viernes, 15 de marzo de 2024

ÁNGEL BOANERGES CORASPE

Le pusieron Ángel –es lo que se cree- para contrarrestar el segundo nombre Boanerges que, de acuerdo con el diccionario bíblico, significa “Hijos del trueno”, pero no, fue porque su padre se llamaba Ángel, descendiente, dicho sea de paso, de un corso francés. Pero la verdad, verdad, es que, por Mnemosina quizá, se le ocurrió a doña Luisa Coraspe, cuando encinta de él, su primer hijo, leía una novela basada en un pasaje de la Biblia en el que Jesús de Nazaret le puso el sobrenombre de Boanerges a Santiago y Juan, dos de sus apóstoles, hijos de Zabedeo. Los llamó Boanerges porque eran muy fogosos e impetuosos y dialécticos y ciertamente por coincidencia o intuición de parturienta que así resultó el muchacho desde que nació el 2 de abril de 1936 bajo el signo de Aries. Quiere decir que contaba 83 años y meses cuando falleció el 9 de octubre a las 2 de la madrugada, tras una operación en el Hospital Universitario Ruiz y Páez. Había sufrido un accidente cardiovascular hemorrágico tras una caída. Bueno, murió irremisiblemente este sociólogo, amigo, quien había hecho un doctorado en salud pública. Era profesor titular de la Universidad de Oriente y ejerció durante toda su existencia en el Núcleo de Ciudad Bolívar, donde se destacó como dirigente gremial y entre los fundadores de UDO-70 que hizo posible el ascenso a cargos de decanato y rectorado a numerosos docentes de la alta casa de estudios. Quizás la mejor obra de Coraspe sea el Centro Multidisciplinario de Orientación sobre Drogas, CEMODRO, centro de prevención integral social del Estado Bolívar que actualmente preside su hijo el licenciado Halley Coraspe y que tiene desde su fundación como misión primordial la prevención integral social en materia de reducción de la demanda de drogas en nuestro estado y fuera del mismo. La labor preventiva de Cemodro abarca los ámbitos, familiar, educativo, laboral, empresarial y comunitario, así como el asesoramiento a los organismos del estado, ministerio, sistema bancario, centros educativos, unidades de atención, fiscalías, consejos de derechos, organismos de seguridad, apoyar a todas y cada una de las instituciones que así lo requieran. Yo lo conocí a muy temprana edad, puesto que éramos vecinos en la calle Venezuela. Consecuente amigo, voluntarioso y mucha iniciativa, idealista y convencido siempre de sus ideas. Era uno de los mejores alumnos del profesor José Simón Escalona en castellano y literatura y cuando egresó del Peñalver quería ir a la Universidad, pero carecía de recursos, por lo que se puso a cantar como solista de conjuntos musicales locales, tenía buena y rítmica voz, pero no era ese su camino. Logró laborar en los laboratorios de la Orinoco Mining, compañía norteamericana que al final lo becó para irse a estudiar sociología en la UCV Yo medié para lograr otras ayudas y al fin se graduó e hizo la carrera universitaria que todos conocemos, especialmente sus diez hijos en dos matrimonios y otros amoríos así como generaciones de estudiantes que pasaron por sus manos. En estos días, tuve el privilegio de leer toda vez que todavía permanece inédita una novela de mi hija Riolama, quien conoció a su tío. Esa novela se inicia con el capítulo “El Edificio”. Es una novela un tanto autobiográfica pues Riolama, quien no obstante ser magister en biología marina, ha resultado escritora muy amena. El primer capítulo “El Edificio” del libro “La Secuela”, refleja a mi manera de ver, el estilo de vida de este docente, único quizás, muy apegado al impulso existencial: Lo describe así: “Mi tío pasaba horas mirando la construcción del edificio, se paraba en la esquina, cuando venía de la panadería, a observar detenidamente los movimientos que hacían los obreros, levantar un balde, vaciar cemento, agregar arena, batir la mezcla, colocar ladrillos, elevar materiales por la grúa; así se le iba toda