sierva y el Amorcito de Helena Palazzi, sabía más por herencia de dulce que de hallacas, pero juraba que no pasaba una Navidad sin comerlas “aunque últimamente han venido perdiendo mucho de su cuerpo y sabor antiguos”. Añoraba las hallacas de Tomasa Jiménez Gambús (madre del anestesiólogo Mario Jiménez Gambas) y las de doña Nieves de Reverón.

            Lourdes, mi vecina, solía comentar que la hallaca de la democracia ha sufrido, como todo en este país, alteraciones en su original proceso de elaboración. La harina precocidad y el aparato de prensar han reducido el proceso, pero les ha quitado el sabor propio que le daba esa labor de ritual tradicional que compromete a todos los miembros del núcleo familiar, desde ir al mercado y escoger  los frutos, sancochar el maíz dos días antes, molerlo, amasarlo con onoto y manteca de cochino, formar las bolitas, preparar luego las hojas de plátano, seleccionar las de tender o las de envolver, hasta el guiso.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Los preparativos navideños


LOS PREPARATIVOS NAVIDEÑOS
Los preparativos para la fiesta de Navidad y Año Nuevo comenzaban, como ahora, antes de diciembre y su animación se fue acrecentando con los programas navideños de las emisoras a partir de la década del cuarenta.  En los  cuarenta todavía muy poco conocía el bolivarense los símbolos anglosajones de la Navidad. Estos penetraron por la brecha de la explotación del petróleo y del hierro.  Prevalecía bajo todo su esplendor religioso el símbolo sanfranciscano del Nacimiento y los parranderos iban de pesebre en pesebre cantando los aguinaldos del año y cada familia agradecida retribuía la visita con Amorcito o Ron ponsigué preparado en casa o la propia hallaca acompañada del exquisito jamón Ferry importado.
El Jamón Ferry, a bordo de los barcos de la Real Holandesa, llegaban en grandes cantidades listos para ser preparados en ollas especiales, con papelón y piña, planchados y aromados con clavos de especia.  Los miembros más solícitos de la familia guayanesa hacían coro en función de los preparativos navideños y en la ciudad había madamas especializadas en el arte de cocinar y poner en su punto a ese pernil curado e insaculado venido de ultramar.  Popular era la Negra Berta, cocinera de la maestra Nieves Martínez, muy solicitada por las familias angostureñas porque realmente era una experta en el arte de hacer de la pierna de jamón importado un exquisito condumio de pascua y año nuevo.
         No todo era importado.  También en casa se preparaban bebidas típicas y agradables como el "Amorcito", especie de cóctel con poco ron, jugo, granadina, jarabe de goma, almendras y otros ingredientes que degustaban con fricción muchachas y señoras al igual que el ponche crema o leche de burra, mientras que el roncito con ponsigué curtido en garrafas, era la delicia de los hombres que venían del campo.
La hallaca, el plato mestizo por excelencia de la Navidad y el que mejor sintetiza la cultura hispanoindia, era objeto de un bellísimo ritual que comprometía a casi todos los miembros del núcleo familiar en la tarea de ir al mercado, escoger los frutos, sancochar el maíz dos días antes, molerlo, amasarlo con onoto y manteca de cochino, formar las bolitas, preparar las hojas de plátano, seleccionar las que eran de tender y las de envolver, preparar el guiso, las rodajas de huevo, las aceitunas y alcaparras que cada quien iba por turno colocando sobre la masa tendida hasta quedar confeccionada la hallaca.  Luego venía la cocción, el degustar y el intercambio entre vecinos y amistades en una sutil suerte de competencia para discutir al final, entre gustos y maneras, cuál y de quién la mejor.
Parte de esa gran magia de la Navidad era el rapto del Niño Jesús que en la nochebuena  de Pascua la familia colocaba en el pesebre.
Entre el 25 de diciembre y el día primero del Nuevo Año, un día cualquiera, desaparecía del Nacimiento la representación del Niño y la gente de la casa, al darse cuenta, continuaba el juego tratando de dar con la supuesta familia autora del ingenuo rapto.  Al fin, alguien daba la pista con cierto dejo de complicidad, pero aquello no era más que un pretexto para provocar ruidosas visitas a la familia raptora y poner la gran fiesta.  De esta gracia tan pintoresca de la Navidad bolivarense muy poca gente se recuerda, como tampoco del Amorcito, del familiar ritual de las hallacas, del Belén ni de la fabulosa misa de cuatro de los caleteros.  Lo más puro y telúrico de la Navidad nuestra se ha perdido.  Estamos hoy en otra Navidad porque aquella de nuestros abuelos se ha ido y ya no vuelve. De todas maneras, Navidad es Navidad. (AF)


