Su
padre quería que fuese pescador, pero lo desganaba tirar las redes, por lo que
un día rompió lanzas contra la obediencia paterna y se vino para Ciudad
Bolívar. Tenía 17 años cuando se vino cargándole los bártulos al último
secretario general de gobierno que tuvo la dictadura gomecista en Bolívar.
El secretario general de gobierno
importado de Margarita, Santiago Ruiz, le pagaba 60 bolívares al mes, más la
comida y el derecho a tener una habitación en lo profundo de la casa y todo a
cambio de hacer los mandados, regar las matas y limpiar el patio. Pero al
Dictador sólo le quedaba un año de vida al cabo del cual el secretario volvió a
la isla y el muchacho que ya se había comido la cabeza de la sapoara se quedó
en Ciudad Bolívar sembrado para siempre, pero sin chamba.
Manuel González, no obstante su
desempeño ¡lo que puede el amor! Pudo casarse con Graciela Torres Afanador, una
guayanesa que le dio ocho hijos y una fórmula heredada para fabricar esencia de
vainilla.
Aunque trabajó en la aduana de San
Félix, la que dejó obligado por un fuerte paludismo que terminó curándose con
píldoras de doctor Ross, después de office boy y aparte de seguir políticamente
a su paisano Jóvito Villalba por todos los caminos de URD, Manuel González no
cultivó otro oficio mejor que preparar esencia de vainilla para su venta al
mayor.
Al comienzo tropezó con dificultades
por el hostigamiento de las autoridades sanitarias, pero luego de analizar y
estudiar la calidad y pureza del producto le otorgaron el permiso y desde
entonces su vainilla es la más solicitada en muchas partes de Venezuela. Se
llama “La Mejor” y está en lo cierto. La vainilla de por si es aromática y
estimulante. Se emplea con ciertos alimentos, pero particularmente en
confiterías, licorerías, perfumerías, sobremanera en la fabricación de
chocolate y en la farmacia es usada para quitarle el sabor desagradable a
ciertos medicamentos.
Cuando conversamos con Manuel González
(1988) ofreciendo su producto a un cliente del Mercado, estaba cumpliendo medio
siglo en este negocio, el mismo tiempo que llevaba de casado. Y la vainilla que
producía era realmente barata. Una botella de 1,70 litros tan sólo costaba
20 bolívares y hay que ver lo que dura de a góticas.
Con sus cincuenta años en el oficio,
Manuel González no se sentía agotado. Tampoco arrepentido de haber cambiado las
redes de pescar por la vainilla. No es hombre de arrepentimientos. Lo hecho,
hecho está y en su caso lo más que podría haber hecho era lamentarse, pues un
kilo de mero costaba tres veces más mientras que la vainilla en 50 años sólo había
aumentado nueve bolívares y su venta muy lenta. Menos podría en aquel tiempo
volver a las playas de La Caranta, allá en su Pampatar querido, pues desde 1914
cuando nació a esta parte es mucho el tiempo recorrido.
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