José
Martínez Barrios, celebrado pintor bolivarense, tuvo amigables relaciones con
Edelmiro Lizardi, el dueño del famoso Trocadero de Ciudad Bolívar
Solía recordar en vespertinas tertulias
en el quiosco que era de Carlito Hernández, aquel ambiente pintoresco con
cuartos de moriche en el fondo, situado en La Campiña. Por allí pasaron mujeres bellísimas de
Maracaibo, Valencia, Upata. Uno se
tomaba una cerveza por real y medio. El
tercio costaba 1,25; dos bolívares la media jarra y tres el botellón. Allí Martínez tuvo sus primeras incursiones amorosas.
En ese paraje, el pintor anclado en el
claro oscuro de los clásicos, se empató con una merideña bellísima de nombre
Juliana. En ese tiempo Martínez vivía
leyendo libros de estética, de preceptiva literaria, filosofía y obras
románticas. Como los actores de cine,
buscaba argumentos para su vida, temas que le nutrieran existencialmente.
Martínez Barrrios vivía solo en la
calle Democracia con sus gatos y un perro.
Sentía un gran amor por ellos. “Cuando
salgo y estoy de vuelta, siempre me esperan en la puerta como en concilio. ¿Cuántos gatos? -Tenía seis: tres grandes y tres
pequeños, pero ayer aumentaron a diez porque encontré cuatro pequeñitos que los
tengo en una cajita y no los voy a dejar morir de hambre. Los encontré en una casa abandonada y les
compré un pote de leche y un tetero. ¿Tienen
nombres? -El más feo lo llamo Oso y al más pintado, Tigre. Son los únicos machos y los que tienen
nombres. Los machos se van de noche de
parranda y regresan tarde y tengo que levantarme a abrirles la puerta. Ayer se aparecieron con una amiga y tuve que
levantarme corriendo a servirles una lata de sardinas que les encanta y me
veían de una manera rara como preguntándome si estaba bravo y yo les
respondí: “No, chicos, que va, coman y
olvídense de lo demás.”
La conversación informal con Martínez terminó
en su casa, sin dejar éste de fumar y frotar una caja de mentol que siempre
cargaba consigo. Le pregunté sobre sus
exposiciones y me dijo que la última individual había tenido lugar en la Casa de las Doce Ventanas con
motivo del Día del artista Plástico.
¿Cuál la de mayor éxito? La primera en la Casa de la Cultura por iniciativa de
Minina y del Profesor Sellier; la segunda en el Ateneo de Caracas a instancias
del poeta y crítico de arte Rafael Pineda, otra en la Galería Germania de
Wolfgan Scroder y una más en la Galería Bicentenario, patrocinada por el doctor
Ramón Córdova, excelente amigo, me ha ayudado mucho. Rafael Pineda tenía intención de seguir ayudándote ¿qué pasó? -Bueno,
Rafael es muy inteligente, tiene una
gran producción literaria, es incansable, está muy bien relacionado, lo que no
me gusta es que es muy de la elite ¿Tu
disgusto no es por haber calificado tu pintura de ingenua? -Bueno, esa es
una de las causas, el problema de la clasificación que él quería darle a mi
pintura y con la cual yo no puedo estar de acuerdo. ¿Por qué? -Ingenuo significa para mi, ignorancia artística,
desconocimiento técnico y yo soy un pintor de escuela, con doce años de
estudios en academias. De manera que no
puedo estar en esa clasificación.
Martínez leía Elogio a la Locura.
¿Qué dice Erasmo de Rotérdan de
la mujer? -Bueno, hay un pasaje de su obra donde dice que Platón dudó al
colocar a la mujer en la categoría de los seres racionales porque los 365 días
del año los pasa pintándose y todavía tiene el coraje de pintarse en los
Carnavales.
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