Se consideraba un comunista sin el pesado lastre del prejuicio. Por qué un
comunista como él no podía admirar a Rómulo Betancourt. Alirio llegó a confesar sin reticencia que le
impresionó siempre la personalidad recia del hombre de Guatire.
Este artista
deltano estaba hecho de una fibra muy particular, a veces contradictoria. En el alma llevaba arraigada la figura del caballo a pesar de que durante su
infancia jamás conoció a este formidable miembro de la familia de los
Équidos. El venado si durante ese tiempo
temprano de su existencia iluminó sus ojos y de hecho su primer dibujo en la
pizarra de su tía fue un venado. El
caballo siempre ha perseguido a otro pintor, pero de Monagas, a Chuo Galindo. A
quien le hice la presentación en el catálogo de una exposición hecha en Ciudad
Bolívar.
El venado fue su primera pintura en el humilde pueblo de El
Volcán muy cerca de Tucupita. Allí nació
Alirio entre caños y montañas en la casa de su madre utilizada por su tía para
enseñar las primera letras a los párvulos del vecindario mientras su tío pescador
del Orinoco le contaba cuentos mágicos que le persiguen como fantasmas a todas
partes adonde lo lleva su arte. A Italia, China, Varsovia, Berlín, Ginebra. En Nueva York, tenía instalado su taller lo mismo que en Cañizales de Caracas, de donde salían sus
vivencias recreadas en el lienzo y convertidas en espectaculares obras de arte
que generan mucho dinero, ese dinero capitalista que miran de soslayo los comunistas,
pero que él lo veía de frente y con felicidad porque lo libraba de vivir como
Reverón cuya obra la disfrutan otros en tanto que él padeció y murió pobre en
un hospital.
Alirio era un artista muy apegado a la tierra, artista de
alma telúrica, casado, pero sin hijo.
Sus hijos fueron sus pinturas y el río.
A Soto, un crítico de arte le preguntó que opinaba de la obra de Alirio
Palacios y respondió “Alirio y yo somos del mismo río”. Buena salida para el artista guayanés que
nació como un visual opuesto al figurativismo.
Cuando Soto lo invitaba a almorzar de lo que menos hablaban era de
pintura. Era más placentero y familiar
para ellos hablar de Ciudad Bolívar, del morocoto, del rayao, la curbinata y el
lau lau.
En los años sesenta cuando Alirio Palacios visitaba a Ciudad
Bolívar enviado por el Inciba (de esa
época es la fotografía que ilustra esta columna) para hablar con los jóvenes del agua fuerte y
los grabados, se sentía como en su propia tierra deltana y como en Santomé y El
Tigre que también formaban parte de su vida.
El, nacido en 1938, estudió junto con Alejandro Otero y Mateo Manaure, en la Cristóbal Rojas
de Caracas y con su paisana Gladys Meneses, que sí ha expuesto en el Museo
Soto, porque su pintura cuadra con la tendencia modernista del museo donde están
representados los artistas de la Vanguardia Histórica
Rusa, pasando por el neoplasticismo, la abstracción geométrica, el cinetismo,
el arte óptico y el programático.
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