El 21 de junio de 1948, falleció en la población aurífera de El Callao, el general Anselmo Zapata Ávila, uno de los caudillos más recios del Yuruari con varios duelos personales de los que salió ileso y sin condena aparente dada su amistad con Gómez y Cipriano Castro.
Anselmo Zapata fue sepultado en Belén al lado de la tumba marmórea que había hecho levantar para Aselmito, su hijo más querido, ahogado en el río Caballape. El área sepulcral contaba con un jardín regado con el agua que extraía en el sitio un molino de viento.
El hombre, favorecido por una estatura fuera de lo común (medía dos metros), lo acomplejaba sin embargo su piel oscura cubierta por una robusta personalidad primitiva, curtida en las faenas llaneras, autodidacta y con un gran espíritu de superación, llegó a ejercer funciones públicas tanto en la región aurífera del Yuruari como en el gobierno del estado Bolívar. En dos ocasiones se encargó de la Presidencia del Estado.
Se distinguió como gobernador del Territorio Federal del Yuruari posteriormente a su lance personal con el general Santiago Rodil en la plaza mayor de Guasipati. Desempeñó una curul parlamentaria en calidad de suplente y ejerció papel destacado en la Batalla de Orocopiche al lado de los generales Domingo Sifontes y José María (El Mocho) Hernández, dentro del marco de la Revolución Legalista que llevó al poder al general Joaquín Crespo.
Estuvo al lado de Cipriano Castro cuando se vio a punto de ser derrocado por la Guerra Libertadora que tuvo a Ciudad Bolívar como último reducto. Se desempeñó bien en San Félix y luego en Carúpano tras el derrocamiento del Gobierno del general Julio Sarría Hurtado por el alzamiento del capitán Ramón Cecilio Farreras.
Durante el gobierno de Gómez acompañó en la Vicepresidencia del Estado al general Marcelino Torres García y al general Vicencio Pérez Soto con quien su hermano Simón hizo buenas migas siguiéndolo hasta Maracaibo. Cansado de la guerra y la política se retiró a sus hatos en el Yuruari hasta el día de su muerte y separados de sus hijos con los cuales nunca se llevó bien acaso porque ambos habían heredado su carácter duro y severo.
Fue señalado como responsable de la muerte de su hermano el general Simón Zapata Ávila, seguidor del Mocho Hernández, cuando fue a someterlo tras haber tomado la plaza de Guasipati. Entonces se acercó al cadáver de su hermano con notable reverencia, se despojó del sombrero y le dio sepultura con honores.
Pero el duelo más espectacular fue el que sostuvo contra el gobernador del Territorio Federal Yuruari, general Santiago Rodil. Por esa muerte no fue juzgado, lo salvó el requerimiento que hizo de él, Cipriano Castro para enrolarlo en las batallas contra la Revolución Libertadora.
Horacio Cabrera Sifontes en su libro ”Guayana y el Mocho Hernández”, dice que el general Zapata era un hombre excepcional, hijo también de un miliar, el general Anselmo Zapata Rodríguez, apureño, y de una “catirota de ojos rayados”. Las inquietudes del general Zapata eran las de un hombre serio “quien por una especie de prurito de valentía, sorteaba su vida con la muerte como si se tratara de un juguete sin valor. Lo hacía con tal sencillez como si para él, la verdadera vida consistía en vencer el riesgo, afrontándolo. Sus arrestos de hombría llegaron a hacerse leyendarios, a exagerarse en el argot popular como patrón de prueba del machismo local. Quizás era el populacho y no Zapata el que hería el orgullo del recién llegado..., porque él, personalmente, era cortés y generoso”.(AF)
Anselmo Zapata fue sepultado en Belén al lado de la tumba marmórea que había hecho levantar para Aselmito, su hijo más querido, ahogado en el río Caballape. El área sepulcral contaba con un jardín regado con el agua que extraía en el sitio un molino de viento.
El hombre, favorecido por una estatura fuera de lo común (medía dos metros), lo acomplejaba sin embargo su piel oscura cubierta por una robusta personalidad primitiva, curtida en las faenas llaneras, autodidacta y con un gran espíritu de superación, llegó a ejercer funciones públicas tanto en la región aurífera del Yuruari como en el gobierno del estado Bolívar. En dos ocasiones se encargó de la Presidencia del Estado.
Se distinguió como gobernador del Territorio Federal del Yuruari posteriormente a su lance personal con el general Santiago Rodil en la plaza mayor de Guasipati. Desempeñó una curul parlamentaria en calidad de suplente y ejerció papel destacado en la Batalla de Orocopiche al lado de los generales Domingo Sifontes y José María (El Mocho) Hernández, dentro del marco de la Revolución Legalista que llevó al poder al general Joaquín Crespo.
Estuvo al lado de Cipriano Castro cuando se vio a punto de ser derrocado por la Guerra Libertadora que tuvo a Ciudad Bolívar como último reducto. Se desempeñó bien en San Félix y luego en Carúpano tras el derrocamiento del Gobierno del general Julio Sarría Hurtado por el alzamiento del capitán Ramón Cecilio Farreras.
Durante el gobierno de Gómez acompañó en la Vicepresidencia del Estado al general Marcelino Torres García y al general Vicencio Pérez Soto con quien su hermano Simón hizo buenas migas siguiéndolo hasta Maracaibo. Cansado de la guerra y la política se retiró a sus hatos en el Yuruari hasta el día de su muerte y separados de sus hijos con los cuales nunca se llevó bien acaso porque ambos habían heredado su carácter duro y severo.
Fue señalado como responsable de la muerte de su hermano el general Simón Zapata Ávila, seguidor del Mocho Hernández, cuando fue a someterlo tras haber tomado la plaza de Guasipati. Entonces se acercó al cadáver de su hermano con notable reverencia, se despojó del sombrero y le dio sepultura con honores.
Pero el duelo más espectacular fue el que sostuvo contra el gobernador del Territorio Federal Yuruari, general Santiago Rodil. Por esa muerte no fue juzgado, lo salvó el requerimiento que hizo de él, Cipriano Castro para enrolarlo en las batallas contra la Revolución Libertadora.
Horacio Cabrera Sifontes en su libro ”Guayana y el Mocho Hernández”, dice que el general Zapata era un hombre excepcional, hijo también de un miliar, el general Anselmo Zapata Rodríguez, apureño, y de una “catirota de ojos rayados”. Las inquietudes del general Zapata eran las de un hombre serio “quien por una especie de prurito de valentía, sorteaba su vida con la muerte como si se tratara de un juguete sin valor. Lo hacía con tal sencillez como si para él, la verdadera vida consistía en vencer el riesgo, afrontándolo. Sus arrestos de hombría llegaron a hacerse leyendarios, a exagerarse en el argot popular como patrón de prueba del machismo local. Quizás era el populacho y no Zapata el que hería el orgullo del recién llegado..., porque él, personalmente, era cortés y generoso”.(AF)
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