La delegación del Cuerpo Técnico de la Policía Judicial en Ciudad Bolívar inició en 1972 lo que ella llamó “Operación morral”, dirigida contra los hippies y melenudos que pateaban calles y parques de la ciudad.
Esta operación, según el comisario Líbano Hernández Useche, consistía en detener a sospechosos de consumir y traficar con marihuana.
Especialmente fueron detenidos los hippies y melenudos con morral al hombro porque en ellos siempre durante las requisas periódicas encontraban papeletas de marihuana.
La operación logró su primer resultado con el arresto de 20 de ellos bajo sospecha de traficar y consumir esta droga que se obtiene de las hojas secas y flores del Cáñamo cannabis sativa y la cual se fuma y se mastica por sus efectos alucinógenos y narcóticos.
La consumición de la hierba produce en una primera fase estimulación, mareo, euforia; después, sedación y tranquilidad placentera. Los cambios de humor se suelen acompañar de alteraciones en las percepciones del tiempo, del espacio y de las dimensiones del propio cuerpo. Muchos consumidores refieren aumento del apetito, aumento de la percepción sensorial y sensación de placer.
Los efectos negativos incluyen confusión, ataques de ansiedad, miedo, sensación de desamparo y pérdida de autocontrol. Los consumidores habituales de marihuana pueden desarrollar un síndrome motivacional que se caracteriza por pasividad, disminución de la motivación y preocupación por la dependencia de la droga. Como ocurre en la intoxicación por alcohol, en la intoxicación por marihuana se produce un deterioro del juicio, de la comprensión, de la memoria, del lenguaje, de la capacidad para resolver problemas, del tiempo de reacción y de la destreza para conducir.
Como sea, ellos se sentían enteramente libres. Felices a su manera. Comían hierbas, se dejaban crecer la barba y el pelo enmarañado, fumaban marihuana, recorrían los caminos con mochila y sombreros tiroleses, hablaban el argot de los marginales, rasgueaban la guitarra, cantaban canciones de aquel malogrado símbolo de la anticultura llamado Janis Joplin. Los hippies despreciaban el trabajo y mucho más la civilización industrial y de consumo. Vivían enfrentados a las grandes fuerzas de la civilización occidental, al capitalismo, a los ejércitos invasores, a los nacionalismos, a las iglesias constituidas. En fin, los hippies virtualmente se cobijaban bajo las banderas de aquella insólita Internacional del Ocio que proponía el ex líder sindical polaco Ren Kowalsky en 1898.
El movimiento hippie se extendió por todas partes y la juventud de Ciudad Bolívar, en cierto modo, fue alcanzada o aprehendida por la onda expansiva. Pero ¿dónde están? ¿Qué se hicieron? ¿Acaso desaparecieron como Allen Ginsberg? Los otrora hippies de Ciudad Bolívar, gente joven, melenuda, de los años 60, no desaparecieron. Viven, pero ya no son hippies, sino gente seria que ya resulta vieja para la edad de su tiempo y alegan que no lo fueron en el sentido y significado del término. Tal vez intentaron serlo, o por esnobismo se adaptaron a la moda sin llegar a mayores desafueros, con la desventaja de que el común le atribuía lo atribuible a un hippie. Como quiera que haya sido, lo cierto es que ahora se ven como gente y agentes de cultura que se resisten a recordar en voz alta aquellos agitados días de los blues, los Beattles, los Big Brothers, los días de la minifalda, de la pintura violentamente expresionista, del ocio, en fin, del caminar sin rumbo.
¿Pero eran ellos realmente hippies como sostenían los citadinos de los años 60? Pocos lo creemos. Tal vez asumieron algunos de sus rasgos, ciertos comportamientos propios de esta especie de goliardos, pero en el fondo no lo eran.