Antes, cuando no
había otro medio mejor, se anunciaba la transición del año en Ciudad Bolívar
disparando justo a las doce de la noche un cañonazo desde lo alto del Cerro
del Zamuro. El disparo bañaba con su resonancia a toda la
ciudad. Se hacía con un cañón llamado “Burro
Negro”
Todo lo que termina o está a punto de fenecer es viejo. Todo lo que comienza es nuevo. Lo nuevo, aunque no todas las veces, es
juventud, vigor, renovación, fuerza, camino abierto hacia la esperanza, camino
por donde el hombre aspira alcanzar, de acuerdo con su concepción filosófica,
la plenitud existencial. De manera que el hombre, aunque signifique uno menos
de vida para él, se contenta en la fase transitoria cada vez que el calendario
se renueva con la entrada de un nuevo año.
Porque su vida
organizada en periodos calendarios, que cumple metas con esa periodicidad
condicionada por su esfuerzo y el azar de la esperanza, aguarda lo predecible
de lo impredecible. Por ello se contenta
y lo celebra convencionalmente dentro del marco de la cultura tradicional o
no. Al fin, el hombre es materia y, la
materia es cambiante, permanece en constante movimiento. De allí que los modos y formas culturales de
celebrar el acontecimiento del año nuevo, cambien, sufran variaciones y hasta
se suplanten en la práctica y quede sólo existiendo como valor del proceso
cultural evolutivo por selección.
Y Guayana, como
cualquier otra región, no puede escapar de esta realidad de los cambios y de
las variaciones que se aprecian a medida que transcurren los años y se suceden
generaciones. Antes, por ejemplo, cuando no había otro medio mejor, se
anunciaba la transición del año en Ciudad Bolívar disparando justo a las doce
de la noche un cañonazo desde lo alto del Cerro del Zamuro. El disparo bañaba con su resonancia a toda la
ciudad. Se hacía con un cañón llamado “Burro
Negro”. (AF)
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