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   Le costó entender por qué el hombre que amaba
  se 
  había alejado, 
  Los domingos ella solía caminar sin rumbo fijo, para
  despejar la mente del trabajo y actividades de rutina de la semana. Caminar
  sin destino en una ciudad costera siempre lleva al mar. Toda costa tieneembarcaciones
  disponibles hacia otras costas cercanas o lejanas. No una costa particular.
  Es la textura de la arena, 
  la densidad del agua, el sumergirse, los elementos aire, calor, arena, agua
  orquestados para producir melodías distintas para cada sentido. Los colores
  del trópico, el sonido del mar, la fuerza de la naturaleza y lo más parecido  a la paz. Una mujer se incorpora como un
  ente 
  de formar parte del paisaje o como una intrusa. 
  En todo caso, los paisajes son capaces de asimilar 
  cualquier cosa que al humano se le ocurra y por eso la mujer allí. No como
  una foránea y ajena 
  o parte de él, 
  porque ella misma había hecho de1 paisaje algo propio. 
  
   
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     Las olas van y vienen tranquilas, la arena se
    incrusta en las nalgas, el sol se siente suave en la piel y algún libro
    deja leerse. Niños desnudos y harapientos aparecen sonrientes y bronceados
    llenando de voces el paisaje y el mar de piedras.  Ella se levanta y lanza unas cuantas y
    los niños la llevan más lejos  aún.
    Corren, nadan y atrapan caracoles que son destrozados a pedradas y
    engullados a mordiscos  a pesar de la
    dureza.  Los niños desaparecen  
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     del paisaje, de la misma manera como 
    irrumpieron. 
    Envuelto en serenidad, de
    improviso, sin anunciarse, 
    imponente, aparece en la distancia en el centro mismo del 
    paisaje, como el dios que es, arrogante y viril. El mar se 
    hace a la mar. 
    Al atardecer el mar se hace
    hembra; abre sus piernas de 
    aguas turbulentas y lo recibe rojo y ardiente, lanzando al 
    cielo los colores con todas las gradaciones posibles, en un 
    acto de magnífica belleza que ningún pintor logrará 
    plasmar jamás. Sumergido, desde la profundidad, cubre los 
    cuerpos cansados de metáforas repetidas. La mujer en la 
    orilla recoge su bolso y camina de vuelta a su casa. 
    . De regreso, el marido espera, busca en la mirada
    los 
    signos de otro. La sonrisa simple y leve parecen negar la 
    posibilidad y ocurre el beso, pero la piel, el bronceado en 
    ella indica que el sol estuvo en cada milímetro, penetró 
    tan profundo que es insoportable el dolor al más 
    leve contacto. 
    La piel
    poseída, la paz en el rostro y 
    la mirada perdida en un horizonte 
    inexistente en ese escenario, pero 
    sobre todo el semblante de 
    satisfacción plena, rasgos 
    insoportables para un marido que ha 
    esperado todo el día. 
    Tal vez
    no era solamente el sol, y si sólo fuera, cómo competir, por eso se marchó. 
    Ella no supo por qué. 
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