la mañana, viendo con admiración como de la nada iban apareciendo estructuras, paredes, escaleras, pisos, hasta que llegó a estar casi completo, pero la obra se detuvo por la crisis económica del país, entonces mi tío murió, justamente antes de la pandemia. Es que mi tío fue siempre así, vivió la vida de modo intenso, pero despreocupadamente. Era un hombre sumamente guapo y las mujeres se agarraban de las greñas por él, pues tuvo muchas amantes y a todas les compró casa y las mantuvo, cuando el país tenía una de las economías más pujantes del mundo. Además, era sexólogo y tenía fama de ser experto en la cama, pero le encantaban mujeres de bajo nivel social, que veían en él no solamente la satisfacción de su sensualidad, sino un vehículo para subir de estatus económico, pero como eran tantas, las mujeres se peleaban entre sí y muchas terminaron agarradas de los cabellos, profiriéndose todo tipo de insultos, mientras a él esas situaciones ni lo inmutaban, le eran totalmente indiferentes, como si no tuvieran nada que ver con él. En efecto era asunto solamente de ellas. Así, con esa manera de ser desprendido, era con todo, simplemente vivía su vida sin aferrarse absolutamente a nada, al punto que cuando llegó a viejo y ya no tuvo dinero que dar a las mujeres, quedó sin tener donde vivir. Un hombre que le dio casa a tantas mujeres, estaba literalmente en la calle y arruinado. Su primera esposa lo recogió, cediéndole una habitación, donde pasó los últimos años de su vida. Justamente en la esquina de esa casa estaba la construcción, que cada mañana se instalaba a ver como si fuera su trabajo inspeccionar la obra. A las seis de la mañana cruzaba la avenida, sin importar si el semáforo estaba, en verde, rojo o amarillo; el pasaba sin mirar a los lados, convencido que los carros debían detenerse para dejarle pasar, y así sucedía, los carros frenaban al verlo y le daban paso, independientemente del color de la luz. Al cruzar la avenida estaba la panadería, la gente pedía lo que iba a consumir y luego pagaba, pero mi tío consumía y se iba sin pagar, al punto que la panadería tuvo que cambiar la modalidad y cobrar por anticipado. Gracias a él, pedías, pagabas, te daban un tiquete de compra con el que retirabas el pedido, de esa manera mi tío se vio obligado a pagar, pero por lo general hacía que algún conocido le pagara la cuenta, no es que no tuviera dinero y fuera un indigente, de hecho, había sido profesor universitario, simplemente era un estilo que había adoptado después de haber tenido mucho y dado demasiado; asumía su carencia con gracia, con un humor parecido a una travesura infantil. Un estilo derivado de una actitud de merecimiento, de un hombre que pasó toda su vida comprando casas a sus mujeres y nunca compró una para él. Tampoco le hizo falta, pues, ya viejo andaba de un lado a otro, visitando a sus ex mujeres y se quedaba con una y con otra, quienes veían en su obsolescencia una oportunidad de heredarle la pensión de vejez y su jubilación de profesor universitario, de manera que, estando ya casi decrépito, las mujeres todavía se peleaban por él. Un día la obra se paralizó por falta de dinero y materiales para continuarla, como paralizada empezó a estar la economía del país. Una nación con todos los recursos para hacer cualquier cosa, pero no se hacía nada, porque todo lo que podía producir fue tomado por gente incapaz de hacer algo. Cuando dejaron de construir, mi tío pasaba por allí, pero ya no había nada que ver, el edificio permanecía igual, ya no había cambios diarios para maravillarse y de pronto es como si hubiera desaparecido lo que le daba sentido a su vida…” El profesor universitario Ángel Boanerges Corspe murió el 9 de octubre de 2019 “La Secuela”, refleja a mi manera de ver, el estilo de vida de este docente, único quizás, muy apegado al impulso existencial. (AF)

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