domingo, 7 de marzo de 2021

EL BOTICARIO LAUREANITO LEON

Hoy cuando la esperanza de vida oscila entre los 60 y los 70, cumplir más de ochenta o noventa años de edad, impresiona; sobremanera, a quienes por el sistema de vida que llevan están resignados a la derrota final antes de la edad longeva. Debería ser, estando como nos vemos, frente a la realidad de una ciencia de la salud tan avanzada, pero lo que ocurre es qué esa Ciencia de la salud es costosa y el Estado que es el garante de la salud del pueblo, no está en capacidad para sufragarla en beneficio de las mayorías. Por otra parte, contra esa ciencia de la salud tan avanzada conspiran abiertamente los vicios de la sociedad contemporánea, subrayado por el acelerado ritmo de su existencia, el alto consumo de alcohol, el estrés, el cigarrillo, el café, los fármacos,, la aberración sexual-y otros vicios de mayor o menor severidad. Laureano León Rojas, o simplemente "Laurean!to" , como lo apoda familiarmente la Ciudad Bolívar tradicional, no pertenece propiamente a la sociedad contemporánea aunque vive en ella. No pertenece, porque no comparte ni participa de sus tentaciones. Conserva la cultura existencial que marcaron a sus ascendientes del siglo pasado, una cultura real mente sana y de trabajo. Laureano León Rojas, a quien conocí personalmente- en la finca de su hijo Gilberto, un domingo cuando le celebraron el octogésimo aniversario, ha sido siempre un hombre sano, de trabajo. De trabajo digno, activo y sereno, tanto en su Hato absorbido por el gran vecino, La Vergareña, como en la ciudad, regentando hasta hace poco Farvenca, la primera droguería en estos lados del Orinoco, auspiciada por él, conjuntamente con la Droguería Orinoco, muy propia, encadenada a ocho farmacias. En 1940, las pocas farmacias o boticas existentes en el Estado, tenían su particular medio de proveerse de los medicamentos y sustancias para los preparados. Laureanito León lo recuerda toda vez que ese año abandonó sus estudios de medicina en Caracas y retornó a la ciudad angostureña para desempeñar el papel de boticario en la herencia que su padre homólogo le tenía reservada. Entonces existía la Botica “El Porvenir”, de Antonio Rodríguez, que vendía Agua del Carmen, sulfas, píldoras del doctor Ross, goma arábiga, purgante de higuera, soluciones de yodo, emolientes y ciertos placebos que más que valor terapéutico tenían un efecto psicológico. Eran todavía en provincia los tiempos de la medicina pre- antibiótico en que el mortero donde se trituraban las esencias constituía la pieza más importante de una botica. De ese entonces data la Farmacia Orinoco bajo los portales del antiguo Paseo Falcón. Antes tenía el nombre de Droguería y formaba parte de las cuatro boticas que tenía la ciudad y que en 1940 su padre compró a Tadeo Shoen, un europeo de voz aguda que vendía de todo y quien tenía estratégicamente ubicado en- ella un "Ojo de boticario", vale decir, un espejo redondo por donde chequeaba a los clientes. Las otras tres boticas eran la Continental, de Juan (Juancho) Montes; El Águila, de Carranza; la Del Valle, de Jesús Salazar. Por supuesto, que las farmacias de hoy poco se parecen a las boticas del siglo anterior y el boticario solía sentarse en una silla de cuero inclinada cerca de la puerta a la espera del cliente. Hoy todo está tan cambiado. Y si ayer el mortero constituía la pieza más importante de la botica, hoy parece serlo la computadora, el producto más relevante de la ciencia cibernética. (AF)

No hay comentarios:

Publicar un comentario