Mario Alejandro Guzmán Bigott, un día
cualquiera y sin que lo supieran sus padres
y amigos cercanos, decidió caminar, caminar en solitario desde Caracas hasta Argentina y
lo logró a fuerza de voluntad y desafiando y venciendo óbices y peligros selváticos del
gran interland americano.
Su gran aventura
individual quedó testimoniada en el libro “El eterno caminante”, escrito muy
bien y con una perceptible serenidad de espíritu.
Se de otros que han
realizado el recorrido, pero en automóviles y motocicletas, incluso hasta
Alaska, pero creo que Mario Alejandro si no es el único es uno de los muy pocos
que han cumplido esta insólita aventura.
El argentino Alex, Alex Chacón, cumplió la misma
proeza, en solitario, pero a la inversa,
utilizando una motocicleta suficientemente equipada. Alex, un tipo que al terminar la carrera de
Bioquímica decidió conocer el mundo antes de conocerse a sí mismo.
“El Eterno caminante”
de Mario Alejandro Guzmán Bigot, nativo
de Ciudad Bolívar, está bien escrito: imaginación, capacidad descriptiva y de
reflexión al mismo tiempo.
El capítulo referente al
vuelo de la mosca, es realmente profundo y conmovedor. Es agradable y genial su literatura de rasgos
filosóficos.
Ubicado
en la inmensidad de la selva por decisión espontánea, cuenta que se encontraba
en la incertidumbre del llanto hasta que un curso de agua y una indígena rauda
y silenciosa, se detuvo para que aspirara la fragancia del plátano.
La
niña de ébano, de pechos insólitos, rebosantes de lujuria le zarandea en la
inesperada soledad de su infancia sumergida en la natural ingenuidad del sexo
que luego fue despertando en él la sensación de lo recóndito. Cuántas veces ocurrió en los contados meses
de la estancia, no lo dice ni interesa sino que la niña campesina se perdió en
la niebla del tiempo, lo marcó para siempre con su temperamento de fuego.
Cuatro
kilómetros de túnel cundido de raíces de las araucarias que ensayan otro tipo
de alimento madurado con los ruidos atmosféricos de vehículos donde el pasajero
absorbe la tenebrosidad del momento y sueña la realidad del día siguiente.
El
anciano desdentado además de la dentadura envuelta en papel celofán guardaba un
tesoro en el bolsillo como Sófocles en el paltó de Shelley después del naufragio
en el mar tirreno donde Byron lo hizo luz con la leña varada de la orilla. El caminante eterno no podía creer en la coincidencia,
pero lo cierto es que Niestche está allí
entre los dos compartiendo la miseria de una soledad inexplicable. El anciano y el joven se encontraron y
compartieron el silencio de aquella comedia de los malos aires.
Esther
es una pequeña flor perdida en el desierto de una vida preconizada por la
muerte. De manera que cuando ella quedó
consagrada, toda la jauría cercana del Uruguay quedó triste y somnolienta. Esther, imagen viva de la bondad vuela
profundo sobre la rugosa corteza de las
araucarias y al desplegar sus alas de mariposa dos ochos se juntan en el
corazón del viandante solitario y desperdigado por el mundo de la soledad sin
fronteras.
Eres samaritano del
camino. Lo infiero de varios e-mails de
tus amigos. Dejas la marca de tus
afectos en las paradas circunstanciales o eventuales. Carlos podría ser buen ejemplo. Te marcó y lo marcaste para siempre. Asumiste a pie juntilla el rol de Jesús que
te asignó intempestivamente tu profesor cuando te hallabas desprevenido en la
última fila del aula. Admirable tu
resistencia para soportar la soledad y muchas veces la indiferencia en el largo
camino que terminó haciéndote generoso con los demás a costa de tu sangre y de
tu espíritu.
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