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domingo, 28 de marzo de 2021
LA HUELLA INDELEBLE
Los profesores Juan Camacho y Arturo Oliveros exhibieron hace ya algún tiempo en el Salón Canaima del Hotel "Laja Real" un conjunto de objetos antiguos que, cotejados con sus semejantes de hoy, dicen bastante de lo que es capaz la inventiva perfeccionista del hombre.
Desde que la negligencia oficialista y la misma Iglesia quizás, pues fue fundado por el obispo Miguel Antonio Mejía, sepultó al Museo Talavera de Ciudad Bolívar, no habíamos tenido la oportunidad de ver expuestas tantas antigüedades juntas para las cuales el periodista Gustavo Naranjo encontró esta frase de catálogo: “La Huella Indeleble".
Exactamente, es una huella, un rastro imborrable del hombre y su tiempo esos objetos que fueron útiles en el pasado, pero que siguen siéndolos, aunque sofisticadamente embutidos en otra forma y mediante un procedimiento de menor esfuerzo y exigencia práctica.
Son objetos que, como el hombre mismo, han evolucionado, siguiendo el orden selectivo, hasta lograr la fase culmine de lo ideal. Así un día disfrutamos como maravilla la máquina de escribir inventada en 1368 por el norteamericano C. Sholesy y que hoy una computadora con velocidad increíble puede sustituirla tratando de agotar todas las posibilidades de la ciencia cibernética y, de esta forma, la que fue maravilla ayer ha quedado relegada a lo obsoleto, sin otro valor de utilidad que el de reliquia.
En la Exposición, vimos objetos de primera, segunda y tercera generación conservando aún su forma y textura primitiva. Objetos que los jóvenes suelen ver con cierta sonrisa ingenua, extraña. Quienes pasan de los 50 años de edad reaccionando de la misma manera, pero siempre experimentando nostalgia por el pasado cuando la madre o la abuelita hacían uso de esas antiguallas o artefactos hoy pasados de moda. Por ejemplo, calentando en un anafe expuesto al aire, la compacta plancha de hierro que alisa la ropa.
Se me ocurre el ejemplo de la plancha porque en el Salón Canaima, Camacho y Oliveros exhibieron una colección, desde la primitiva hasta la eléctrica de nuestros días, que bastaría para darnos una idea de cómo discurre el tiempo escalonando sorpresas, gracias a la ciencia y tecnología que hoy exprime las posibilidades del mundo cibernético. Pero, obviamente, el horizonte de objetos es más largo, mucho más que el espacio ofrecido por Garlos Alaimo. Allí apenas tuvimos la oportunidad de una muestra significativa que nos sugiere la idea de crear una Fundación para un Museo de Antigüedades.
Una muestra significativa donde destacan la máquina de calcular con la que al inglés Babbage destronó en 1822 el increíble ábaco de los chinos y una lámpara de seguridad del inglés Humphrey Davy añorada por los mineros calloenses; una máquina de coser con la qué el francés Thimmonier en 1830 dejó atrás la aguja y el dedal de su madre, una o dos pistolas que sepultaron al trabuco naranjero con el que el Cabo López mató al General Tomás de Heres. Bueno, qué más decir de esta exposición de antigüedades que seguramente el tiempo habrá de extinguir como ya se ha extinguido parte de las reliquias del pasado de la ciudad (AF).
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