Silvita era pequeño y
regordete. Eterno archivero municipal
metido durante ocho horas diarias en el sótano del antiguo hospital “Las
Mercedes”, convertido en el hermoso y neoclásico Palacio Municipal enlazada sus
dos alas por un puente que salva el paso vehicular por la calle Igualdad.
Al sótano del antiguo inmueble se desciende por una angosta
escalera que me recuerda el Aleph de
Jorge Luis Borges, seguramente porque es empinada y conduce a un sótano, nada
más, porque en el Aleph de Borges se llega a un lugar donde están sin confundirse
todos los lugares del orbe y en este sótano donde moraba por oficio Silvita, era
por contrario todo confusión de infolios amarillos colmados de traza. Lo único aceptable era que allí estaban los
lugares que signa buena parte la
historia de Guayana.
No me explico cómo podía Silvita trabajar en aquel ambiente
húmedo, estrecho, lleno de expedientes y libracos añejos ya por más de un siglo
y él, con aquella tranquilidad, con aquella paciencia resumida por modales
parsimoniosos. Camilo Perfetti encontró
la respuesta en el alcohol de 50 grados que desde muy temprano como metal
caliente quemaba las vísceras del señor de los archivos.
Por eso Silvita solía responder cuando algún curioso le
preguntaba que si no le daba miedo trabajar en un sótano lleno de sombras y
fantasmas, espíritus dolientes de los pacientes que por el antaño hospital
pasaron y de allí no salieron sino para los predios del cardonal como llamaban
a principios del siglo dieciocho el cementerio principal. Silvita solía responder: “Yo no le tengo
miedo sino a dos cosas en la vida, a las fuerzas desatadas de la naturaleza y a
una gran escasez de aguardiente”.
La escasez de aguardiente casi nunca se registraba porque en
la ciudad había un alambique en el sector “Amores y Amoríos”, inmediaciones de
“Ojo de Agua”, para más señas, allí donde está hoy la Fuente Luminosa. La escasez que esporádicamente padecía
Silvita era cuando “Pata `e Palo” le birlaba el trago.
“Pata `e Palo” era el portero del Concejo Municipal que
arrechucho se ponía cuando alguien le recordaba su canilla tiesa, siempre a la
vista puesto que usaba alpargatas y pantalones “brinca charcos”, es decir, con
los ruedos por la mitad de la espinilla.
Pata ´e Palo cuando andaba curdo se ponía en ángulo recto
hablando con el suelo, bueno entonces para que la muchachada lo espoleara:
¡Pata ´e Palo!!! y él respondía lanzando lajas, de esas que no sólo dejan
morado y raspadura sino que fracturan.
Un humorista local que escribía con el seudónimo
“Lechero” en el vespertino de los Suegart los años 50 le hizo esta silueta: “Quién
será? / El Trabaja en el Concejo / Sempiterno guardián, fiel y obediente /
partidario tenaz del aguardiente / y tiene cara de perico viejo / cuando se
rasca baja la cabeza / y la menea como una coctelera / mientras habla quedito
con la acera / y le pide a media legua una cerveza / cuando no toma es una
maravilla / en sus labores se vuelve mantequilla / pero cuando bebe ahí está lo
malo…/ de calzón brinca pozo y alpargata / el tercio tiene falla en una pata /
y por eso le dicen “Pata ‘e Palo”.
Después que “Pata ´e Palo” estiró la pata, Silvita
nunca más padeció de escasez y menos cuando el paleógrafo Ricardo Pardo,
enviado por el Ministerio de Relaciones Interiores, vino a procurar los
expedientes de la Batalla
de Carabobo con motivo de su sesquicentenario celebrado solemnemente y con
desfile del Ejército, por supuesto, en 1971, pues el visitante, sabedor de su
debilidad, lo obsequiaba durante su permanencia con buenas botellas de Ron
Santa Teresa. Esto, le facilitó el
trabajo a Ricardo Pardo y se fue con todo el expediente dejando la esperanza de
que volvería con los viejos infolios, pero todavía, no sabemos en que lugar del
Aleph, Silvita lo está esperando. (AF)
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