Este artista y etnólogo franco venezolano fallecido el mediodía del
domingo en la clínica Santa Ana de Ciudad Bolívar, pasó más de medio siglo aventurando en la línea del
dibujo, revelando con su pintura las zonas
ocultas del subconsciente bretoniano,
haciendo publicidad comercial,
escribiendo dramas y poemas, realizando documentales y divulgando la cultura de las etnias indígenas representativas del
Estado Bolívar.
Desde que estudiaba
arte y letras en Marcella, donde nació al finalizar julio de 1925, soñó
con seguir la ruta de Jean Chaffajon, no a clavar la bandera francesa en alguna
parte como lo hizo aquél en las cabeceras del Orinoco, sino a convivir con la
cultura pura de la selva tropical que
mora más abajo del paralelo 8.
Y su sueño comenzó a hacerse realidad tan pronto cesó la invasión de la Segunda Guerra Mundial que nubló de aviones
nazistas el cielo de su patria a pesar
de la resistencia del Mariscal Petain. Tenía
15 años de edad cuando la bota
hitleriana se posó sobre la tierra de
Juana de Arco y 19 cuando se alistó
en el ejército de los Aliados.
Visar el pasaporte en Francia para viajar a Venezuela le resultó fácil. Lo difícil fue sortear los contratiempos que lo demoraron un año antes de llegar a La Guaira
y subir hasta Caracas agitada por el derrocamiento de Gallegos.
Su fama de artista trascendió y sus servicios fueron contratados por Lucía Leveni, francesa
de origen rumano, esposa del coronel Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la
Junta Militar de Gobierno, para decorar
la residencia. En ese menester se
hallaba el 13 de noviembre de 1950
cuando se consumó el magnicidio en la persona del coronel por un grupo de
forajidos instalado en un inmueble de la urbanización Las Mercedes, de Caracas.
En 1952, se hace amigo del explorador
Félix Cardona, quien le encomienda la venta de una concesión
diamantífera en Icabarú. Se interesa por ella el
dueño de una empresa que ejecutaba en Ciudad Bolívar el Gran Hotel Bolívar, y
Henry Corradini se aventura hasta el Orinoco, pero nunca llegó conocer a
Icabarú. Se quedó para siempre cautivo en Ciudad Bolívar escribiendo dramas,
poesías, ejerciendo la fotografía artística, pintando y realizando
documentales para el cine y la televisión, sobre la cultura indígena que,
podemos decir, fue siempre su pasión. Su empresa Pubeco, le permitió penetrar
importantes mercados nacionales desde su taller en Ciudad Bolívar.
Un taller bien dotado para
la publicidad que nada tenía que ver con el surrealismo, arte que tiende a
dominar su pintura después de haber experimentado inicialmente el
abstraccionismo que abandonó luego de conocer a André Bretón, padre del
surrealismo que cultivaron pintores como
Dalí y Paul Klee, cineastas como Luis Buñüel y hasta fotógrafos como Man Ray.
La
fotografía de Henri Corradini no es como la de Man Ray sino mucho más expresiva
y mayormente enfocada en numerosos aspectos arquitectónicos del centro
histórico de Ciudad Bolívar y en el tema indígena reflejado excelentemente en
la exposición "Los panare: lo que fuimos lo que somos".
Además de los Panare o E´ñapa,
Henri Corradini hizo contacto y estudió
a los maquiritare, kariña y sanema, grupos
étnicos con todo un cuerpo social y
una filosofía únicos. Igualmente hizo
contacto con los Hoti o chicanos
considerados los más temibles y recelosos
de la selva guayanesa.
Para esas excursiones
interminables, el artista franco venezolano contó siempre con una excelente profesional, María Eugenia Villalón, quien tenía un postgrado
en los Estados Unidos y ejerció, hasta hace poco que murió, la docencia en la
Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela.
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