Alejandro
Otero nació el 7 DE MARZO DE 1921. Tanto que quiso a Ciudad Bolívar y tan poca suerte que tuvo cuando intentó materializar esa querencia con una de sus grandes obras artísticas. A la ciudad le regalo un proyecto artístico
monumental para que el estado o el sector institucional público o privado lo
ejecutara, pero hasta ahora ha sido notable la indiferencia.
Mejor fortuna tuvo en Ciudad Guayana
y Guri donde resplandecen a la luz del
sol y de la luna sus enormes estructuras móviles y en Caracas donde existe un Museo
con su nombre dentro de un proyecto más ambicioso.
De él es posible ver sus Coloritmos en
el Museo de Arte Moderno “Jesús Soto” que en el 90 cerró el año exhibiendo
setenta obras del artista, porque su proyecto de una Tea Crepuscular de
50 metros, alzada como un faro en la prolongación del Paseo Orinoco, justo en
el sector de las Lagunas del Medio y Los
Francos, no ha podido ser ni será, pues nada se
ha dicho ni se percibe dentro de los planes anunciados para resaltar el
paisaje y ornato del lugar con fines turísticos.
José Rosario Pérez cuando era director
del taller de Artes Plásticas “María Guevara Machado”, acondicionó la sala
principal y le puso el nombre de “Alejandro Otero”, un homenaje en vida que el
propio artista inauguró, pero ella duró activa mientras quien fue su promotor
estuvo al frente del taller. La Escuela
de Artes Plásticas fundada en la Casa Liccioni también fracasó
Mimina Rodríguez Lezama, en los
primeros tiempos de la Casa de la Cultura “Carlos Raúl Villanueva”, creó el
Salón de pintura “Alejandro Otero” y el
concurso anual de poesía “Alarico Gómez” con una partida que logré incluir en
la Ley de Presupuesto de ingresos y gastos públicos, pero cuando dejé de ser
parlamentario se acabó la fiesta.
Por consiguiente, Alejandro Otero,
nacido, criado y crecido entre El
Manteco, Upata y Ciudad Bolívar,
no ha tenido suerte en la ciudad donde estudió su primaria. Me contó un buen día que estudió en el
Colegión y desde el Paseo 5 de julio (Paseo se llaman ante la avenida) donde
vivía con su madre habitando una humilde casa de bahareque, venía montado en un
burrito prestado que dejaba amarrado en la esquina de la Plaza Bolívar mientras
permanecía en la escuela.
En esta ciudad, a muy temprana edad, comenzó su
aventura por hacerse un pintor. Tuvo que
vencer la barrera del estudio casi obligado en el Mácaro y el trabajo en el
banco Royal of Canadá que a la postre necesito de un Consejo de Familia en el que
insistió que quería ser un visual, de suerte que aquí se decidió su vida de
artista viendo que no mostraba ningún entusiasmo por otro oficio que no fuera
la pintura.
Pues bien, decíamos que Alejandro Otero por lo antes
dicho, no ha tenido suerte en la ciudad. Más suerte ha tenido en Caracas donde
se fundó un Museo de Artes Visuales con
su nombre que dirigía en “La Rinconada ”, el artista
Jorge Gutiérrez. Un Museo que nació con
el proyecto de ampliarse con una Escuela Nacional de Fotografía, el Taller de
Artes Visuales Héctor Poleo y la Plaza Alejandro Otero.
Bueno, hasta una
Plaza allá. En cambio, aquí en Ciudad
Bolívar, la húmeda tierra de sus amores,
no hay ni siquiera una calle con
su nombre. Mejor fortuna en todo caso ha tenido Soto, maestro pionero del arte
óptico, con un Museo y una avenida que llevan
su nombre; más brillante ha sido la estrella de Antonio Lauro, el gran maestro
internacional de la guitarra, a quien el Gobierno le restauró la casa donde
nació para que funcione allí como hace 20 años un taller de actividades musicales
y ni se diga de la suerte, aunque después de muerto, de Alejandro Vargas, el
legendario trovador del Orinoco, que
tiene una Avenida con su nombre, un concurso de música con su apelativo y un
monumento en el Cementerio Centurión para que se eternice en la memoria y no
sólo lo lloren, como dice su popular aguinaldo, las campanas de la Catedral.(AF)
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