No nos damos cuenta que nuestros maestros son los
escritores de otros países. Estamos
atados servilmente a Europa y a otras culturas y no reparamos que nuestro
verdadero lenguaje está aquí, en nuestra gente, en nuestra realidad y no en
Oriente, en el budismo Zen.
Considera que los poetas tienen
un compromiso muy importante cual es el de rescatar nuestro lenguaje,
hablar del país como parte nuestra, conocerlo verdaderamente. Este es el
problema de fondo. Piensa que la
verdadera poesía está en ese mal hablado idioma, de los Andes, del Centro,
del Oriente, de todo el país, porque nos pertenece por completo. Está en ese atormentado idioma que nos
hace universales, y lo universal no puede ser escribir con estilo
ajeno. La enajenación es un acto
individual que puede ser genérico, pero que comienza siempre en el
individuo.
Para entonces se notaba escasa
divulgación de los autores venezolanos y lo atribuía a que no existe el
menor estímulo para los intelectuales.
Por ejemplo, yo recibo el Premio Alarico Gómez. Me gustaría saber cuántos venezolanos
conocen a este poeta. Cuántas
instituciones han publicado aunque sea un solo poema de Alarico Gómez.
Enrique Hernández D´ Jesús, nativo de Mérida (1947),
además de poeta, es fotógrafo de profesión y editor. Desde 1978 ha llevado
a cabo exposiciones en otras ciudades de Venezuela así como de Italia,
España y Puerto Rico. Ha participado en festivales de poesía por todo el
mundo, incluidos Turquía, Japón, Alemania, Palestina y Australia. Entre sus
muchos libros, cabe destacar: Muerto de risa, 1968; Mi
abuelo primaveral y sudoroso, 1974; Así sea uno de aquí,
1976; Los últimos fabuladores, 1977; Mi sagrada
familia, 1978; Mi abuelo volvió del fuego, 1980; El
circo, 1986; Retrato en familia, 1988; Los poemas
de Venus García, 1988; Recurso del huésped, 1988; Magicismos,
1989; La semejanza transfigurada (94 fotografías
intervenidas por Vicente Gerbasi), 1996; y La tentación de la carne,
1997.
De su obra ha
dicho Luis Camilo Guevara, también
ganador del “Alarico Gómez” que “Se
trata de los despojos del amor, de lo que nadie quiere enterarse, a no ser
que se esté sufriendo bajo no sé qué respetables formas de humillación, y
se nos den por adelantado algunas cuantas indicaciones para dormir
tranquilos… [El poeta] nos lleva al fondo del despecho que todos llevamos
encima alguna vez, o siempre. Claro, nada indica que estamos abjurando de
las reconciliaciones. Lo que Hernández-D’Jesús propone es que respetemos
nuestros vicios (en su mejor sentido, el amor es casi un vicio religioso)
y, además, que busquemos en los ocultos significados de una baraja, en el
contenido de una copa brillante, en el secreto de un bar cómplice, no solamente
la señal que nos devuelva la razón (necesaria, por supuesto) sino el coraje
con el cual podamos recorrer de nuevo los parques y ver el esplendor de los
soles profundos” .
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