El vals, esa danza cadenciosa y elegante que comenzó a extenderse en Europa a fines del siglo XIX y que más tarde popularizó Strauss, llegaría a tocar las puertas de Venezuela y a extenderse por toda la geografía nacional a través de las pianolas como también de los gramófonos y auto-fónicas, aparatos asequibles sólo para determinada clase social. Los que no podían disfrutar de un gramófono, se conformaban con escuchar valses los días de retreta o cuando algún grupo musical del pueblo se emparrandaba.
En Zaraza, un muchacho llamado Telmo Almada, que tocaba bien el cornetín, fue uno de los tantos músicos que se estacionaron en el vals importado y al fin popularizado en Venezuela, tanto como el joropo.
El vals siempre fue la música de gala. Telmo Almada, estacionado en Ciudad Bolívar desde la edad de 24 años, estuvo ganado por la cadencia de este baile y de esta música de origen alemán. Como músico, desde muy joven nunca se conformó con la manera de ejecución e interpretación de los valses que llegaban a sus manos, sino que puso a prueba su capacidad creativa y logró más de 200 composiciones que andan rodando por todo el territorio nacional.
Telmo Almada era un románico como Félix Mejías, que nunca se ocupó por conservar, registrar y legalizar sus creaciones musicales, sino que luego que salían de sus arpegios quedaban libres como el viento. Por ello este músico y compositor zaraceño-guayanés que nació el 14 de abril de 1901 y murió el 14 de octubre de 1973, se limitaba a decir que durante su vida de artista compuso más de 300 piezas musicales, entre ellas, el vals Canciones de Himeneo y el foxtrot Mascaradas, las más populares.
Cuando lo visitamos en su casa de la calle Libertad poco antes de morir, nada de su producción conservaba. Tan sólo en su oscuro territorio privado, un piano moderno contrastando con la pobreza de su vivienda y una guitarra con la cual solía escapar de la invidencia que padecía desde 1971.
Un hijo de melena hippie lo acompañó durante los días deprimentes de su senectud, días sólo para el mutismo y el recuerdo de tiempos irrepetibles: el Teatro América, sustituto del Teatro Bolívar, con su cine silente al que su orquesta daba vida a aquellas funciones del celuloide carentes de sonido. Ese tiempo lo vivió Telmo Almada intensamente junto con Nicanor Santamaría, Miguel y Ramón Delgado, Luis Rafael García Parra (padre de Jesús Soto), Ramón Díaz, Manuel Díaz, Antonio León Rubio y tantos otros músicos que emocionaron con sus apasionadas ejecuciones un tiempo que ya muy pocos o nadie recuerda.
En 1972, el núcleo Bolívar de la UDO instituyó la orden “Ilustre Ciudadano” y la impuso al músico y compositor. Al homenaje se unieron la Casa de la Cultura, organismos oficiales e instituciones artísticas del estado en un solidario acto en el auditorio del Grupo Mérida.
Telmo Almada dirigió durante 30 años la Banda Dalla Costa, y sus últimos años los vivió en un cuarto de la Casa Wantzeliuz de la calle Libertad, en la oscuridad y soledad de su ceguera, sintiendo la voz y los sonidos de sus únicos compañeros: el piano, la guitarra y un hijo con melena de hippie (AF)
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