El
cognomento nunca bien recibido de “Virrey de Ciudad Guayana”, se lo endilgó el
Gobernador doctor Carlos Eduardo Oxford Arias al Presidente de la Corporación Venezolana
de Guayana, General Rafael Alfonso Ravard, porque poca o ninguna atención le
prestaba a Ciudad Bolívar y el Gobernador, aunque nativo de El Palmar, siempre
tuvo sus grandes afectos por la capital bolivarense, era natural pues aquí
estudió, se realizó, se casó con una de los Gil procedentes de Margarita y tuvo
sus hijas.
El Corresponsal de El Nacional,
tratando de provocar la noticia, le tocaba siempre la tecla de sus tensas
relaciones con la CVG
y el Gobernador copeyano se crispaba y hacía gestos alterados con su diestra
que ponía a pensar seriamente a Celestino Adames Pérez, inseparable de sus
gafas bicóncavas y a Frank Centeno, hasta hace poco notable notario, mientras el guaro Mendoza
Yajure disfrutaba el crispamiento con su peculiar rostro tribal emparentado con
el legendario indio Coromoto.
Lo cierto es que el Virreinato que
gobernaba a la América hispana desde los tiempos lejanos de la Colonia con sus plataformas de poder en México, Perú y
Bogotá, nunca pudo instaurarse en Venezuela. La patria de Bolívar no pasó de Capitanía
General, pero a Oxford Arias se le ocurrió virtualizarlo en la flamante Ciudad
Guayana, no porque en el fondo lo deseara sino porque el General Rafael Alfonso
Ravard, de formación jesuita, lo parecía y lo ejercía en su coto de hierro y
acero. De todas maneras, la culpa no es
del ciego sino de quien le da el garrote y ese garrote que cimbraba el hombro
del Gobernador y el de la Ciudad, se lo dio al supremo cevegista, el dictador
Marcos Pérez Jiménez, se lo ratificó sin muchos miramientos Rómulo Betancourt,
después Leoni y finalmente Caldera. De
todos modos, gracias a esos poderes virreinales, Ciudad Guayana es lo que es,
muchos dicen que a costa de Ciudad Bolívar que perdió a Puerto Ordaz, pero las
razones son otras muy valederas.
Ciudad Guayana, erigida sobre San Félix
y Puerto Ordaz, en la confluencia del Orinoco con el Caroní, con cercana salida
al mar, constituía y constituye un punto estratégico importantísimo para el
desarrollo de la industria pesada alimentada con el hierro de Ciudad Piar, la
bauxita de Los Pijiguaos, y la hidroelectrcidad generada por las aguas
torrentosas del Caroní.
Ciudad Bolívar carecía de estas
ventajas, por eso hubo que sacrificarla, al fin ella es la madre de todos los
pueblos del Estado y sólo las madres son capaces de despojarse todo lo que
antes fueron en beneficio de sus hijos.
Ciudad Guayana es la hija menor de Ciudad Bolívar y la más próspera, tan
próspera que la superó en todos los aspectos reales de su vida social y
económica. A sus habitantes les costó y seguramente a muchos le cuesta todavía,
entender el fenómeno y por eso quizá, Eduardo Oxford Arias, se molestaba porque
según él, Ciudad Guayana en vez de convertirse en polo de irradiación de su
riqueza, se estaba convirtiendo en polo de atracción de toda la población
activa de la ciudad capital y la de otros municipios vecinos.
Si Oxford hubiera sobrevivido a este
tiempo, habría comprendido los importante que es tener paciencia, saber
esperar, en fin, se estaría dando cuenta que ahora si Ciudad Guayana está
irradiando para todo el Estado, incluso para estados vecinos, toda la riqueza
mineral que allí se procesa.
El problema está, en que los
gobernantes, no han sabido comprender el nuevo rol de la ciudad capital frente
a Ciudad Guayana y reforzados sus políticas y programas en hacer de Ciudad
Bolívar la capital complementaria provista de una sólida economía terciaria. (AF)
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