En
mayo de 1970 cuando el arquitecto Manuel Garrido Mendoza se posesionó de la
Gobernación del Estado Bolívar, los bolivarenses se sintieron atraídos por
aquella figura alta y magra luciendo en la parte superior de los labios unos
bigotes largos, abundantes y poblados.
Todo el mundo tenía que ver y para
diferenciarlo del común de los bigotes empleaban el vocablo italiano mostaccio
(mostacho) recordando tal vez al venado de matacán o aquel personaje, Bartell
D´Árcy, de la novela Los Muertos, del
escritor y poeta irlandés James Joyce, que cantaba ópera en el Theatre Royal.
Se me ocurre que este personaje de
Joycee ha debido parecerse a nuestro paisano bolivarense José Sambrano Ruiz, un ex gerente de la CANTV,
a quien los citadinos preferían reconocer como “Bigote Eléctrico”, cognomento que creo le habría venido más
acertadamente a Mario Moreno Cantinflas.
Lo cierto de todo esto es que a una de
las bombas diamantíferas del Guaniamo los mineros la bautizaron con el nombre “Los Bigotes del Gobernador”. El diario El Nacional se ocupó del asunto y
hasta el doctor Márquez Bustillos fue recordado a propósito, sólo que este
funcionario de confianza del General Juan Vicente Gómez tenía los bigotes
puntiagudos o vibrisas como un morsa del Pacífico.
Muchos bolivarenses siguieron la moda
del Gobernador, entre ellos, el Presidente de la Asociación de
Ejecutivos, doctor Ramón Castro Mata, aclarando cuando un periodista le
preguntó, que “antes que imitar al
Gobernador, yo diría que imito más bien a mi abuelo que los usó antes que él”. Por supuesto, eso de dejarse crecer el bigote
viene desde muy lejos y las formas y estilo varían. Por ejemplo el bigote de
Salvador Dalí, era fino y entorchado en sus extremos. Rubén Hugo Ratón Ayala, jugador argentino de
fútbol, se distinguía por su melena y enorme bigote.
En esa ocasión de Garrido Mendoza,
queriéndole salir al paso, la señorita Malvina Rosales, la primera guayanesa en
usar pantalones y primera también en trabajar en una oficina pública, dijo que
si los mostachos volvían ella resucitaría el rígido abanico de conchas, pese al
ventilador y al aire acondicionado. Y de hecho lo resucitó cuando los
esnobistas bolivarenses comenzaron a imitar al Gobernador.
Malvina tenía una colección de abanicos. Abanico de
encaje, tela, papel, varillas de madera o marfil y dominaba su lenguaje
secreto, empleado para concertar citas.
Hasta principio del siglo pasado, las muchachas concertaban sus
citas amorosas en situaciones
inapropiadas como la misa o los paseos familiares.
Y no se crea, que
el bigote pertenece únicamente a los hombres. También hay mujeres con bigotes o menos que
bigotes, con bigoteras, como es el caso de algunas aves como El Escribano o
animales como la Chinchilla
de Los Andes, el Titi bigotudo
americano, el Tigre o el gato.
El más conocido de los dadaístas, el pintor francés
Marcel Duchamp (con obras en el Museo Soto), que expresó su desaprobación por
el “arte agradable y atractivo” cometió la irreverencia de añadir bigote y
barba a una reproducción de la
Mona Lisa de Leonardo da Vinci. La iconoclasta de Duchamp
encontró también expresión en lo que llamaba ready-made, los objetos cotidianos
que él presentaba como obras de arte.
Y volviendo al arquitecto Garrido Mendoza, debemos
decir que anduvo de boca en boca durante los años 1970-74 no solo por su
peculiar estilo de gobernar y de ocuparse de obras simples como las plazas de
bolsillo, sino por su figura alta y delgada y sus atractivos mostachos que
llevaron a muchos bolivarenses decir que sólo le faltaba la barba candado o de
perilla para parecerse al tradicional mago prestidigitador(AF)
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