El
17 de enero de 1952 comienza el Caballo Negro de Ciudad Bolívar a anunciarse
por las páginas del vespertino de los Suegart como un bar de familia, pero a la larga, perdió
esa condición por lo cerrado de la sociedad guayanesa y también por el hecho de
ser para entonces el único bar nocturno
de la ciudad, muy frecuentado por corsos
o descendientes de corsos y sus amigos
luego que cayó en manos de Roberto Bryant (en la foto), un francés muy gentil
que llegó allí por accidente a trabajar
de Barman cuando el Caballo Negro era regentado por un holandés.
Lo cierto es que Roberto en el 56
aprovechó una herencia que le dejó su padre muerto en Paris para comprar el
Caballo Negro, a donde iba a solazarse y animar la tertulias Kilo Battistini,
Andrés Palazzi, Pedro Battistini, Camilo Perfetti, Álvaro Natera, Alejandro Natera, Oscar
Figarella, León Guevara Enet, Edgar Vallée Vallée, los Granatti, el profesor
Marcos Peña Bouchard, el profesor Luis Pasarela, Saúl Andrade, Manuel Alfredo Rodríguez,
Mario Jiménez Gambús, Frank Arreaza, José Díaz y toda una cáfila de deleitantes
como Roberto Liccioni que con su voz de tenor se atrevía a competir con la Rockola allí dispuesta a la entradas, aunque casi siempre silenciosa porque más interesantes resultaban
las tertulias sobre negocios, música y literatura que terminaron iluminando el
cerebro y el espíritu de Roberto.
Como hecho curioso, el doctor Raúl
Leoni fue llevado por Pedrito Battistini al Caballo Negro, pero se negó entrar,
se quedó en la puerta comiéndose una hamburguesa que Roberto las preparaba mejor que Oldeburg. Leopoldo Sucre Figarella
estuvo apenas en dos ocasiones, pues más le atraía “L´Tucan” convertido
finalmente en el “Blue Star”, administrado por una mujer muy simpática llamada
simplemente Gladis.
El Caballo Negro funcionaba en un
Chalet de madera montado sobe una pivotes a modo de palafito, propiedad de
Roberto Liccioni y allí mismo vivía Roberto, quien era casado con una hermana
del poeta John Sampson William y tuvo con ella dos hijos, profesores
universitarios. Después que unos
malandros le quemaron el Caballo Negro una noche del 9 de marzo de 1990,
Roberto compró un trailer desechado del Campamento de Guri y lo ubicó en las
faldas del Cerro La
Encaramada donde el armador Alberto Minet construyó un
chateau. Allí asistido por Oscar Castro
(Corocoro), el pescador más antiguo del Orinoco, sembraba piña y lechosa hasta
que una catarata y la diabetes acabaron con su vida cuando todo el mundo creía
que tenía siete vidas como las de un gato negro.
Oscar Castro (Corocoro), con su casa
muy contigua al Trailer, cuidaba de Roberto en los momentos más críticos de su
diabetes. Lo mismo que la esposa de
Corocoro, Margarita y la otra Margarita, la esposa de Minet en la parte alta
del cerro.
Corocoro era un poco mayor que Roberto, pero con la
contextura noble y recia del pescador del Orinoco, y a quien, dicho sea de
paso, ya se le había olvidado su nombre porque la gente lo obligó desde
muchacho a responder por “Corocoro”.
Estuvo sesenta años pescando en el Orinoco cuando vivía en la misma
orilla del río padre, siempre fumando cachimba y remendando redes durante su
tiempo de ocio.
Oscar Castro, además de pescador fue
fiscal de pesca y caza hasta que el MAC lo jubiló después de haberle servido durante
treinta años. Entonces era sesentón y cuando cuidaba de Roberto, era
nonagenario. Toda la vida fue un guardián y cuidador. Cuidaba Corocoro las
tortugas de Pararupa y también las bocas de los caños contra el aldrin y el
barbasco que suelen emplear los enemigos de la fauna orinoquense. Pocos días antes de morir el hombre insigne
del Caballo Negro, Corocoro le pescó un Morocoto. (AF)
Qué buena crónica!
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