miércoles, 20 de diciembre de 2017

El Antiguo Pesebre Bolivarense


El Belén, Nacimiento o Pesebre era toda una escenificación tradicional, pero en cada iglesia, en cada hogar o plaza, con las inventivas propias de quienes lo asumían.  Cuando se acercaba la Nochebuena, los bolivarenses iban a los Morichales o más allá  a cortar ramas y malojos, a recoger la arena y las piedritas para unirlos luego a las pequeñas imágenes de la sagrada familia, pastores, Reyes Magos, animales del pesebre y otros recursos con los cuales en sitio accesible y visiblemente apropiado trataban de reconstruir el paisaje donde nació Jesús.
El Nacimiento principal era el de la Catedral del cual se ocupaban miembros de la legión de María.  Ante él se cantaban de madrugada los villancicos y en el hogar y sitios profanos los parranderos o conjuntos familiares improvisaban aguinaldos, de los cuales muchos trascendieron como "La Casta Paloma" del juglar Alejandro Vargas.
En la actualidad el aguinaldo ha sido prácticamente aplastado por el auge de la gaita zuliana, a la cual la radio y la televisión como la discomanía le han dado pábulo dentro de una desbordada euforia que ha colocado a la Iglesia católica en el dilema de resistirla o tolerarla dentro del templo al igual que con el tiempo  ha venido dando cabida al aguinaldo profano al lado del villancico.
         Lo cierto es que trovadores y parrandas tradicionales de aguinaldos no se ven como se vieron hasta la mitad del presente siglo por las calles altas y bajas  de la ciudad orinoquense. Asimismo ha perdido devoción y fuerza la costumbre de levantarse de madrugada para ir a misa de cuatro entre el 16 y 25 de diciembre; a la misa dedicada a gremios e instituciones, lo cual era todo un acontecimiento tejido de la más pura y desbordada alegría.
La población citadina vibraba al ritmo de las parrandas y, bajo el atronador despertador de cohetes y patinadores deslizándose cuesta abajo del peñón angostureño, iba a la misa de cuatro y luego la juventud se sumaba a las parrandas para contagiarse con los viejos y nuevos aguinaldos de Alejandro Vargas, Bambalá,  Agapito Blanco, el viejo Tomedes y tantos otros largo de mencionar.
Pero de todas las misas aguinalderas que van del 16 de diciembre hasta la del Gallo o nochebuena del 24, la más animada solía ser la de los Caleteros, obreros de ancheta que trabajaban noche y día cargando o descargando barcos de la Real Holandesa o de la Venezolana de Navegación atracados en riberas y muelles de la ciudad.
Los caleteros, hombres sudorosos, descamisados,  de pantalones arremangados  - así se veían en muelles y riberas -  formaban  como una clase aparte, pero eran los que mejor sabor popular daban a la misa, la cual no se oficiaba en la Catedral sino en la Iglesia Santa Ana que reventaba  de pueblo hasta el puerto de las chalanas.
Los marinos de los barcos pequeños hacían sonar sus guaruras y en los barcos de mayor calado resonaban los pitos de vapor.  Repicaban las campanas, tronaba la cohetería, estallaban sin cesar tumbarranchos, triquitraques, saltapericos y la noche parecía florecer con intensa luz de bengalas  desde la calle El Poder hasta el Mercado Municipal de Castillito.
Esta misa de los caleteros era generalmente la penúltima de la Natividad y terminaba  en suerte de competencia imponiándose a las demás por su contagioso derroche de entusiasmo y cohetería. (Américo Fernández)