La
veda dispuesta hace más de cuarenta años
para proteger la tortuga del Orinoco aún priva a los bolivarenses del
“carapacho de tortuga” , deliciosa y tradicional vianda de verano que en tiempo
de la Semana Mayor
hacía competencia al pastel de morrocoy, al pisillo de chigüire y al salcocho
de morocoto.
Hace
más de cuatro decenios, Ciudad Bolívar consumía unas cinco mil tortugas durante
la temporada y otras tantas los pueblos del interior y de otros estados. Todavía había quelonios, a bajo precio, una
costaba quince bolívares. Claro que para
entonces no había tantas tortugas como cuando el francés Jean Chaffanjon navegó
el gran río en busca de sus cabeceras.
Entonces, según la novela de Julio Verne, se podía ir de una orilla a la
otra caminando sobre sus carapachos. Algo hiperbólico, pero que da idea de lo abundante de esta especie
realmente interesante y de alto valor nutritivo.
La tortuga Arrau o del Orinoco, dada de la vigencia
del decreto de veda, sigue siendo, por supuesto, una especie en extinción, por lo que cuatro
decenios o más no han sido insuficientes para superar el peligro. En
el Orinoco Medio, su natural habitad, al parecer, no llegan a dos mil las
hembras reproductoras.
Entonces, qué ha sucedido con la veda y el programa de
conservación de la Tortuga Arrau? Por qué son pobres los resultados? Qué deben decir al respecto los responsables
del control de la veda y de llevar adelante el programa de conservación y
multiplicación de la especie? Necesitan
más tiempo? Hasta cuándo? Son preguntas
sin respuestas que circulan.
Tenemos
entendido que con la veda se perseguía al cabo de un tiempo menor al que lleva,
la explotación racional o controlada, pero, ya vemos, no ha pasado nada.
Seguimos sin ver ni probar la tortuga, sin la vianda ni el caparazón donde
Malvina Rosales cargaba piedras para empedrar las calles y los muchachos
rodaban cuesta abajo, suerte de tobogán, por
las cuestas despejadas de la colina del casco.
Los
jóvenes actuales desconocen este importantísimo recurso fáunico del río que
durante un siglo fue depredado y que el decreto de veda del desaparecido Ministerio de Agricultura y Cría, no ha
podido remediar. Creíamos que al cabo de unos veinte o treinta años habría
quelonios como los hubo hasta la mitad del siglo pasado, tiempo durante el cual
el habitante aprovechó abundantemente su
carne, huevos y el bien aderezado y exquisito carapacho de la tradición
En estos días un amigo me comentaba, tratando de justificar
los resultados de prolongada veda, que de 100 tortugas que nacen sólo el 30 por
ciento llega a la edad adulta debido a depredadores naturales del medio
ambiente como el Tigre y el Caricari y a la brutal y hasta ahora incontrolable
cacería del hombre. Pasamos a creer más
en lo último porque tanto el tigre como el caricari pasaron hace tiempo a ser
también especies en extinción.
Ya no hay tigres porque la cacería del hombre fue implacable alegando que se comían a las
reses, tampoco hay caricari porque el campesino descubrió que su carne es tan
sabrosa como la de pollo, especialmente cuando el hambre arrecia. De manera que esto no justifica la
depredación de las tortugas salvadas gracias a la veda, lo que ocurre es que la
explotación de la tortuga continúa bajo una modalidad encubierta, vale decir,
furtiva o clandestinamente, de lo contrario Pararupa estaría sonando como una
bulla diamantífera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario