Se radicó en Ciudad Bolívar en los años 50 junto con su hermano Armando Yánez Caicedo, profesor de música y autor del Himno de Guayana. José Yánez Caicedo también era músico, tocaba muy bien la guitarra y como tal tuvo algunas actuaciones en Ciudad Bolívar que al final abandonó para dedicarse a los negocios. Mantuvo por algún tiempo una licorería y se distinguió como distribuidor de un famoso ron llamado ‘El Espadón’.
Pero la actuación mayor y que lo arroparía hasta el fin de su vida fue la Francmasonería, el Club de Leones y el periodismo que ejerció como columnista de El Bolivarense y director de la revista Gráfica Guayana que editaba en imprenta propia en uno de los viejos inmuebles de la calle Babilonia. En esta revista se inició Gladys Figarella hasta licenciarse en Caracas como comunicadora social y luego como abogado.
José Yánez Caicedo ingresó a la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) de la mano de José Luis Mendoza y Joaquín Latorraca. Ejerció la secretaría de finanzas y la secretaría general. El Salón de Conferencias de la Casa del Periodista lleva su nombre en reconocimiento a su labor gremial consecuente e intensa. Debemos decir que cuando el gremio carecía de sede, era su casa de residencia, la calla Igualdad Nº 14, el sitio de reuniones de la AVP.
Yánez Caicedo a pesar de que en el club lo hacían rugir como león, decía exhibiendo un poco su humor oscuro que prefería balar como una cabra, De complexión mediana, vestía con ropa de tendencia marrón casi siempre, muy familiar y pegado a los valores tradicionales. Un profesional bastante práctico, convencido siempre de estar en lo cierto y seguro. Le gustaba hacer el bien sin alardear de ello, por eso tal vez se enorgullecía de ser masón y escalar todos los peldaños hasta convertirse en Gran Maestro de la Logia Nº 13 al lado de don Natalio Valery Agostini, Noel Valery y José del Valle Silva e Iván Salustio Castro.
Fue uno de los fundadores de un dispensario de asistencia social que duró años en el propio recinto de la logia y es digno de recordar su esfuerzo por llevar hasta el Hospital de Niños de los Estados Unidos al infante José Manuel Nieto, quien nació con una deformación del ventrículo derecho de su corazón que dificultaba el proceso circulatorio y oxigenación de la sangre.
Era octubre de 1981. El tictac de su máquina maravillosa se percibía acelerado a través del estetoscopio y en vez de carmesí era azulado el color de los labios, de las uñas y el resto de su cuerpo.
Tal vez un ‘soplo cardíaco’ solían decir pediatras y cardiólogos, pero ninguno podía diagnosticar con exactitud.
A los nueve meses de nacido, el cuadro clínico del niño se complicó con una embolia cerebral que paralizó la mitad de su cuerpo.
La madre del niño -su único hijo-, divorciada y profesora de castellano, ayudada moral y económicamente por su padre, requirió los servicios de un distinguido cardiólogo caraqueño, quien vio los resultados de los exámenes practicados en una clínica, sugirió una operación quirúrgica de inmediato. Sin embargo, la madre y el abuelo del niño dudaron y decidieron por recomendación de médicos amigos poner al bebé en manos del equipo Lechman del Hospital San Lucas de Houston. Le aplicaron exitosamente una técnica cardio-quirúrgica que abrió camino a la vida de un niño. A los 24 meses de edad el infante sobrevivió a tres operaciones del corazón en 2 días.
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