martes, 31 de mayo de 2022

UN POETA EN EL UMBRAL DE LA MUERTE

Entre scoch y scoch en tono de broma sugerí al poeta John Sampson se diera un baño de Talco como Michael Jackson, pero barrunto que no le gustó pues nada dijo en el momento a pesar de su tenue sonrisa. Días después tituló “Talco y Bronce” un poemario manuscrito que cargaba en un bolso de cuero repujado y me pidió que lo leyera y escribiera el prólogo. Lo escribí, pero no lo insertó en su libro. No sé si porque no le gustó o presagié inconsciente su muerte, lo extravió o fue en retaliación por la broma que le gasté. Un domingo me invitó a un almuerzo en El Faro y estaba con su hija. Me dijo te invité porque soñé anoche que había muerto y tú pronunciaste la oración fúnebre, Nada respondí y al poco tiempo falleció. Sus amigos hablaron en el funeral y yo que estaba un poco rezagado, fui llamado por Omar Duque para que interviniese y entre otra cosas dije que era un Poeta que regalaba los libros que leía.. Usted iba a su casa y no veía libros por ninguna parte, en cambio los ángulos y muros de su casa estaba llenos de esculturas y pinturas de artistas nacionales e internacionales, incluyendo las pinturas propias porque, además de atleta de salto largo en el pedagógico y poeta, era pintor. Su vivienda era toda un museo de arte neo figurativo, abstracto, cinético, geométrico y serial. Yo fui beneficiado de tres libros, todos sobre filosofía de Federico Nietzche: El Crepúsculo de los dioses, el Anticristo y Así hablaba Zaratustra. El último que me regaló decía en la dedicatoria: “Américo, cualquier día es bueno para extenderle un abrazo a quien estima a Hernando Track”. Hernando Track, escritor colombiano autor de Tiempo de callar que dicho sea de paso es el libro de cabecera de Omar Duque. He aquí el Prólogo e cuestión; TALCO Y BRONCE (Prólogo) El segundo libro de John Sampson se distancia en profundidad del primero, mucho más recreado en el impulso vivencial. Este Talco y Bronce responde a su textura hojosa que deviene de la raíz y a ese ruido esponjoso de campana confundido con las olas que gritan el desgarramiento de Orfeo por las tracias. Bajo el virtualismo de su incoherencia temática subyace espontánea una cronométrica unidad de pensamiento a pesar de que los poetas no ostentan memoria de científico sino de pájaro que vuela de un punto a otro durante las cuatro estaciones. Hoy el poeta puede estar en el cementerio desbrozando con una interrogante la lápida de Ludovico y la de un tal John Sampson muerto en un tiempo porvenir, pero mañana, distinto, en el cerro del Suspiro viendo que los vividores se prorrogan el destino en nombre de la ley. Así transcurre su existencia: desmadejando impulsos hasta verlos empinados como un papalote alejándose de los peregrinos del sarcófago y del polvo que acompaña a los muertos. Allá, cerca de las ciudades selenitas, se está mejor si es que se puede ser mejor con los confederados delegados del tiempo, sin temerle al charco, sin sacrificar corderos, disfrutando la turgencia dorada de la poesía, de la poesía simple, como esta de John Sampson, simple como el agua, pero discursiva como un rio, sin reposo, sin bahías, con bordes y vertientes sufragantes, habitada por la cítara de Orfeo, por ese sabor a maíz, a Popul Vuh, a silencio consumado que busca a Dios entre los niños y sólo encuentra incienso en los altares. Américo Fernández.

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