Una monja calificada de
“revolucionaria” por el Arzobispo Crisanto Mata Cova llegó a residenciarse en Ciudad Bolívar en los años ochenta, proveniente de la isla de Coche, una isla
de sol, de sal y de redes, poblada desde hace más de 450 años por Juan López de
Archuleta, quien por Real Cédula la recibió en calidad de encomienda para que
se estableciese en ella con su mujer y tuviese ganado, labranzas y otras
granjerías.
Los cochenses seguramente ignoraban entonces este hecho de
su historia y por eso no tenían celebraciones como suele ocurrir por igual
motivo en otros pueblos de Venezuela.
En Coche que hasta 1922 perteneció a la Diócesis de Guayana,
saben, en cambio, y lo celebran como tradición secular, cuando es el día de San
Pedro y de la Virgen del Carmen, patronos de pescadores y marinos.
El 16 de julio, precisamente, sucede en la isla una gran
fiesta marina. Un centenar de embarcaciones cortejan en su procesión por el mar
a la Virgen de los escapularios, desde el muelle de Valle Seco hasta el
Guamache, bajo una linda y efusiva atmósfera de pirotecnia, cantos religiosos y música folklórica. El pueblo de San Pedro y caseríos del Guamache,
Bichar y Guinima rompieron la rivalidad regionalista y ahora se unen en una
sola fiesta en honor a la Virgen y este milagro de la unidad se le atribuye a
la hermana Blanca Estela que se hizo líder religiosa y social de la comunidad
sanpedrina.
Los habitantes de la Isla de Coche están bien arraigados en
la fe católica. Es uno de los pocos
pueblos de Venezuela donde no ha podido entrar otra religión o secta. Ni siquiera la superstición o la
brujería. Allí sólo se cree en Dios y la
Virgen.
El Arzobispo de Ciudad Bolívar, monseñor Crisanto Mata
Cova, en la creencia de que esta condición religiosa del pueblo de la Isla de Coche se le
debía en buena parte a la labor de Blanca Estela, movió contactos dentro de la
jerarquía católica y logró reubicar a la Hermana en la capital guayanesa donde
la embestida evangélica apabulla con sus micrófonos y altoparlantes instalados
por las noches en cada barrio de la ciudad.
Blanca Estela realizaba una labor estupenda cuando para
desconsuelo del prelado le llegó la contraorden de regresar a Coche. Al parecer la Iglesia se dio cuenta que no
podía arriesgar los resultados de una labor que la monja con su carisma y
dinamismo había cimentando en la isla.
La monjita realmente se las traía. Era dinámica y vivaracha. Hablaba, cantaba y rezaba muy bien. Algunos curas y especialmente Monseñor Mata Cova, la llamaban “monja
revolucionaria”. Ejecutaba el órgano, la
guitarra, el cuatro, el acordeón, tocaba las maracas y conversaba en forma
convincente y directa. El pueblo
entendía su lenguaje, la seguía, creía en ella, la respetaba, la cuidaba y por
las noches a la hora del rosario le llenaba la Iglesia desde el altar mayor
hasta el atrio. Blanca Estela pertenecía
a la congregación Hermanas Laura, de esa congregación hay otras tantas
internadas en la selva de Guayana catequizando para su religión la fe de los
indios mapollos.
Estuvo la monjita otros años más en la isla al sur de
Margarita hasta que regresó a su tierra Colombia y de allí la Congregación la
envió a la India a trabajar con los pobres como lo hacía la otra Hermana Laura
Glynn en Ecuador. En la India a donde
también se fue el antropólogo Jorge Armad desde Ciudad Bolívar, murió a la edad de 75 años.
En Ecuador igualmente se destacó otra Hermana Laura, aunque
nada tiene que ver con la colombiana.
Esta Hermana Laura Glynn era norteamericana y trascendió como gran
defensora de los derechos
humanos. También falleció y dejó una
larga trayectoria de lucha y sobretodo de compromiso social. Trabajó hasta su
último aliento en la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos. (AF)
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